Fuente: Filosofía&CO
Link de origen: https://filco.es/una-politica-del-amor/
Gráfica: https://cuartopodersalta.com.ar/
El amor nos atraviesa, nos transforma y nos afecta radicalmente. Es uno
de los elementos de nuestra vida a los que damos mayor centralidad, en los que
más pensamos y que, también, más nos hacen sufrir. El amor hoy vive enormes
transformaciones porque se cuestionan las estructuras familiares tradicionales,
la violencia patriarcal y las relaciones románticas y monógamas. ¿Es posible ir
hacia otra política del amor?
Amamos y somos amados. También
sufrimos por desamor. El amor forma parte íntima de nuestras vidas y, a su
vez, es una de las formas a través de las cuales nos definimos en las
sociedades. La filósofa Myriam Rodríguez del Real y el filósofo Javier Correa
Román abordan el fenómeno del amor en la actualidad, sus crisis y sus
potencialidades en su último libro, Micropolítica del amor. Deseo,
capitalismo y patriarcado.
Los autores nos plantean cómo la vida
adulta conduce inevitablemente hacia la configuración personal en torno a la
vida en pareja y la familia. Sin embargo, aunque la tendencia en las
últimas décadas ha sido la de estudiar más profundamente que antes la
sexualidad, el amor ha sufrido un descuido, porque se sigue considerando desde
el punto de vista del sentimiento. Desde esta perspectiva, el amor se concibe,
dicen los autores, como algo romántico, misterioso o difícil de comprender, y
no como un fenómeno social que puede ser analizado desde una política del amor.
La micropolítica del amor
Se produce así una disonancia entre
el estudio «científico» del amor como una cuestión hormonal, biológica y
mesurable y la cantidad de imágenes, relatos y conceptos sociales que
colonizan nuestras vidas diciéndonos lo que es —y lo que debería ser— la vida
afectiva. Para Rodríguez del Real y Correa Román, hay que salir de la idea del
amor como una emoción o sentimiento y plantear que el amor es también —y
especialmente— toda una suerte de prácticas y acciones concretas.
Para el estudio de esta plétora de
acciones y prácticas, los autores proponen un estudio «micropolítico». Para
explicar a qué se refieren con esta micropolítica hacen referencia a la
distinción que realiza Felix Guattari entre lo molar y lo molecular, en la que
lo molar refiere a los grandes conjuntos (el patriarcado, el capitalismo) y lo
molecular a los elementos particulares y los individuos. Esta distinción no es
absoluta, porque los diferentes niveles se interrelacionan, pero permite, según
señalan los autores, analizar cómo los sistemas se perpetúan en el tiempo a
través de los elementos individuales y subjetivos.
La hipótesis es que los grandes
sistemas utilizan todo tipo de estrategias que operan sobre la subjetividad
para reproducirse y perpetuarse. El estudio de estas estrategias es lo que
se denomina «micropolítica». Los filósofos plantean en el libro que «los
sistemas políticos de dominación se reproducen y persisten porque colonizan
toda una dimensión personal, hasta el punto de que crean individuos (subjetividades)
conformes al sistema mismo y así, justamente por esta dimensión molecular,
el sistema sobrevive y se perpetúa».
Sin embargo, para Rodríguez del Real
y Correa Román no se trata de analizar solamente esta dimensión
molecular como si a través de su transformación se pudieran transformar las
grandes estructuras. Esa visión de la revolución social a través de la
transformación individual obvia, dicen, la dimensión estructural de los
problemas sociales y la necesidad de criticarlos y transformarlos de raíz. Por
eso, los autores dedican una considerable parte del libro al análisis de la
relación entre el amor y dos grandes conjuntos: capitalismo y patriarcado.
No hay un solo tipo de amor
Si entendemos que el amor no es un
sentimiento sino un conjunto de prácticas y hechos que lo
construyen, entonces podemos concluir que el amor no es una dimensión innata del ser humano o, por lo menos, que no
está necesariamente configurada de una determinada forma en todo
tiempo y lugar. Eso explica que el amor se ha expresado y problematizado de
formas muy distintas a lo largo de la historia.
En la primera parte del libro,
Rodríguez del Real y Correa Román dedican varios capítulos a analizar cómo fue
el amor en el pasado, que dista de cómo lo entendemos hoy. Para los
autores, este ejercicio no es meramente intelectual o histórico, sino que nos
permite desnaturalizar el amor; porque, como señalan, «para que creamos que
otro amor es posible debemos constatar que, en otros tiempos, el amor fue
efectivamente otro».
Así, recorremos durante varias
decenas de páginas la visión que los griegos tenían del amor, viendo cómo
normas sociales como las de la monogamia o la
heterosexualidad obligatorias no son universales, pues, en los
albores de las civilizaciones europeas, las encontramos subvertidas. Sin
romantizar ningún tiempo pasado —pues ni en la antigua Grecia ni en ningún otro
periodo que los autores aborden encontramos una sexualidad completamente libre,
despatriarcalizada e igualitaria—, vamos recorriendo momentos históricos como
el origen del cristianismo (y la imposición de una moral sexual más dura sobre
los impulsos) y el origen del amor romántico en la modernidad.
Pronto (tal vez muy pronto, porque
este recorrido se nos antoja demasiado interesante y nos quedaríamos toda la
vida en él) llegamos al amor en el siglo XX, al avance de los movimientos
sociales y a la emergencia de los fenómenos de movilización en Europa ligados
a Mayo del 68 francés.
¿Y qué es el amor hoy?
Todo este recorrido histórico nos
lleva a un presente convulso y contradictorio. Hoy no encontramos una sola
visión del amor, sino que existen muchas que pugnan entre sí por imponerse.
Podríamos decir, con el marxismo, que lo viejo no acaba de morir
y lo nuevo no acaba de emerger y tal vez eso nuevo tampoco sea exactamente lo
que necesitamos o queremos.
Por tanto, encontramos cómo las
imposiciones del amor que vienen desde muy atrás históricamente siguen
teniendo un papel importantísimo sobre la subjetividad individual y las formas
en que construimos relaciones sociales. La monogamia obligatoria, la heterosexualidad
impuesta, la dominación sobre el cuerpo de las mujeres y los cuerpos disidentes
y la explotación económica ligada con los diferentes tipos de opresión de los
que se aprovecha son algunos de los elementos que en el siglo XXI siguen
jugando un enorme papel.
Sin embargo, en un movimiento en
sentido contrario, los fenómenos de lucha y de resistencia y la movilización
social han alcanzado una suerte de cristalización de otros modos de hacer y
construir el amor. El poliamor, la liberación sexual y la lucha por la
autodeterminación de género son algunos ejemplos. Hoy estas tendencias (por
resumirlas, si se quiere, en estas solamente) juegan una partida donde el
sistema económico, en lugar de oponerse directamente a las nuevas formas de
relación, desempeñan el tramposo papel de tratar de subvertirlas a sus lógicas.
Así, nos advierten los autores,
encontramos que, bajo los discursos de liberación sexual, el capitalismo
halla formas de reproducir sus lógicas coaptando los discursos más radicales y
resignificándolos bajo la idea neoliberal de la libertad individual y el
consumo desenfrenado.
Amor, patriarcado y capitalismo, un
trío problemático
Rodríguez del Real y Correa Román
analizan ampliamente la relación conceptual (no solo histórica) entre los
mecanismos capitalistas y las formas de construir nuestras relaciones
amorosas. A través del estudio de categorías marxistas como la del
fetichismo de la mercancía o su teoría del valor, plantean toda una suerte de
filosofía del amor en el capitalismo como otra de las herramientas que usa el
sistema para reproducirse.
En primer lugar, explican, el amor es
un nicho de negocio para el capitalismo. Lo que debe ser el amor
viene dado por la cantidad de dinero que gastamos en la pareja y el tipo de
prácticas y ritos —como nuestro aniversario o el día de los enamorados— por los
que pasamos para hacer efectivo el amor. Es decir, a través de la
mercantilización del ocio, el capitalismo termina también mercantilizando el
propio amor.
Además, los autores recogen otra
forma de mercantilización, que es la que para la socióloga Eva Illouz viene
dada por el capitalismo emocional. Para ella, nuestras propias
emociones se acaban convirtiendo en un producto que podemos adquirir. El
sistema nos conduce, cada vez más, a comprar experiencias o emociones
que se convierten en bienes de consumo.
Todo ello, además, se produce en un
marco de falsa libertad, donde las relaciones afectivas (que están mediadas por
una suerte de contratos informales) generan todo tipo de
desigualdades entre los sujetos que las adscriben y se producen desde un
marco donde la pareja es casi socialmente obligatoria: «Somos libres para
elegir si tener o no pareja, pero esta sociedad solo es mayormente habitable
para las parejas».
En un contexto donde las otras formas
de vida comunitaria se han ido desgajando y han dejado, en su lugar, una
mentalidad individualista, la pareja queda como último reducto de la
comunidad, generándose así una contradicción. Los autores lo plantean de la
siguiente forma: «De ahí se entiende la paradoja que habitamos: una sociedad
individualista que promueve, sin embargo, la pareja como elemento central de
nuestra vida porque ya no nos quedan más espacios comunales que ese».
Lo que se esconde tras este modelo de
relaciones es un tipo de amor como un intercambio de favores. El objetivo
último de la relación es ese mismo intercambio, como si se tratara de una
transacción comercial. Fetichizamos el amor en el sentido de que lo
consideramos una instancia metafísicamente superior, necesaria para la configuración
de nuestras vidas.
En el capitalismo, pese al fin de los
grandes relatos religiosos, seguimos considerando místicamente al amor y
nos guiamos a través de una visión de él que esconde que se construye a través
de prácticas y hechos mucho más concretos. Esto, a su vez, genera una
homogenización de las relaciones, porque como todas se basan en un mismo
«ideal» del amor, todos tenemos la misma. Los autores advierten: ello conlleva
una visión rígida del amor, porque, en lugar de luchar por mejorar nuestras
relaciones, las abandonamos cuando no se corresponden al ideal soñado.
La visión mercantilizada del amor en
el capitalismo conlleva una posesividad del cuerpo del otro, en la que, además,
las dos partes no son iguales. Como plantean los autores cuando analizan
específicamente la relación entre el patriarcado y el amor, se posee el cuerpo
del otro, pero, en el caso de la mujer, esta se ve desposeída de su cuerpo sin
llegar a poseer nunca hasta el final el del otro. Ni siquiera esta lógica
«comercial» de lo corporal propia del capitalismo se cumple completamente.
La obligatoriedad de satisfacer el
deseo sexual del compañero o compañera (que no puede satisfacerse con otras
personas por la norma de exclusividad sexual) genera, a su vez, toda
suerte de incomodidades y violencias. Desde una violencia general contra el
propio deseo humano, que lo coarta y limita sus opciones y que los autores
denominan «violencia XXX», hasta una violencia mucho más específica hacia las
mujeres que podemos llamar directamente violencia sexual y de género. Muchas
veces esta violencia viene de la mano con la obligación de satisfacer el deseo
sexual de su compañero de vida. En el capitalismo patriarcal, nuestros propios
cuerpos son mercantilizados. Aplicaciones como Tinder funcionan como un
expositor comercial de corporalidades. Ello nos lleva a una lógica de
competitividad y lucha por aumentar nuestro «capital sexual» (en palabras de
Eva Illouz) que nos haga más deseables sexualmente a la par que más elegibles
como pareja monógama.
El tipo de violencia estética que
ello conlleva se ceba particularmente con el cuerpo de las mujeres, que
deben cumplir una serie de cánones estéticos irracionales (como parecer siempre
mucho más joven) que generan insatisfacción y problemas para encajar en la
sociedad.
Una propuesta: hacia un amor plural
Los autores de Micropolítica del
amor no se limitan a criticar la deriva histórica del amor y su actual
situación en el sistema capitalista y el patriarcado. También esbozan
algunas hojas de ruta que para ellos deberíamos plantearnos transitar para
experimentar formas de amor más libres y satisfactorias. Y todo ello, señalan,
no puede hacerse solo desde la oposición a las formas actuales de amor, por la
negativa, sino que tiene que hacerse también desde una lógica propositiva.
No basta, pues, con una «salida
poliamorosa» a la monogamia que replique los mismos problemas, las mismas
violencias y las mismas jerarquías, pero multiplicándolas. Su apuesta es, más
bien, la de un «amor rizomático», un amor múltiple y plural. Una serie de
«prácticas heterogéneas», plantean los autores, que no tratan de ser la
solución universal porque no hay tal cosa como una sola solución a los males
que nos acechan.
Rodríguez del Real y Correa Román
proponen este amor rizomático como uno que no trate de ir hacia ningún lugar en
términos de avance, que no jerarquice necesariamente unas formas de
relación sobre otras y que se cuestione todos los patrones adquiridos, en busca
de formas de relación más satisfactorias y libres. Uno que parta del deseo y
retorne a él, dejando que este se exprese y se manifieste, sin coartar sus
posibilidades a través de todo tipo de violencias.
Un amor que parta del hecho de que
vivimos en un mundo imperfecto y que estamos en permanente
aprendizaje, que no se considere un punto de llegada, sino uno de partida,
y que se proponga no ignorar todos los condicionantes sociales previos como si
estos no existieran, sino hacerse cargo de ellos para tratar de disolver las
jerarquías y anticipar otro mundo posible.
Desjerarquizando la pareja sobre el
resto de relaciones y entendiendo el amor como una oportunidad de potenciar
nuestras posibilidades y no de delimitarlas y encerrarlas bajo nuevos
marcos es cómo podríamos apuntar hacia un amor rizomático. Este tipo de amor
se nos propone no como una receta de cocina, que debemos seguir, sino como un
reto, una invitación a construir otro modo de relacionarnos y de ser; que por
sí mismo no nos llevará a una sociedad distinta, pero desde el que podremos
pensar mucho mejor cómo queremos que sea y cómo empezar a anticiparla desde
nosotras y nosotros mismos.
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