Fuente: Bloghemia
Link de Origen:
https://www.bloghemia.com/2024/09/hipercapitalismo-y-semiocapital-por.html
Artículo del escritor y filósofo italiano
Franco Berardi, sobre el uso de las redes digitales y el extractivismo de los
recursos físicos en la actualidad.*
Colonialismo histórico: extractivismo de los
recursos físicos
La historia del colonialismo es una historia
de depredación sistemática del territorio. El objeto de la colonización son los
lugares físicos ricos en recursos que el Occidente colonialista necesitaba para
su acumulación. El otro objeto de la colonización son las vidas de millones de
hombres y mujeres explotados en condiciones de esclavitud en el territorio
sometido al dominio colonial, o deportados al territorio de la potencia
colonizadora.
No es posible describir la formación del
sistema capitalista industrial en Europa sin tener en cuenta el hecho de que
este proceso fue precedido y acompañado por la subyugación violenta de
territorios no europeos y la explotación en condiciones de esclavitud de la
mano de obra doblegada en los países colonizados o deportada a los países
dominantes. El modo de producción capitalista nunca habría podido establecerse
sin exterminio, deportación y esclavitud.
No habría habido desarrollo capitalista en la
Inglaterra de la era industrial si la Compañía de las Indias Orientales no
hubiera explotado los recursos y la mano de obra de los pueblos del continente
indio y del sur de Asia, como relata William Dalrymple en The Anarchy, The
relentless rise of the East India Company (2019).
No habría habido desarrollo industrial en
Francia sin la explotación violenta del África Occidental y del Magreb, por no
hablar de los demás territorios sometidos al colonialismo francés entre los
siglos XIX y XX. No habría habido desarrollo industrial del capitalismo
estadounidense sin el genocidio de los pueblos nativos y sin la explotación
esclava de diez millones de africanos deportados entre los siglos XVII y
XIX.También Bélgica construyó su desarrollo sobre la colonización del
territorio congoleño, acompañada de un genocidio de una brutalidad
inimaginable. Martin Meredit escribe a este respecto:
“La fortuna de Leopoldo procedía del caucho en
bruto. Con la invención de los neumáticos, para las bicicletas y luego para los
automóviles, alrededor de 1890, la demanda de caucho creció enormemente.
Utilizando un sistema de mano de obra esclava, las compañías que tenían
concesiones y compartían sus beneficios con Leopoldo saquearon los bosques
ecuatoriales del Congo de todo el caucho que pudieron encontrar, imponiendo
cuotas de producción a los aldeanos y tomando rehenes cuando era necesario. Los
que no cumplían sus cuotas eran azotados, encarcelados e incluso mutilados
cortándoles las manos. Miles de personas murieron por resistirse al régimen del
caucho de Leopold. Muchos más tuvieron que abandonar sus pueblos....” (Martin
Meredit: The State of Africa, Simon & Schuster, 2005, p. 96).
Muchos autores contemporáneos insisten en esta
prioridad lógica y cronológica del colonialismo sobre el capitalismo.
“La era de las conquistas militares precedió
en siglos a la aparición del capitalismo. Fueron precisamente estas conquistas
y los sistemas imperiales que se derivaron de ellas los que promovieron el
ascenso imparable del capitalismo” (Amitav Gosh: La maldición de la nuez
moscada, p. 129).
Y según Cedric Robinson:
“La relación entre el trabajo esclavo, la
trata de esclavos y la formación de las primeras economías capitalistas es
evidente” (Marxismo negro).
Pocos, sin embargo, han observado cómo las
técnicas utilizadas por los países liberales para subyugar a los pueblos del
Sur global son exactamente las mismas que las utilizadas por el nazismo de Hitler
en las décadas de 1930 y 1940, con la única diferencia de que Hitler practicó
las técnicas de exterminio contra la población europea, y contra los judíos que
eran parte integrante de la población europea.
Uno de estos pocos es, sorprendentemente, Zbigniew
Brzeziński quien, en un artículo de 2016 titulado Hacia un realineamiento
global, tuvo la honestidad intelectual de escribir: “Las masacres periódicas
han dado lugar en los últimos siglos a exterminios comparables a los de los
nazis durante la Segunda Guerra Mundial”. El artículo de Brzezinski concluye
con estas palabras: “Tan impresionante como la escala de estas atrocidades es
la rapidez con la que Occidente se olvida de ellas”.
De hecho, la memoria histórica es muy
selectiva cuando se trata de los crímenes de la civilización blanca. En
particular, el recuerdo del exterminio de las poblaciones no europeas no recibe
una atención especial y no forma parte de la memoria colectiva, mientras que a
la Shoah se le dedica un culto obligatorio en todos los países occidentales.
La civilización blanca considera a Hitler como
el Mal Absoluto, mientras que los británicos Warren Hastings y Cecil Rhodes, el
alemán Lothar von Trotha, exterminador del pueblo Herrero, o Leopoldo II de
Bélgica son olvidados, cuando no perdonados por la memoria blanca.
Como el general Rodolfo Graziani, torturador
de Libia y Etiopía, que fue gravemente herido en un atentado en Addis Abeba,
pero desgraciadamente salvó la vida, y que después de la guerra fue indultado
por el gobierno italiano para que pudiera convertirse en presidente honorario
del Movimiento Social Italiano, el partido de los asesinos que ahora gobierna
de nuevo en Roma.
Exterminaron a poblaciones enteras para
imponer el dominio económico de Gran Bretaña, Bélgica, Alemania o Francia, por
no hablar de Italia. Sin embargo, no se les recuerda, porque sólo Hitler merece
ser execrado para siempre, ya que sus víctimas no tenían la piel negra.
En cuanto a los exterminadores de los pueblos
de las praderas norteamericanas, son incluso objeto de un culto heroico que
Hollywood decide celebrar.
La colonización ha actuado de forma
irreversible no sólo a nivel material, sino también social y psicológico. Sin
embargo, el principal legado del colonialismo es la pobreza endémica de zonas
geográficas que han sido saqueadas y devastadas hasta tal punto que son
incapaces de salir de su condición de dependencia. La devastación ecológica de
muchas zonas africanas o asiáticas empuja hoy a millones de personas a buscar
refugio mediante la emigración, entonces se encuentran con la nueva cara del
racismo blanco: el rechazo, o una nueva esclavitud, como ocurre en la
producción agrícola o en el sector de la construcción y la logística en los
países europeos.
Dado que el proceso de descolonización no consiguió
transformar la soberanía política en autonomía económica, cultural y militar,
el colonialismo se presenta en el nuevo siglo con nuevas técnicas y
modalidades, esencialmente desterritorializadas, aunque las formas
territoriales del colonialismo no quedan anuladas por la soberanía formal de la
que gozan (por así decirlo) los países del Sur global.
Con el término hipercolonialismo me refiero
precisamente a estas nuevas técnicas, que no suprimen las viejas basadas en el
extractivismo y el robo (de petróleo o de materiales indispensables para la
industria electrónica, como el coltán), sino que dan lugar a una nueva forma de
extractivismo que tiene como medio la red digital y como objeto tanto los
recursos laborales físicos de la mano de obra captada digitalmente como los
recursos mentales de los trabajadores que permanecen en el Sur global pero
producen valor de forma desterritorializada, fragmentada y técnicamente
coordinada.
Hipercolonialismo: extractivismo de los
recursos mentales
Desde que el capitalismo global se ha
desterritorializado a través de las redes digitales y la financiarización, la
relación entre el norte y el sur globales ha entrado en una fase de
hipercolonización.
La extracción de valor del Sur global tiene
lugar en parte en la esfera semiótica: captura digital de mano de obra muy
barata, esclavitud digital y creación de un circuito de mano de obra esclava en
sectores como la logística y la agricultura. Estos son algunos de los modos de
explotación hipercolonial integrados en el circuito del Semiocapital.
La esclavitud reaparece hoy de forma extendida
y omnipresente gracias a la penetración del mando digital y a la coordinación
desterritorializada
La esclavitud –que durante mucho tiempo hemos
considerado un fenómeno precapitalista, y que era una función indispensable de
la acumulación originaria de capital– reaparece hoy de forma extendida y
omnipresente gracias a la penetración del mando digital y a la coordinación
desterritorializada. La cadena de montaje del trabajo se ha reestructurado en
una forma geográficamente deslocalizada: los trabajadores que dirigen la red
mundial viven en lugares situados a miles de kilómetros de distancia, por lo
que son incapaces de poner en marcha un proceso de organización y
autonomía.
La formación de plataformas digitales ha
puesto en marcha sujetos productivos que no existían antes de la década de
1980: una mano de obra digital que no puede reconocerse a sí misma como sujeto
social debido a su composición interna.
Este capitalismo de plataforma funciona a dos
niveles: una minoría de la mano de obra se dedica al diseño y comercialización
de productos inmateriales. Cobran salarios elevados y se identifican con la
empresa y los valores liberales. Por otro lado, un gran número de trabajadores
dispersos geográficamente se dedican a tareas de mantenimiento, control,
etiquetado, limpieza, etcétera. Trabajan en línea por salarios muy bajos y no
tienen ningún tipo de representación sindical o política. Como mínimo, ni
siquiera pueden considerarse trabajadores, porque esas modalidades de
explotación no están reconocidas de ninguna manera y sus escasos salarios se
pagan de forma invisible, a través de la red celular. Sin embargo, las
condiciones de trabajo son, por lo general, brutales, sin horarios ni derechos
de ningún tipo.
La película The Cleaners (2018), de
Hans Block y Moritz Riesewick, relata las condiciones de explotación y desgaste
físico y psicológico a las que se somete a esta masa de semitrabajadores
precarios, reclutados en línea según el principio de Mechanical Turk, creado y
gestionado por Amazon.
Entre los años noventa y la primera década del
nuevo siglo se formó esta nueva mano de obra digital, que opera en condiciones
que hacen casi imposible la autonomía y la solidaridad.
Ha habido intentos aislados de trabajadores
digitales de organizarse en sindicatos o de desafiar las decisiones de sus
empresas: pienso, por ejemplo, en la revuelta de ocho mil trabajadores de
Google contra la subordinación al sistema militar.
Estas primeras manifestaciones de solidaridad
se produjeron, sin embargo, allí donde la mano de obra digital está unida en
gran número y percibe salarios elevados. Pero, en general, el trabajo en red se
antoja irregulable, por ser precario, descentralizado y porque, en gran medida,
se desarrolla en condiciones de esclavitud.
En el libro Los ahogados y los salvados,
Primo Levi escribe que cuando estuvo internado en el campo de exterminio “había
esperado al menos la solidaridad entre compañeros de infortunio”, pero luego
tuvo que reconocer que los internados eran “mil mónadas selladas, entre las que
hay una lucha desesperada, oculta y continua”. Esta es la “zona gris” donde la
red de relaciones humanas no se reduce a víctimas y perseguidores, porque el
enemigo estaba alrededor, pero también dentro.
En condiciones de extrema violencia y terror
permanente, cada individuo se ve obligado a pensar constantemente en su propia
supervivencia, y es incapaz de crear lazos de solidaridad con otros explotados.
Como en los campos de exterminio, como en las plantaciones de algodón de los
estados esclavistas del País de la Libertad, también en el circuito esclavista
inmaterial y material que la globalización digital ha contribuido a crear, las
condiciones para la solidaridad parecen estar vedadas.
Es lo que yo llamaría Hipercolonialismo, una
función dependiente del Semiocapitalismo: extracción violenta de recursos
mentales y tiempo de atención en condiciones de desterritorialización.
Hipercolonialismo y migración. El genocidio
que viene
Pero el Hipercolonialismo no es sólo
extracción de tiempo mental, sino también control violento de los flujos
migratorios resultantes de la circulación ilimitada de los flujos de
información.
Puesto que el Semiocapitalismo ha creado las
condiciones para la circulación mundial de la información, en territorios
alejados de las metrópolis se puede recibir toda la información necesaria para
sentirse parte del ciclo de consumo y del propio ciclo de producción.
Primero se recibe la publicidad, luego un
cúmulo ingente de imágenes y palabras que pretenden convencer a todo ser humano
de la superioridad de la civilización blanca, de la extraordinaria experiencia
que representa la libertad de consumo y de la facilidad con que todo ser humano
puede acceder al universo de bienes y oportunidades.
Por supuesto, todo esto es falso, pero miles
de millones de jóvenes que no tienen acceso al paraíso publicitario aspiran a
alcanzar sus frutos. Al mismo tiempo, las condiciones de vida en los
territorios del Sur global se han vuelto cada vez más intolerables, porque
efectivamente empeoran con el cambio climático, pero también porque se
enfrentan inevitablemente a las oportunidades ilusorias que el ciclo imaginario
proyecta en la mente colectiva.
De ahí que, por necesidad y por deseo, una
masa creciente de personas, sobre todo jóvenes, se desplace físicamente hacia
Occidente, que reacciona a este asedio con miedo, agresiones y racismo. Por un
lado, la infomáquina envía mensajes seductores, y llama hacia el centro, del
que emanan flujos de atracción. Por otro lado, sin embargo, quienes creen en
ella y se acercan a la fuente de la ilusión acaban en un proceso masacrante.
La población del Norte global, cada vez más
vieja, poco prolífica, económicamente en declive y culturalmente deprimida, ve
en las masas migrantes un peligro. Temen que los pobres de la tierra lleven su
miseria a las metrópolis ricas. Se les presenta como la causa de las desgracias
que sufre la minoría privilegiada: una clase de políticos especializados en
sembrar el odio racial ilusiona a los viejos blancos haciéndoles creer que si
alguien pudiera acabar con esa inquietante masa de jóvenes que presiona a las
puertas de la fortaleza, si alguien pudiera eliminarlos, destruirlos,
aniquilarlos, entonces volverían los buenos tiempos, Estados Unidos volvería a
ser grande y la moribunda patria blanca recuperaría su juventud.
En la última década, la línea que divide el
Norte del Sur, la línea que va desde la frontera entre México y Texas hasta el
mar Mediterráneo y los bosques de Europa central y oriental, se ha convertido
en una zona donde se libra una guerra infame: el corazón negro de la guerra
civil mundial. Una guerra contra personas desarmadas, agotadas por el hambre y
la fatiga, atacadas por policías armados, perros rastreadores, fascistas sádicos
y, sobre todo, por las fuerzas de la naturaleza.
A pesar de los brillantes anuncios de
mercancías que animan a los idiotas consumistas, y a pesar de la propaganda de
los cerdos neoliberales, la lógica del Semiocapital funciona de una única
manera: el Norte global se infiltra en el sur a través de los innumerables
tentáculos de la red: una herramienta para captar fragmentos del trabajo
desterritorializado.
Pero la penetración física del Sur, que
presiona para acceder a territorios donde el clima aún es tolerable, donde hay
agua, donde la guerra aún no ha llegado con toda su fuerza destructiva, es
repelida por la fuerza y el genocidio. Una parte significativa, si no
mayoritaria, de la población blanca ha decidido atrincherarse en la fortaleza y
utilizar cualquier medio para repeler la oleada migratoria. Los colonialistas
de ayer –los que en siglos pasados llegaron a través de los mares para invadir
los territorios-presa– claman ahora por la invasión porque millones de personas
están presionando las fronteras de la fortaleza.
Este es el principal frente de guerra que se
desarrolla desde principios de siglo, y que se amplía, adoptando por doquier
los contornos del exterminio. No es el único frente de guerra: otro frente de
la caótica guerra mundial es el inter-blanco que enfrenta a la democracia
liberal imperialista con el soberanismo autoritario fascista.
La desintegración de Occidente, y en
particular de la Unión Europea, como resultado de la guerra inter-blanca, corre
paralela a la guerra genocida en la frontera: dos procesos distintos
entrelazados en la escena de los años veinte.
¿Cómo salir vivo? Esta es la pregunta que se
hacen todos los desertores.
Hay que organizarse para desertar juntos.
*Artículo
publicado por primera vez en CTXT, el 14 de septiembre del 2024. Traducción:
Ángela Molina Climent.
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