Fuente: Bloghemia
Link de origen:
https://www.bloghemia.com/2024/09/guerra-mediatica-no-la-hemos-entendido.html
Artículo del filósofo y escritor mexicano,
Fernando Buen Abad, Director del Instituto de Cultura y Comunicación y
Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús.
El «arsenal» mediático monopólico se organiza
y se despliega en todos los frentes camuflado como entretenimiento, iglesias
mediáticas, noticias y programas de concursos. Y las mesas de redacción y las
direcciones editoriales están infectadas por servicios de inteligencia y
espionaje
Algunos dudan de que estemos en el epicentro
de una guerra mediática híbrida. No ven que están desplegadas todas las armas
ideológicas, financieras y militares del capitalismo. Algunos no se percatan de
que hablamos los lenguajes colonizantes que nos imponen; que compramos
compulsivamente sus tecnologías; que relatamos la historia con las premisas
lógicas de ellos; que financiamos sus monopolios mediáticos; que regimos
nuestras vidas con valores y cultura que nos infiltran. Piensan que es conspiranoia.
¿En qué guerra las víctimas financian a sus victimarios?.
A pesar de los logros de cierta izquierda y
progresismo, o precisamente por eso, las ofensivas de las clases dominantes
(militares, financieras, eclesiásticas…) avanzan retrógradas hacia un
neonazifascismo porque atraviesan una crisis de vacío intelectual que se
coagula en un proceso de condensación de odios y miedos. Ven que el espíritu
que recorre el mundo gana adeptos. Supuran lawfare, persecuciones mediáticas,
fake news, espionaje, represión y golpizas inflacionarias. Pergeñan reformas
laborales y desorganización inducida contra la clase trabajadora. Mientras,
algunos gobiernos siguen transfiriendo enormes sumas de dinero a los monopolios
mediáticos que los atacan o los chantajean. ¿Qué no entendimos?
Está bajo amenaza la cordura social. El
arsenal mediático monopólico se organiza y se despliega en todos sus frentes
camuflados como entretenimiento, como iglesias mediáticas, como noticiarios y
como programas de concursos. Las mesas de redacción y las direcciones
editoriales están infestadas por servicios de inteligencia y espionaje. Casi
todo está barnizado con canalladas y calumnias contra la voluntad organizativa
de los pueblos en lucha y contra sus líderes. De mil maneras infiltran la
antipolítica y están reclutando jóvenes, académicamente anestesiados, con
ilusiones de dinero o con ideología chatarra de orientación supremacista o
nazi. ¿No lo vemos?
Está en la tele, las redes o los tabloides que
despliegan los ataques diseñados por la manipulación simbólica. Para colmo, la
impotencia nos gana encerrados en un festín de sorderas disfrazadas de diálogo.
Y empeora en periodos electorales. Hay gobiernos de ricos encumbrados con los
votos de los pobres; hay consumismo desaforado de mercancías encarecidas. Se
generan ganancias siderales con los salarios raquíticos del pueblo trabajador.
Una inmensa minoría hambrea a la inmensa mayoría. Con unas cuántas armas se
reprime a masas de trabajadores. ¿Qué no entendemos?
La memoria también es un campo de batalla
semiótica. Quieren resetearlo todo, el olvido es su gran negocio. Su teoría del
Estado se aferra a una concepción medieval de la comunicación que se dedica a
fabricar predicadores armados con histrionismo mussoliniano. Se multiplican
como hongos. Así avanza la guerra mediática convertida en comunidad de sentido
opresor financiado por el real poder rumbo al dogmatismo férreo de la
aniquilación del otro. Nazifascismo que soñó y vio crecer Hitler. En eso
trabajan los centros de operación responsables de la guerra simbólica, repleta
de vaciedades y banalidad. El objetivo es sembrar odio de clase contra todo lo
que se organiza en clave de rebeldía. Inyectar miedo contra cualquier intento
de modificación del statu quo. A estas horas la catarata de falsa conciencia,
vehiculada por los mass media, descarga emboscadas legaloides comandadas por
las jaurías judiciales y sus aparatos policiales y militares, de represión
objetiva y subjetiva. Lawfare le llaman a esa guerra judicial. En el corazón de
la guerra mediática habita la aberración supremacista, reloaded, empeñada en
convencernos de que ellos siempre tienen la razón, que debemos agradecer que
nos saqueen y exploten. Agradecidos por este mundo, al borde del desastre
ecológico y ahogado en el fracaso civilizatorio del capitalismo. Agradecidos
por un planeta intoxicado con hambre, miseria, pobreza, insalubridad,
ignorancia y humillaciones. Quieren que agradezcamos esto como la mejor
herencia para nuestra prole… que estemos orgullosos de eso. Guerra hibrida por
todos los medios. ¿Qué parte no entendemos?
Paradójicamente la guerra mediática tiene
frentes internos. Guerra entre nosotros mismos donde la tarea de la unidad, que
es la más importante hacia una comunidad de sentido emancipador, se empantana
entre refriegas de celos, sectarismos y burocratismos hacen grandes favores al
poder fáctico hegemónico porque, entre otras cosas, nos somos capaces de
comunicar una salida humanista superadora de nuevo género y les ahorramos el
trabajo de dividirnos porque nos dividimos solos, y gratis (en el mejor de los
casos). Nos urge una comisión internacional de los pueblos, extensiva de
aquella que redactó el Informe MacBride, para solucionar los problemas
mundiales de la comunicación. Enfrentar, ordenadamente a la guerra mediática en
desarrollo. Vienen tiempos peores.
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