Fuente: Bloghemia
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https://www.bloghemia.com/2024/09/la-sangre-de-la-libertad-por-albert.html
El siguiente artículo fue publicado por el
filósofo y periodista, ganador del premio nobel de Literatura, Albert
Camus, el 24 de Agosto de 1944 en Combat. Entre el otoño de 1943 y
junio de 1947, fue redactor jefe y editorialista de este periódico de la
Resistencia Francesa.
París dispara todas sus balas en la noche de
agosto. En este gigantesco decorado de piedras y aguas, alrededor de este río
de olas preñadas de historia, las barricadas de la libertad una vez más se han
alzado. Una vez más hay que pagar la justicia con la sangre de los hombres.
Demasiado sabemos de este combate, demasiado
integrados en él estamos en carne y corazón y aceptamos sin amargura esa
condición terrible. Pero también sabemos demasiado lo que está en juego y la
verdad que lleva consigo y no rechazamos el arduo destino con el que no nos
queda más remedio que apechar solos.
El tiempo demostrará que los hombres de
Francia no querían matar y que entraron con las manos puras en una guerra que
no escogieron. ¡Qué gigantescas han tenido que ser sus razones para que dejen
caer de golpe los puños en los fusiles y disparen sin tregua, en la oscuridad
de la noche, sobre esos soldados que pasaron dos años creyendo que la guerra
era fácil!
Sí, sus razones son gigantescas. Tienen el tamaño de la esperanza y la hondura
de la rebelión. Son las razones del porvenir para un país al que tanto tiempo
han querido mantener rumiando, mohíno, su pasado. París pelea hoy para que Francia
pueda hablar mañana. El pueblo está en armas esta noche porque alberga la
esperanza de una justicia para mañana. Hay quienes andan diciendo que no merece
la pena y que, con paciencia, París se liberaría a bajo coste. Pero eso es
porque perciben confusamente a cuántas cosas amenaza esta insurrección, cosas
que seguirían en pie si todo esto ocurriera de otra forma.
Es preciso, antes bien, que quede muy claro:
nadie puede pensar que una liberación conquistada esta noche, entre esta
sangre, vaya a tener el rostro apacible y domesticado con el que a algunos les
gusta soñar. Este parto terrible es el de una revolución.
No es posible albergar la esperanza de que
unos hombres que han pasado cuatro años luchando en silencio y días enteros
entre el estruendo del cielo y de los fusiles consientan en ver regresar a las
fuerzas de la abdicación y la injusticia bajo forma alguna. No es posible
esperar que estos hombres, que son los mejores y los más puros, vuelvan a estar
dispuestos a hacer lo que pasaron veinticinco años haciendo los mejores y los
puros, y que consistía en amar en silencio a su país y en despreciar en
silencio a sus jefes. Este París que lucha esta noche quiere mandar mañana. No
por el poder, sino por la justicia; no por la política, sino por la ética; no
por el dominio de su país, sino por su grandeza.
De lo que estamos convencidos no es de que se
hará, sino de que ya se está haciendo hoy, entre el sufrimiento y el
empecinamiento del combate. Y por eso es por lo que más allá del padecimiento
de los hombres, pese a la sangre y la ira, esos muertos insustituibles, esas
heridas injustas y esas balas ciegas, no son palabras de arrepentimiento sino
que son palabras de esperanza, de una terrible esperanza de hombres aislados
con su destino, las que hay que pronunciar.
Este París enorme, a oscuras y caluroso, con
sus dos tormentas, en el cielo y en las calles, nos parece, en último extremo,
más iluminado que aquella Ciudad de la Luz que nos envidiaba el mundo entero.
Estalla con todos los fuegos de la esperanza y del dolor, tiene la llama del
valor lúcido y todo el resplandor no solo de la liberación, sino de la libertad
cercana.
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