Traducción: Pedro Perucca
Fuente: Jacobin
https://jacobinlat.com/2024/09/recuperar-al-camarada-orwell/
George Orwell se convirtió en un
espejo en el que cualquier posición política puede mirarse y devolverse la
mirada. Pero no nos equivoquemos: Orwell pertenece a la izquierda.
Durante la primera semana de
revelaciones sobre el programa «Prisma» de la Agencia de Seguridad Nacional,
George Orwell se puso al rojo vivo. O, más exactamente, la lectura (o al menos
la posesión) de 1984 de Orwell se puso al rojo vivo. Las ventas del
clásico se dispararon un 7000% en Amazon a los pocos días de las primeras
noticias sobre la nueva y ominosa forma de nuestra cultura de la vigilancia.
La repentina popularidad de Orwell
tiene un costo para el legado del autor. La lectura de 1984 y
de Rebelión en la granja sólo proporciona una introducción simplista
a un pensador complejo. Además, sus escritos y su actuación en medio de luchas
intestinas en la izquierda hicieron que su legado sea difícil de comprender sin
un análisis minucioso tanto de su vida como de sus obras.
Orwell se convirtió en un espejo en
el que todo tipo de posiciones políticas pueden mirarse y, sin falta, verse a
sí mismas devolviendo la mirada. Pero ya es hora de reivindicar a Orwell como
compañero de lucha por un mundo mejor.
Lamentablemente, no son pocos los
sectarios de Ron Paul, los anarquistas y los hacktivistas libertarios que
consideran a 1984 como una especie de volumen complementario
de La rebelión de Atlas. Incluso Glenn Beck cita con frecuencia fragmentos
escogidos de Orwell. El difunto Christopher Hitchens enturbió aún más las
aguas, utilizando a Orwell como arquetipo de su propio giro a la izquierda en
los últimos años de su vida y su posterior apoyo a la Guerra contra el Terror
de George W. Bush.
Rebelión en la granja merece
especial atención, ya que se convirtió en un documento importante para los
apologistas del capital y lo suficientemente conocido como para que pudieran
citarlo sin leerlo. Orwell tuvo dificultades para publicar el libro, menos por
su tenor antiestalinista y más porque las editoriales creían que su mensaje
glorificaba las intenciones y objetivos originales de octubre de 1917. Al poeta
profundamente reaccionario T. S. Eliot, por ejemplo, no le gustó nada el libro
porque creía que Rebelión en la granja sugería que la respuesta al
comunismo era «más comunismo».
Oscureciendo aún más las cuestiones,
el conocimiento que el público en general tiene del libro procede en gran
medida de una película de animación de 1954, que, como muestra Daniel J. Leab
en su excelente Orwell Subverted, recibió financiación de la CIA.
Realizada varios años después de la muerte de Orwell, la película representa
una seria revisión de la novela, sugiriendo no que la Revolución Rusa había
salido mal, sino que nunca debería haber ocurrido. Se suprimen o suavizan las
representaciones positivas de León Trotsky («Bola de Nieve» en el libro). El
«Viejo Mayor», el anciano filósofo que es una mezcla de Marx y Lenin en la
novela, aparece gordo, estúpido y ridículo en la película.
Los últimos años de su vida, el propio
Orwell contribuyó a la confusión sobre su política. Siempre firme en sus
posiciones de izquierda, se asoció con socialistas anticomunistas profundamente
desencantados con el rumbo tomado por la política exterior soviética.
Colaborador de la Partisan Review, Orwell se volvió un firme defensor de
la Oposición de Izquierda antiestalinista.
En los últimos meses de su vida
también tomó la fatídica decisión de redactar una lista de treinta y cinco
nombres de simpatizantes estalinistas y apologistas liberales burgueses para
los «juicios espectáculo» de Stalin. Cabe señalar que Orwell esperaba que el
gobierno británico utilizara esta lista principalmente con fines
propagandísticos; ya que no se trataba del tipo de «lista» tan familiar en la
caza de brujas del Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de
Representantes en los Estados Unidos. Aun así, fue una decisión indefendible
para un moribundo que tenía un voluminoso archivo en el MI5 en el que se
detallaban sus actividades «comunistas» y sus asociados.
La prolífica escritura del propio
Orwell nos permite comprender mejor estos hechos aislados de su biografía.
Desde su pluma (y desde el cañón de su arma en la Guerra Civil española), el
fascismo rara vez ha tenido un enemigo mayor y el socialismo pocos defensores
más importantes.
Tomemos, por ejemplo, su El
camino a Wigan Pier, una de las declaraciones más firmes en favor de la
posición socialista jamás escrita. La primera mitad del El
camino… presenta un retrato profundamente conmovedor de las condiciones de
empleo y la cruda experiencia de la vida entre los mineros del carbón del norte
de Inglaterra. Recrea el mundo de «esos pobres vagabundos bajo tierra,
ennegrecidos hasta los ojos, con las gargantas llenas de polvo de carbón,
haciendo avanzar sus palas con brazos y vientres de acero».
La segunda mitad del libro constituye
una defensa a ultranza de la posición de la izquierda dura. Tras ofrecer uno de
los análisis más completos y elegantes de las actitudes de clase jamás escritos
en inglés, Orwell afirma esencialmente que ninguna persona en su sano juicio
puede dejar de ver el socialismo como la única respuesta real a estos problemas
y sólo aquellos con el «motivo corrupto» de «aferrarse al sistema social
actual» podrían oponerse a él.
Sin embargo, siendo Orwell quien es,
gran parte de la segunda parte no escatima en su crítica al marxismo tal como
se expresa en la política. Es implacable en su crítica a los ‘snobs
bolcheviques’ que probablemente se casarán con personas ricas y acabarán siendo
conservadores a los treinta y cinco años. No tiene paciencia con los
intelectuales comunistas que hablan a la clase trabajadora solo en el lenguaje
abstruso de la teoría. Nos vendría bien, dice, ‘un poco menos de charla sobre
capitalistas y proletarios y un poco más sobre los ladrones y los que sufren el
robo’.
En general, Orwell consideraba que el
socialismo de su época fracasaba en su tarea más básica: ayudar a fomentar la
conciencia de clase. ¿Qué cambia, se pregunta en El camino…, cuando un
burgués se afilia al Partido Comunista Británico? No mucho, concluye, ya que
con demasiada frecuencia se puede detectar el tufillo del diletantismo.
Lo que se necesitaba, en su opinión,
era un compromiso inquebrantable con la lucha de clases en lugar del tipo de
progresismo de moda que muy frecuentemente paraliza la construcción de un
movimiento popular de masas. Este odio a las camarillas izquierdistas y a la
jerga de club a veces llevaba a Orwell a una retórica que hoy en día es
fácilmente imitada por los charlatanes conservadores. Los vegetarianos lo
ponían de mal humor. El ethos masculino que compartía con sus
compañeros socialistas Jack London y Ernest Hemingway lo cegó ante las
conexiones entre la disponibilidad de métodos anticonceptivos y la justicia
económica. Su tono estentóreo en estas cuestiones surgió de su insistencia en
la centralidad de la lucha de clases. Al fin y al cabo, la lucha de clases
significaba exactamente eso: una guerra entre los ladrones y quienes sufren el
robo, no una subcultura de opciones políticas extravagantes. Los socialistas,
sugiere, son muy a menudo la peor publicidad del socialismo.
Orwell también se muestra
clarividente en su debate sobre la redefinición de las categorías marxistas
para ese nuevo mundo que vio nacer. Lo preocupaba que buena parte de la
propaganda socialista hubiera representado al «trabajador mítico» como el
fornido albañil y minero vestido de mameluco. Sabía que «el obrero» salido
directamente del realismo soviético sería sustituido progresivamente más por un
nuevo tipo de proletariado que trabajaría en una nueva fase del capitalismo.
¿Qué pasa, se pregunta, «con el
desdichado ejército de oficinistas y tenderos»? Su idea presagia nuestra
conciencia actual de las posibilidades de construir un movimiento que incluya a
los trabajadores de oficina y los empleados de call center, a los
«asociados» de Walmart y a los trabajadores de la comida rápida. Orwell sabía
que si utiliza el lenguaje del explotador y el explotado, la izquierda estará
en mejores condiciones para defender sus argumentos. Aquellos que se enfrentan
a la naturaleza viciosa del capitalismo a través de las largas horas de trabajo
diario conocen la explotación de primera mano. No son diletantes y, como nos
recuerda Orwell, la revolución les pertenece.
La lucha por crear una izquierda
relevante dependerá de la capacidad para hablar un lenguaje de lucha de clases
sin caer en el oscurantismo teórico común a los marxistas de la sociedad
occidental actual. La trinchera de Orwell en El camino… habría sido
aún más firme si hubiera visto el destino del marxismo en las últimas décadas.
En Estados Unidos, «marxista» aparece más a menudo como un elemento de las
subculturas académicas de moda que como la ideología de un movimiento de masas.
El primer paso para reivindicar a
Orwell es leer Orwell. El camino a Wigan Pier y Homenaje a
Cataluña son lugares obvios para empezar. Este último, que trata de sus
experiencias al ganar la Guerra Civil española luchando junto a los
trotskistas, pone en contexto su posición vehementemente antiestalinista.
También vale la pena recordar que,
antes que cualquier otra cosa, Orwell fue un ensayista empedernido, uno de los
críticos de libros, películas, obras de teatro e ideas más prolíficos que
produjo el siglo XX. Ensayos como «¿Pueden ser felices los socialistas?» e
incluso piezas aparentemente inconexas sobre Charles Dickens, Tolstoi y el
consumo de té están llenos de análisis de clase y críticas al capitalismo
industrial que él conocía bien.
El nombre de Orwell
y 1984 siguen teniendo una resonancia tan poderosa que no es de
extrañar que tantos busquen su imprimátur. Y, como ocurre con todos los
pensadores complejos, es posible encontrar lo que parecen citas de apoyo, tanto
de sus escritos como de su experiencia vital, para un sinfín de ideologías.
Los usos mercenarios de fragmentos de
la obra de Orwell pretenden apropiarse de él para fines reaccionarios y no para
los objetivos por los que luchó toda su vida. Glenn Beck, aunque desvergonzado,
debería avergonzarse. Y Christopher Hitchens le hizo un flaco favor al tratar
de reivindicarlo como su santo patrón. George Orwell pertenece al pueblo.
Scott Poole: Autor de Monsters in America y de Vampira . Enseña
historia cultural en el College of Charleston
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