Fuente: Bloghemia
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https://www.bloghemia.com/2024/09/demencia-senil-y-nihilismo-atomico-por.html
Hemos visto a los dos flácidos gladiadores
destrozarse como perros de pelea exhaustos para deleite de millones de
espectadores, que además tienen que decidir cuál de los dos merece ser el
presidente de una nación que lleva mucho tiempo mostrando claros signos de
descomposición moral, psíquica y política.
Uno de los dos es un violador en serie,
mentiroso compulsivo, empresario fracasado y estafador; el otro es un asesino
genocida. No me gustaría estar obligado a elegir, pero por suerte no soy
estadounidense. En los últimos tiempos, nos hemos acostumbrado a presenciar en
directo tales y tantos espectáculos de horror y crueldad (la matanza de
inocentes en Palestina, la tortura de todo un pueblo por las bestias sionistas,
la matanza de jóvenes ucranianos y rusos, el ahogamiento de inmigrantes
arrojados al mar por las diversas guardias costeras, el asesinato de
trabajadores agrícolas empleados sin contrato...), que la consternación que
siento ante el último espectáculo de crueldad ofrecido por la mediateca mundial
puede parecer estúpida: la exhibición de un duelo entre dos viejos por los que
parecería imposible albergar un sentimiento de piedad. Y, sin embargo, al
contemplar los tartamudeos de ese viejo de 81 años, confuso y vacilante, y al
presenciar las muecas de burla de ese otro viejo de 78 años, prepotente e
ignorante, sentí (también) piedad. ¿Se puede sentir piedad por un criminal que
suministra armas al genocidio sionista, se puede sentir piedad por un violador
en serie que predica el exterminio de los migrantes en la frontera? Los odio a
ambos en tanto que máximos representantes de la democracia estadounidense. Sin
embargo, sentí piedad por ellos en tanto que viejos.
En la voz exánime de Biden, reconocí el
enronquecimiento triste de mi propia voz. Tengo 75 años y veo en mí todos los
signos del sufrimiento inconfesable, que experimentan los hombres blancos en el
mundo entero: el declive de la fuerza física, el debilitamiento de los sentidos
y de la voz, el inexorable desvanecimiento de la mente. No se habla de la vejez
salvo con vergüenza e hipocresía. El respeto por los viejos es una muestra del
desprecio que todo joven siente por quienes ostentan un poder que ya no dispone
de un cuerpo, sino sólo de técnica. No se habla de ello y, sin embargo, el
envejecimiento del mundo blanco occidental es el tema político más importante
sobre la mesa.
Por razones de corrección política y de
comprensible pudor, el envejecimiento es difícil de analizar: el propio Freud
prefirió no ocuparse de sus aspectos psíquicos. En cambio, un autoanálisis del
envejecimiento es hoy una tarea prioritaria del psicoanálisis, pero también del
pensamiento político. No comprenderemos la ola reaccionaria mundial sin reflexionar
sobre la senectud. Los movimientos culturales y políticos del siglo XX
expresaron la energía juvenil de una población en expansión rapidísima en la
que el componente juvenil constituía la gran mayoría. El futurismo de los
movimientos culturales y políticos del siglo XX era la expresión de esta
composición generacional: la expansión era una condición biopolítica antes que
económica. A partir de cierto momento dos fenómenos concomitantes modificaron
radicalmente la composición generacional: la prolongación de la duración de la
vida y la drástica caída de la natalidad durante las últimas décadas. Si el
fascismo del siglo XX fue la agresión depredadora de jóvenes que albergaban la
ambición de conquistar el mundo, de someter a los pueblos, el fascismo del
siglo XXI es el fascismo de viejos enfurecidos por su propia impotencia y, al
mismo tiempo, aterrorizados por el avance implacable de masas jóvenes ávidas de
venganza.
La impotencia es el núcleo del fascismo actual
y no tiene importancia que los racistas de hoy sean también votados por
votantes jóvenes. Son jóvenes viejos, psíquicamente frágiles: la civilización
blanca dominante agoniza tanto por razones demográficas (un tercio de los
habitantes de Europa tiene más de 60 años) como por razones psicopolíticas:
depresión, adicción a los psicofármacos, dependencia de la máquina semiótica
que absorbe toda emoción y toda energía. Una senectud rabiosa y, por
consiguiente, demente se cierne sobre el horizonte de un siglo que acaba de
empezar y que ya agoniza, y esta senectud trae la muerte para todos, porque los
viejos odian el mundo que podría sobrevivirles. Por eso lo destruirán, por eso
ya lo están destruyendo.
En su libro sobre la obsolescencia del ser
humano, Gunther Anders (que cada día se antoja más como el gran pensador de
nuestro posfuturo) observa que la técnica es el sustituto del poder humano y
que la bomba atómica es el culmen de este subrogado del poder. La raza
dominante, blanca y occidental, está furibunda ante su impotencia para gobernar
la complejidad ingobernable del mundo global. Si la inteligencia artificial es
el sustituto estúpido y emocionalmente paralítico de la pérdida de capacidad de
pensamiento por parte de los seres humanos, la bomba nuclear es el sustituto de
la potencia viril perdida de la raza dominante. Por ello no escaparemos a la
maldición final, porque la raza dominante, como Sansón y como Netanyahu,
decidirá exterminar a los jóvenes, cada vez más asustados, cada vez más
incapaces de autonomía y de revuelta.
Esta raza de impotentes hiperarmados, la raza
infame de Biden, Trump, Netanyahu y Putin, utilizará la única potencia de la
que dispone: la potencia de aniquilarlo todo.
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