Fuente:
Jacobin
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Traducción: Pedro Perucca
Suele decirse que los socialistas son
ingenuos y soñadores poco realistas. Pero es precisamente lo contrario: sabemos
que el poder corrompe, por eso queremos democratizar todas las esferas de la
sociedad.
ace poco debatí con el YouTuber canadiense de
extrema derecha y autodenominado libertario Stefan Molyneux. Aunque Molyneux
mantiene algunas posturas claramente no libertarias sobre Donald Trump y la
restricción de la inmigración, y pasó gran parte del debate tratando de
escabullirse de esa contradicción obvia, presenta todos los argumentos
libertarios habituales contra el socialismo.
Uno de ellos tiene que ver con el
efecto corruptor del poder político. En su discurso de apertura, Molyneux
argumentó:
Los seres humanos no pueden manejar
el poder de ninguna forma. El poder es muy malo para nosotros. Ya sabes, cuando
era niño teníamos que poner monedas en la caja de fusibles y a veces teníamos
que poner monedas de un céntimo porque… era un gran peligro de incendio y así
sucesivamente, pero… los seres humanos no pueden manejar enormes voltajes de
poder político más de lo que las monedas de un céntimo cuando yo era niño
podían manejar la energía eléctrica: se derretían regularmente y goteaban. Los
seres humanos se ven abrumados, reventados y corrompidos por el poder.
Totalmente de acuerdo. Pero como
señalé en mi respuesta, las preocupaciones de Molyneux no nos dan una razón
para oponernos al socialismo. Nos dan una poderosa razón para apoyarlo.
El argumento de la naturaleza humana
Podría ser útil empezar con un
argumento relacionado: la naturaleza humana, se nos dice a menudo, es egoísta y
cruel. Intentar obligar a los seres humanos a cooperar y a ser altruistas es
peligrosamente utópico, como intentar que los tigres se vuelvan vegetarianos.
Algunos socialistas contraatacan diciendo que la naturaleza humana es cooperativa
y altruista, o que los seres humanos simplemente no tienen una naturaleza fija.
Determinar cuál de estas tres
posturas es la correcta es una cuestión complicada y turbia. David Hume dice en
su ensayo sobre la inmortalidad del alma que la mayoría de nosotros «flotamos
entre el vicio y la virtud». Eso es probablemente lo más parecido a una buena
respuesta que se puede obtener sin hacer una inmersión profunda en la
psicología empírica, la antropología, la sociología e incluso la biología
evolutiva. Sin embargo, como ya he dicho en otro lugar, no hace falta comprometerse con
ninguna respuesta concreta a estas preguntas para ver que el argumento
antisocialista sobre la naturaleza humana no es convincente.
¿Por qué? Porque si nos preocupa que
los seres humanos actúen con excesiva crueldad o egoísmo, tenemos que diseñar
un orden económico que no fomente ni recompense esos impulsos. Esto no tiene
nada que ver con un impulso utópico para erradicar los rasgos negativos de la
psicología humana. A los socialistas no nos interesa cambiar los corazones. Nos
interesa cambiar las instituciones políticas y económicas. Creer que algunas
personas siempre tendrán el impulso de conducir demasiado rápido no es una
razón para no establecer límites de velocidad.
El poder económico corrompe
La misma respuesta básica se aplica
al argumento de Molyneux sobre cómo las tentaciones del poder político pueden
superar nuestras inhibiciones a la hora de abusar de ese poder. La mejor
versión contra el socialismo del argumento de que «el poder corrompe» podría
ser algo así:
Premisa uno: En el socialismo, todo
el poder político y económico se concentrará en manos de los burócratas del
gobierno.
Premisa dos: Si se confía a los
burócratas un enorme poder, abusarán de él.
Premisa tres: Cualquier forma de
organización social que conduzca previsiblemente a tales abusos de poder es
inaceptable.
Conclusión: El socialismo es
inaceptable.
Horrores como las purgas de Stalin y
el Gran Salto Adelante de Mao demuestran vívidamente la verdad de la Premisa
Dos. Por eso los socialistas democráticos creen que debemos limitar el poder de
los burócratas del gobierno mediante instituciones políticas democráticas y
restricciones constitucionales para proteger derechos importantes como la
libertad de expresión.
Pero si se utiliza como argumento
contra el socialismo en general, incluido el tipo de sociedad que defienden los
socialistas democráticos, todo esto se viene abajo. No queremos entregarle el
poder a una nueva clase dirigente de burócratas estatales. Como escribí antes, queremos ampliar la
democracia al ámbito económico.
Una de las principales motivaciones
de la política democrático-socialista es el reconocimiento de que la Premisa
Dos es igual de cierta si cambiamos «capitalistas» por «burócratas». La
concentración del poder económico en manos de individuos ricos y empresas
capitalistas genera horrores que van desde el trato depredador de Harvey
Weinstein a las actrices hasta el trabajo agotador en los almacenes de Jeff
Bezos.
Los sindicatos y el Estado
regulador pueden frenar
algunas de estas depredaciones, pero las concentraciones de poder económico siempre
encuentran la forma de amasar poder político. Los intereses empresariales se
apoderan de las agencias reguladoras y debilitan, cooptan o incluso aplastan a
los sindicatos.
En realidad, los socialistas
democráticos somos los realistas: pensamos que la mejor garantía contra el
abuso de poder de los seres humanos falibles es repartir el poder de forma
equitativa entre los individuos. Y como no creemos que se pueda confiar a nadie
el tipo de poder que tiene un director general sobre los trabajadores de a pie,
luchamos por dar poder a la mayoría y abolir los privilegios de unos pocos.
Ben Burgis es profesor de filosofía y autor de Give Them An Argument:
Logic for the Left. Es presentador del podcast Give Them An Argument.
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