Fuente: Bloghemia
Link de Origen:
https://www.bloghemia.com/2024/09/el-recuerdo-de-los-ultrajes-por-primo.html
"El mejor modo para defenderse de la invasión de recuerdos que pesan es
impedir su entrada, tender una barrera sanitaria a lo largo de la frontera. Es
más fácil impedir la entrada de un recuerdo que librarse de él después de haber
sido registrado." Primo Levi
Texto del escritor italiano, Primo
Levi. Publicado por primera vez en el libro "Los hundidos y los
salvados". Esta edición corresponde a Muchnick Editores SA,
Barcelona, 1995.
La memoria humana es un instrumento
maravilloso, pero falaz. Es una verdad sabida, y no sólo por los psicólogos
sino por cualquiera que haya dedicado alguna atención al comportamiento de los
que lo rodean, o a su propio comportamiento. Los recuerdos que en nosotros
yacen no están grabados sobre piedra; no sólo tienden a borrarse con los años
sino que, con frecuencia, se modifican o incluso aumentan literalmente,
incorporando gacetas extrañas. Lo saben muy bien los magistrados: casi nunca
ocurre que dos testigos presenciales de un hecho lo describan del mismo modo y
con las mismas palabras, aunque el suceso sea reciente y ninguno de los dos
tenga interés en deformarlo. Esta escasa fiabilidad de nuestros recuerdos se
explicará de mono satisfactorio sólo cuando sepamos en qué lenguaje, con qué
alfabeto están escritos, sobre qué materia, con qué pluma: hoy por hoy es una
meta de la que estamos lejos. Se conocen algunos de los mecanismos que
falsifican la memoria en determinadas condiciones: los traumas, y no sólo los
cerebrales; la interferencia de otros recuerdos 'recurrentes'; estados
anormales de la conciencia; represiones, distanciamientos. Incluso en las
condiciones más normales se opera una lenta degradación, una ofuscación de los
contornos, un olvido que podemos llamar fisiológico y al cual pocos recuerdos
resisten. Es probable que podamos reconocer aquí una de las grandes fuerzas de
la naturaleza, la misma que convierte el orden en desorden, la juventud en
vejez, la que apaga la vida con la muerte. Es verdad que el ejercicio (en este
caso, la evolución frecuente) conserva los recuerdos frescos y vivos, del mismo
modo que se conserva eficaz un músculo que se ejercita con frecuencia; pero es
verdad también que un recuerdo evocado con demasiada frecuencia, y específicamente
en forma ensayada de la experiencia, cristalizada, perfeccionada, adornada, que
se instala en el lugar del recuerdo crudo y se alimenta a sus expensas.
Trato de examinar aquí los recuerdos de
experiencias límite, de ultrajes sufridos o infligidos. En ese caso, entran en
acción todos o casi todos los factores que pueden obliterar o deformar las
huellas mnémicas: el recuerdo de un trauma, padecido o infligido, es en sí
mismo traumático porque recordarlo duele, o la menos molesta: quien ha sido herido
tiende a rechazar el recuerdo para no renovar el dolor; quien ha herido arroja
el recuerdo a lo más profundo para liberarse de él, para aligerar su
sentimiento de culpa.
Aquí, donde como en otros fenómenos, nos
encontramos ante una paradójica analogía entre la víctima y el opresor,
necesitamos aclarar las cosas: los dos están en la misma trampa, pero es el
opresor, y sólo él quien la ha preparado y quien la ha hecho dispararse, y si
sufre, es justo que sufra; pero es inocuo que sufra su víctima, que es quien
sufre, aun a decenios de distancia. Debemos constatar una vez más,
dolorosamente, que el ultraje es incurable: se arrastra con el tiempo y las
Erinnias, en las que es preciso creer, no acosan tan sólo al torturador (si es
que lo acosan, con la ayuda de la justicia humana o sin ella), perpetúan el
ultraje cometido por él al negar la paz al atormentado(...)
La mayor deformación del recuerdo de un crimen
cometido es su supresión. (...) detrás de los 'no sé' o 'no recuerdo' que se
escuchan en los tribunales existe a veces el propósito de mentir, pero otras se
trata de una mentira fosilizada, encorsetada en una fórmula. Lo memorable ha
querido convertirse en inmemorial y la ha conseguido: a fuerza de negar su
existencia ha expulsado de sí el recuerdo nocivo, como se expulsa una secreción
o un parásito. (...)
El mejor modo para defenderse de la invasión
de recuerdos que pesan es impedir su entrada, tender una barrera sanitaria a lo
largo de la frontera. Es más fácil impedir la entrada de un recuerdo que librarse
de él después de haber sido registrado. Para esto, en última instancia, servían
muchos de los artificios elegidos por los jefes nazis para proteger la
conciencia de quienes estaban dedicados a los trabajos sucios, asegurándose así
sus servicios, desagradables incluso para los asesinos más endurecidos.
En el campo de las víctimas mucho más vasto de
las víctimas también se observa una desviación de la memoria, pero aquí,
evidentemente, falla la intención de engañar. Quien recibe una ofensa o es
víctima de una injusticia, no tiene ninguna necesidad de inventarse mentiras
para disculparse de un crimen que no ha cometido (aunque pueda, por un
mecanismo paradójico del que hablaremos luego experimentar vergüenza); pero
ello no excluye que sus recuerdos puedan también sufrir alteraciones. Se ha
observado, por ejemplo, que muchos supervivientes de las guerras o de otras
experiencias complejas o traumáticas tienden a filtrar conscientemente sus
recuerdos: cuando rememoran entre ellos o se los cuentan a terceros, prefieren
detenerse en las treguas, en los momentos de respiro, en los intermedios
grotescos, extraños o distendidos, y sobrevolar por encima de los episodios más
doloroso. Estos últimos no son llamados voluntariamente de la reserva de la
memoria. Por eso tienden a nublarse con el tiempo, a perder sus contornos.
(...)
Con fines defensivos, la realidad puede ser
distorsionada no sólo en el recuerdo sino también en el momento que está
sucediendo (...muchos prisioneros) se hacían y se suministraban generosamente
consoladoras ilusiones ('la guerra va a terminar en dos semanas', 'ya no va
haber selecciones', 'los ingleses han desembarcado en Grecia', 'los partisanos
polacos están a punto de liberar el campo', eran cosas que se oían casi todos
los días y que, invariablemente, eran desmentidas por la realidad).
Comentarios
Publicar un comentario