Revista Pulsiones Año I ¿Qué significa el internacionalismo socialista en el siglo XXI?... por Valerio Arcary
Fuente: Jacobin
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Las situaciones en Venezuela, Gaza y Ucrania ilustran los dilemas que
enfrenta el internacionalismo socialista. Es crucial evitar una visión limitada
a la geopolítica de los conflictos de clase, así como subestimar el papel del
imperialismo y la influencia de los Estados.
No se puede ser internacionalista a medias. El
llamado «nacionalismo de la URSS» o estalinismo no debe confundirse con el
internacionalismo genuino, y más bien merece ser etiquetado como «campismo»
socialista. La existencia de países donde se expropió la propiedad privada de
los grandes medios de producción, aunque sus regímenes políticos fueran
aberraciones burocráticas, un híbrido histórico y necesariamente transitorio,
colocó a la izquierda internacionalista de la posguerra en una situación
paradójica y desconcertante. Se vio en la necesidad de defender la naturaleza
social de esos Estados frente a la presión imperialista por restaurar el
capitalismo, pero al mismo tiempo debía apoyar las movilizaciones obreras por
las libertades democráticas. Es decir, una defensa condicionada al signo de
clase del conflicto. Esto representa un desafío mucho más complejo que la
simple defensa incondicional o la oposición categórica. La oscilación del
péndulo ha generado desequilibrios: estalinofilia y estalinofobia. Hoy,
el mismo dilema se plantea con Venezuela o Cuba. La defensa de estos países
frente a la agresión imperialista no nos exime de criticar sus regímenes. El
reto consiste en analizar concretamente cuál es el mayor peligro inmediato para
la clase trabajadora en cada situación. Porque no es posible luchar contra
todos al mismo tiempo. Los dilemas del internacionalismo son complejos, pero
solo una izquierda verdaderamente internacionalista es digna del futuro.
Internacionalismo y nacionalismo
La izquierda global está dividida por los
resultados de las elecciones en Venezuela. Pero, ¿quiénes realmente se
posicionan como internacionalistas? ¿Aquellos que afirman que hubo fraude y
exigen reconocer la derrota de Maduro? ¿O los que condenan la injerencia
estadounidense que apoya a la extrema derecha liderada por María Corina? La
izquierda alguna vez fue más coherente en su internacionalismo. Sin embargo,
pequeñas desviaciones teóricas a menudo conducen a graves errores en la acción
política. Antes, casi toda la izquierda comprendía como progresistas las
demandas de un programa nacional en los países periféricos que sufrían opresión
imperialista. El nacionalismo en los países centrales es reaccionario, mientras
que en los países dependientes es progresista. Esto se debe a que el
nacionalismo en los países centrales, que dominan el mundo, ha estado y sigue
estando intrínsecamente ligado a la defensa de un imperialismo contra otro, hoy
entre Estados Unidos y China. No es casualidad que el nacionalismo sea la
ideología dominante tanto en Washington como en Pekín.
Reducir el conflicto en Venezuela a una simple
lucha entre democracia y dictadura oculta el hecho de que, en los últimos cinco
años, el país ha sido castigado por EE. UU. con sanciones económicas como parte
de una estrategia para provocar un levantamiento contra el gobierno. Esta
estrategia fracasó en su objetivo de derrocar al gobierno, pero logró debilitar
significativamente al gobierno de Maduro. La verdadera disyuntiva en Venezuela
no es entre democracia y dictadura, sino lamentablemente entre independencia
nacional y recolonización.
El nacionalismo en Israel, un país asociado al
imperialismo, es reaccionario; en cambio, en Cisjordania palestina, una nación
oprimida, es progresista. La izquierda debe apoyar las luchas nacionalistas en
los países periféricos y, al mismo tiempo, denunciar las ambiciones
nacionalistas en los países centrales, es decir, debe ser firmemente
antimperialista. Aunque el régimen de Hamás en Gaza es una dictadura teocrática
y el régimen sionista en Israel se presenta como una democracia liberal, la
forma de gobierno no debería ser el factor determinante para definir nuestro
apoyo. La guerra comenzó con un ataque de Hamás contra Israel que alcanzó
objetivos no militares, algo que la tradición socialista no aprueba. Sin
embargo, esto no debe inhibir a la izquierda mundial de denunciar con firmeza la
ofensiva genocida de Israel en la Franja de Gaza. Defender al pueblo palestino
no es lo mismo que respaldar políticamente a los dirigentes de Hamás. La
disyuntiva no es entre la democracia sionista y la dictadura palestina; la
verdadera alternativa es entre la limpieza étnica genocida o la creación de un
Estado palestino. Este mismo criterio debe aplicarse en el caso de Venezuela.
Coherentemente, esto significa defender a Venezuela contra el peligro de una
guerra civil, especialmente si se produce una escisión en las fuerzas armadas
alentada por EE. UU., independientemente de nuestras críticas hacia el gobierno
de Maduro.
El mundo se ha vuelto mucho más peligroso en
la última década. La guerra en Ucrania no puede reducirse a un simple
enfrentamiento entre una nación oprimida y una Rusia imperialista. Aunque tiene
una naturaleza dual, al ser Ucrania un país periférico, lo que prevaleció fue
la ofensiva de la OTAN contra Moscú, transformando el conflicto en una guerra
interimperialista. Kiev renunció a su independencia al aceptar el estatus de
semicolonia estadounidense. Del mismo modo que en la Primera Guerra Mundial no
tenía sentido para los socialistas apoyar a ninguno de los bloques
imperialistas, ya fuera el anglofrancés o el germanoaustriaco, ni la victoria
de Rusia ni la de Ucrania tendrán un significado progresista. La política
socialista correcta en ese contexto era el derrotismo revolucionario. No es
casualidad que haya internacionalistas encarcelados tanto por Zelensky en Kiev
como por Putin en Moscú.
El nacionalismo exaltado se ha convertido en
el lenguaje de la extrema derecha a nivel global. El lema «MAGA» (Make America
Great Again) de Trump en Estados Unidos, “Brasil por encima de todo” que llevó
a Bolsonaro a la victoria en 2018, y eslóganes similares en apoyo del Brexit en
Reino Unido, han impulsado también a neofascistas en Holanda y Bélgica y han
sido clave en la reelección de Putin en Rusia y de Modi en India. Este discurso
tiene raíces históricas profundas. El nacionalismo, como ideología del Estado-nación,
se remonta a la Revolución Francesa en el siglo XVIII. Ganó fuerza en Europa en
la lucha contra el liberalismo y el socialismo en las últimas décadas del siglo
XIX. Fue el nacionalismo, en sus diferentes versiones, el que legitimó los
imperialismos modernos y llevó al mundo al borde de la destrucción en dos
guerras totales en el siglo XX. La fuerza del concepto de nación en la
percepción burguesa del mundo residía en la idea de que el Estado debía ser la
«expresión de un pueblo» Esta idea alimentó la creencia de que ciertos pueblos
o razas eran superiores a otros. Cuanto más exaltado el nacionalismo, más
formidable se consideraba su historia, su carácter y su destino. El
nacionalismo en los países centrales siempre ha sido racista y reaccionario,
siendo el nazifascismo su versión contrarrevolucionaria más extrema.
El marxismo siempre se ha distinguido por
considerar los antagonismos de clase como los conflictos decisivos del mundo
contemporáneo, aunque no son los únicos. Numerosas luchas democráticas se
desarrollan de manera simultánea y, en muchos casos, de forma inseparable del
enfrentamiento entre capital y trabajo. Estas incluyen luchas democráticas
contra regímenes autoritarios, tiránicos y dictatoriales; contra la opresión
racista, sexista y LGTBfóbica; en defensa de un programa medioambiental ante la
amenaza de una catástrofe ecológica provocada por el calentamiento global; y
luchas indígenas en defensa de los derechos de los pueblos originarios.
Igualmente importante es la lucha democrática de las naciones oprimidas por el
derecho a la liberación nacional.
La izquierda no solo debe defender las
reivindicaciones de la clase obrera frente al capital, ya que la explotación no
es la única forma de dominación en el mundo. Si bien la explotación es la
dominación del capital que extrae trabajo no remunerado, existen muchas formas
de opresión que no son menos crueles, atroces e inhumanas. El sufrimiento de
los oprimidos no es menor que el de la clase obrera; de hecho, a menudo es
incluso mayor. La izquierda debe reconocer la necesidad de realizar
mediaciones, es decir, construir alianzas transitorias dentro de bloques
sociales heterogéneos en torno a consignas democráticas progresivas. Todas las
luchas contra la opresión que, aunque no sean estrictamente anticapitalistas,
se basan en una dinámica históricamente liberadora, emancipadora y justa, deben
ser consideradas progresistas.
Conflictos interimperialistas
El orden imperialista mundial no puede
mantenerse indefinidamente sin recurrir a la guerra. Estas conclusiones se
basan en un análisis de nuestra época. Desde una perspectiva histórica, el
logro más significativo del capitalismo ha sido la creación del mercado mundial
y el desencadenamiento de fuerzas productivas previamente inimaginables. Sin embargo,
este avance ha tenido un costo catastrófico para la humanidad: la lucha por la
dominación imperialista global. Unos pocos Estados controlan, dominan y oprimen
a la inmensa mayoría de los países, imponiendo su orden y luchando por mantener
sus posiciones de poder, lo que amenaza constantemente la paz mundial. Este
sistema es conocido como el orden mundial imperialista, y no puede preservarse
sin guerras.
El capitalismo representa un obstáculo
insuperable para la tendencia más profunda del desarrollo histórico que él
mismo ha potenciado: la creciente unificación de la humanidad en una
civilización mundial. Esta tendencia es solo una posibilidad, no un destino
inevitable. El capitalismo no puede lograr esa unificación. El socialismo es el
programa que busca realizar esa posibilidad. Ser de izquierdas implica ser
antiimperialista.
Cuando decimos que el orden mundial se ha
estructurado como un orden imperialista durante al menos los últimos cien años,
no estamos sugiriendo la existencia de un gobierno mundial. El capitalismo no
ha logrado superar las fronteras nacionales de sus Estados imperialistas. El
Brexit y la crisis de la Unión Europea son evidencias de que la competencia
entre las burguesías de los países centrales sigue siendo intensa en las disputas
por el espacio económico y el arbitraje de los conflictos políticos. La
hipótesis del superimperialismo, discutida en la época de la II Internacional
como una fusión de intereses imperialistas entre los países centrales, no se ha
materializado. El ultraimperialismo ha demostrado ser nada más que una utopía
reaccionaria.
Las turbulencias en el sistema internacional
de Estados están en aumento. Sin embargo, sería obstuso no reconocer que las
burguesías de los principales países imperialistas han logrado consolidar un
centro de poder en el sistema internacional tras la casi total destrucción
causada por la Segunda Guerra Mundial. Este centro sigue expresándose
institucionalmente, veinticinco años después del colapso de la URSS, a través
de organizaciones como la ONU y el sistema de Bretton Woods, que incluye al
FMI, al Banco Mundial, a la OMC, al BPI de Basilea y, finalmente, al G7.
La contrarrevolución ha aprendido de la
historia. En el núcleo del poder imperialista se encuentra la Tríada: Estados
Unidos, la Unión Europea y Japón. La Unión Europea y Japón mantienen relaciones
asociadas y complementarias con Washington y han aceptado su superioridad desde
el final de la Segunda Guerra Mundial. El cambio histórico de 1989-91 no alteró
el papel de esta Tríada ni, en particular, el lugar de Estados Unidos. Aunque
su liderazgo ha disminuido, sigue prevaleciendo por varias razones: el tamaño
de su economía, especialmente su mercado interno; el atractivo del dólar como
moneda de reserva y su dominio financiero; su superioridad militar; y su
capacidad de iniciativa política. Estos factores han permitido a Estados
Unidos, a pesar de una tendencia al debilitamiento, mantener su posición de
liderazgo en el sistema internacional de Estados. Tanto Trump como Kamala
Harris tienen la tarea de preservar esta posición, especialmente frente a
China. Para eso siendo vital para EE. UU. asegurar el dominio en América
Latina.
Ningún estado de la periferia ha sido aceptado
en el centro del sistema en los últimos veinticinco años. China y Rusia son
Estados que han preservado su independencia política, aunque han restaurado el
capitalismo, recurriendo incluso al endeudamiento en el mercado mundial, y
juegan un papel protoimperialista en sus regiones de influencia. Sin embargo,
se han producido cambios en la inserción de los Estados periféricos, con
algunos experimentando una mayor dependencia y otros una menor.
Desde los años 80, lo que predominó fue un
proceso de inserción subalterna o «recolonización», aunque con variaciones.
Esta dinámica es opuesta a la que prevaleció entre 1945 y 1975, tras la derrota
del nazifascismo, cuando la mayoría de las antiguas colonias obtuvieron, aunque
de manera parcial, independencia política dentro de un contexto de dependencia
o incluso semicolonial. La mayoría de los Estados que lograron independencia
durante la ola de revoluciones antiimperialistas que siguió a las victorias en
China, Corea y Vietnam, han visto una regresión. Países como Argelia, Egipto,
Libia, Irak y Siria son ejemplos de este retroceso histórico posterior a 1991,
algunos de los cuales han regresado incluso al estatus de protectorados. A
pesar de estos retrocesos, todavía existen gobiernos independientes como los de
Venezuela y Cuba, aunque su situación es extremadamente inestable.
No se puede ser internacionalista a medias. Un
análisis de los conflictos entre las clases en los países que ignoren el papel
de los Estados y su política en el contexto global disminuye la fuerza de la
contrarrevolución. Pero el problema es aún mayor cuando se subestiman los
conflictos de clase en cada sociedad; en ese caso, el análisis tiende a caer en
valoraciones superficiales y a exagerar la fuerza de la contrarrevolución. Este
enfoque erróneo fue adoptado por gran parte de la izquierda mundial en el siglo
XX, especialmente por quienes vinculaban el destino de la causa socialista al
futuro del gobierno de la URSS y sus aliados. Lamentablemente, el
internacionalismo ha disminuido considerablemente.
Valerio
Arcary
Historiador,
militante del PSOL (Resistencia) y autor de O Martelo da História. Ensaios
sobre a urgência da revolução contemporânea (Sundermann, 2016).
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