Gráfica: La Tinta
https://latinta.com.ar/2020/05/04/el-monstruo-de-dos-cabezas-y-mil-manos/
Fuente: Bloghemia
https://www.bloghemia.com/2024/09/que-es-la-sociedad-disciplinaria-por.html
"El sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la
fase disciplinaria. El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la
técnica disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber." Byung Chul
Han
La sociedad disciplinaria de
Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y
fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha
establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una
sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros
comerciales y laboratorios genéticos.
La sociedad del siglo XXI ya no es
disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se
llaman ya «sujetos de obediencia», sino «sujetos de rendimiento». Estos sujetos
son emprendedores de sí mismos. Aquellos muros de las instituciones
disciplinarias, que delimitan el espacio entre lo normal y lo anormal, tienen
un efecto arcaico.
El análisis de Foucault sobre el
poder no es capaz de describir los cambios psíquicos y topológicos que han
surgido con la transformación de la sociedad disciplinaria en la de
rendimiento. Tampoco el término frecuente sociedad de control hace justicia a
esa transformación. Aún contiene demasiada negatividad. La sociedad
disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la negatividad de la
prohibición. El verbo modal negativo que la caracteriza es el nopoder
(Nicht-Dürfen). Incluso al deber (Sollen) le es inherente una negatividad: la
de la obligación. La sociedad de rendimiento se desprende progresivamente de la
negatividad. Justo la creciente desregularización acaba con ella. La sociedad
de rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo poder (können)
sin límites. Su plural afirmativo y colectivo «Yes, we can» expresa
precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la
motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad
disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera dementes y
criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y
fracasados.
El cambio de paradigma de una
sociedad disciplinaria a una sociedad de rendimiento denota una continuidad en
un nivel determinado. Según parece, al inconsciente social le es inherente el
afán de maximizar la producción. A partir de cierto punto de productividad, la
técnica disciplinaria, es decir, el esquema negativo de la prohibición, alcanza
de pronto su límite. Con el fin de aumentar la productividad se sustituye el
paradigma disciplinario por el de rendimiento, por el esquema positivo del
poder hacer (Können), pues a partir de un nivel determinado de producción, la
negatividad de la prohibición tiene un efecto bloqueante e impide un
crecimiento ulterior.
La positividad del poder es mucho más
eficiente que la negatividad del deber. De este modo, el inconsciente social
pasa del deber al poder. El sujeto de rendimiento es más rápido y más
productivo que el de obediencia. Sin embargo, el poder no anula el deber. El
sujeto de rendimiento sigue disciplinado. Ya ha pasado por la fase
disciplinaria. El poder eleva el nivel de productividad obtenida por la técnica
disciplinaria, esto es, por el imperativo del deber. En relación con el
incremento de productividad no se da ninguna ruptura entre el deber y el poder,
sino una continuidad. Alain Ehrenberg sitúa la depresión en el paso de la
sociedad disciplinaria a la sociedad de rendimiento:
El deprimido no está a la altura, está
cansado del esfuerzo de devenir él mismo. De manera discutible, Alain Ehrenberg
aborda la depresión solo desde la perspectiva de la economía del sí mismo
(Selbst). Según él, el imperativo social de pertenecerse solo a sí mismo causa
depresiones. Ehrenberg considera la depresión como la expresión patológica del
fracaso del hombre tardomoderno de devenir él mismo. Pero también la carencia
de vínculos, propia de la progresiva fragmentación y atomización social,
conduce a la depresión. Sin embargo, Ehrenberg no plantea este aspecto de la
depresión; es más, pasa por alto asimismo la violencia sistémica inherente a la
sociedad de rendimiento, que da origen a infartos psíquicos.
Lo que provoca la depresión por
agotamiento no es el imperativo de pertenecer solo a sí mismo, sino la presión
por el rendimiento. Visto así, el síndrome de desgaste ocupacional no pone de
manifiesto un sí mismo agotado, sino más bien un alma agotada, quemada. Según
Ehrenberg, la depresión se despliega allí donde el mandato y la prohibición de
la sociedad disciplinaria ceden ante la responsabilidad propia y las
iniciativas. En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e
iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la
sociedad del trabajo tardomoderna. Alain Ehrenberg equipara de manera equívoca
el tipo de ser humano contemporáneo con el hombre soberano de Nietzsche: «El
individuo soberano, semejante a sí mismo, cuya venida anunciaba Nietzsche, está
a punto de convertirse en una realidad de masa: nada hay por encima de él que
pueda indicarle quién debe ser, porque se considera el único dueño de sí
mismo». Precisamente Nietzsche diría que aquel tipo de ser humano que
está a punto de convertirse en una realidad de masa ya no es ningún superhombre
soberano, sino el último hombre que tan solo trabaja. Al nuevo tipo de hombre,
indefenso y desprotegido frente al exceso de positividad, le falta toda
soberanía. El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí
mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo,
verdugo y víctima. El sí mismo en sentido empático es todavía una categoría
inmunológica. La depresión se sustrae, sin embargo, de todo sistema
inmunológico y se desata en el momento en el que el sujeto de rendimiento ya no
puede poder más.
Al principio, la depresión consiste
en un «cansancio del crear y del poder hacer». El lamento del individuo
depresivo, «Nada es posible», solamente puede manifestarse dentro de una
sociedad que cree que «Nada es imposible». Nopoder-poder-más conduce a un
destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. El sujeto de rendimiento
se encuentra en guerra consigo mismo y el depresivo es el inválido de esta
guerra interiorizada. La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre
bajo el exceso de positividad. Refleja aquella humanidad que dirige la guerra
contra sí misma. El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que
lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De
esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, solo a sí mismo. En este
sentido, se diferencia del sujeto de obediencia.
La supresión de un dominio externo no
conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan.
Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre
obligación de maximizar el rendimiento.
El exceso de trabajo y rendimiento se
agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la
explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El
explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden
diferenciarse. Esta autorreferencialidad genera una libertad paradójica, que, a
causa de las estructuras de obligación inmanentes a ella, se convierte en violencia.
Las enfermedades psíquicas de la sociedad de rendimiento constituyen
precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica.
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