Revista Pulsiones Año I Boric y sus aliados: tensiones y contradicciones… por Por Bettina Horst y Jorge Ramírez
Fuente: Letras Libres
https://letraslibres.com/politica/boric-y-sus-aliados-tensiones-y-contradicciones/06/09/2024/
¿Quién es Gabriel Boric? La pregunta
no es trivial y surge de manera recurrente. A lo largo de la trayectoria del
otrora dirigente estudiantil, ex parlamentario y actual presidente de la
República de Chile, hemos sido testigos de cómo ha convertido la plasticidad en
las formas y estilos en uno de sus principales activos. Comprenderlo como actor
político local y regional pasa por entender esta complejidad.
En política, las formas importan
porque modelan el tono. Para un dirigente de izquierda parecen ser aún más
decisivas, ya que calibran la pulsión entre la voluntad revolucionaria y la vía
reformista. Sin embargo, el destino es el mismo: socialismo. Esto sugiere que
la aparente moderación de Boric opera únicamente a nivel periférico, puesto que
sus ideas se han mantenido invariables, como se verá después.
Boric es el primer exponente
latinoamericano de lo que se ha denominado “nueva izquierda”, en el sentido de
representar a una corriente crítica del consenso socialdemócrata que gobernó
Chile durante 24 años, entre 1989 y 2021. Desde sus años en el movimiento
estudiantil, el joven líder –oriundo de la región de Magallanes, la más austral
del país– manifestó un enfoque impugnador del camino adoptado por esta
izquierda durante la transición política chilena, acusándola de simplemente
administrar el modelo de desarrollo implementado durante el régimen militar.
Este análisis miope desconoce que dicho modelo (que no es más que el conjunto
de interacciones entre agentes libres, que responden a incentivos en el marco
de una sociedad donde se resguarda el derecho de propiedad) generó décadas
inéditas de desarrollo y progreso. La centroizquierda introdujo cambios
significativos durante sus respectivas administraciones en diversos niveles,
particularmente en el ámbito de la política económica y social. No por nada, en
su visita a Chile el año 1992, el prestigioso sociólogo Alain Touraine señaló:
“esta no es una transición perfecta, pero es la mejor que yo haya
conocido”.
El discurso crítico al rol de la
Concertación, alianza que tuvo como eje central al Partido Socialista y la
Democracia Cristiana chilena, fue marginal durante la transición democrática
posterior al régimen militar de Augusto Pinochet. Estuvo protagonizado por la
izquierda extraparlamentaria, liderada por el Partido Comunista de Chile y
otras agrupaciones y movimientos sin mayor incidencia en la política
institucional.
Sin embargo, el desgaste natural de
una coalición expuesta a tantos años de administración del poder como la
Concertación, que gobernó entre 1990 y 2010, abrió el paso, paulatinamente, a
una narrativa autoflagelante respecto al rol del socialismo chileno. A su vez,
la llegada de la centroderecha al poder en 2010, por primera vez desde el
retorno de la democracia, fue un factor determinante para que este discurso
impugnador de la socialdemocracia comenzara a ser hegemónico dentro de la
izquierda.
En este proceso, la segunda
administración de la expresidenta Michelle Bachelet (2014-2018) fue decisiva.
Se conformó la llamada Nueva Mayoría con los líderes de la generación
estudiantil de 2011 –entre ellos, Boric– en el Congreso y con la incorporación
del Partido Comunista a la alianza de gobierno, por primera vez desde el
fatídico mandato de Salvador Allende en 1970. Este conglomerado de gobierno
presentó un carácter diametralmente distinto al tenor impuesto por las
administraciones de la otrora Concertación. Se impulsaron reformas
estructurales en áreas fundamentales.
En material electoral, las
modificaciones produjeron una significativa fragmentación del sistema político:
el número de partidos presentes en la Cámara de Diputados pasó de un promedio
de siete a más de veinte. También se llevó a cabo una reforma tributaria que
desalentó el ahorro y la inversión, condicionando nuestros niveles de
crecimiento económico hasta el presente. Otro punto nodal fue la reforma
educacional. Por un lado, se asfixió la educación particular subvencionada con
trabas burocráticas; por el otro, se puso énfasis en políticas regresivas, como
la gratuidad en la educación superior, en lugar de otorgar mayor apoyo y
financiamiento a la educación preescolar y primaria.
Este punto resulta fundamental. Max
Weber definió dos éticas centrales en la actividad política: una, la de la
convicción, que justifica las decisiones conforme a creencias y principios, sin
atender a sus consecuencias; la otra, la ética de la responsabilidad, que funda
las decisiones no en meras convicciones sino también en las posibles
consecuencias de éstas.
Mientras la Concertación fue un
proyecto que mayoritariamente adoptó la ética de la responsabilidad en la
conducción del país, a partir del segundo gobierno de Michelle Bachelet y,
particularmente, durante la administración del Frente Amplio, ha predominado la ética de la
convicción.
El Frente Amplio es un proyecto que
se concibe a sí mismo como depositario de una izquierda químicamente pura,
crítica de la Concertación, que busca en un horizonte de mediano y largo plazo
superar el capitalismo, como lo señaló en julio de 2023 el propio Boric a la
BBC de Londres: “una parte de mí quiere derrocar el
capitalismo”. A
diferencia del socialismo tradicional, que apostaba por la defensa de la
igualdad como valor universal, con un objetivo de redistribución, esta nueva
izquierda apuesta por centrar su discurso y oferta programática en causas
identitarias (género, raza, orientación sexual), con un propósito de
reconocimiento de estas, más que de mera redistribución. Sin embargo, no es
posible entender al Frente Amplio sin la Concertación, como tampoco es posible
entender al Frente Amplio sin Michelle Bachelet, quien no solo lo acogió en el
gobierno sino que también lo promovió durante su segundo mandato. Por ende,
mientras la esencia del frenteamplismo se define respecto de la Concertación
por negación, con el segundo gobierno de Bachelet fue capaz de generar
articulación.
Un segundo actor clave para explicar
el fenómeno político Gabriel Boric ha sido el Partido Comunista de Chile
(PCCh). En lo que hoy podría ser visto como un preludio de la relación entre el
actual Presidente y el PCCh, las elecciones de 2011 de la Federación de
Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech) estuvieron marcadas por una
intensa pugna de poder entre las izquierdas universitarias. La actual vocera
oficial del gobierno, Camila Vallejo, principal líder del movimiento
estudiantil de ese año y dirigente de las Juventudes Comunistas, se enfrentó a
Gabriel Boric. Boric era el líder de la Izquierda Autónoma, que planteaba como
tesis central liderar los procesos de transformación desde los movimientos
sociales, no desde los partidos tradicionales como el PCCh. Este movimiento
acusaba la influencia del pensamiento de Toni Negri y otras corrientes del postmarxismo,
como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
El posicionamiento de Boric en tanto
protagonista de una izquierda crítica de las estructuras tradicionales le
permitió desligarse de la pesada carga histórica del comunismo, desde los
socialismos reales hasta los regímenes autoritarios como Cuba y Nicaragua. Esta
diferenciación con el PCCh en el espacio universitario sería decisiva para que
Boric ganara esa elección en la Fech, convirtiéndose en el trampolín definitivo
de su meteórica carrera política.
Ya siendo electo parlamentario por la
región de Magallanes, Boric volvería a enfrentarse al Partido Comunista. Tras
las manifestaciones sociales y estallidos de violencia iniciados en octubre de
2019, el diputado firmó a título personal el Acuerdo por la Paz y la Nueva
Constitución. Se habilitó una vía institucional para abordar la severa crisis
política y social que azotó al país, que intentó desestabilizar al segundo
mandato del expresidente Sebastián Piñera a través de la violencia. A
diferencia de Boric, el Partido Comunista no suscribió ese acuerdo.
Sin embargo, esta no sería la única
diferencia durante ese periodo. En el marco de las elecciones primarias para
definir al abanderado del conglomerado Apruebo Dignidad –integrado por el
Frente Amplio de Boric y el Partido Comunista–, se hicieron visibles las
discrepancias entre ambos grupos en materia de política exterior, en
específico, respecto a la situación política de Venezuela. Boric, a diferencia
del candidato comunista, Daniel Jadue, condenó las violaciones a los derechos
humanos del régimen de Maduro, lo que le permitió proyectar una imagen de mayor
moderación respecto a su contendor comunista, aspecto que resultaría crucial
para su posterior triunfo como candidato único de la alianza de izquierda entre
el PCCh y el Frente Amplio.
Como se ilustra, estas diferencias
con el PCCh han sido funcionales a la estrategia de Boric de solapar la
radicalidad de su proyecto político. El diseño original de esta administración
contemplaba implementar su programa de gobierno bajo el alero de una nueva
constitución nacional refundacional y maximalista. El proyecto se desdibujó en
su versión original tras el estrepitoso fracaso del primer proceso
constitucional, que intentó institucionalizar el ideario de la revuelta de octubre
de 2019. El texto resultante fue rechazado por un 62% del electorado el 4
de septiembre de 2022. Tras este paso en falso, tanto el Frente Amplio como el
Partido Comunista debieron recurrir a los otrora
criticados y cuestionados cuadros de la ex Concertación, hoy bajo el rótulo de Socialismo
Democrático, para intentar proporcionar un mínimo nivel de soporte, gestión y
gobernabilidad a su administración. De esta manera, se refugiaron tácticamente
en aquello de lo que antes renegaban
Este historial de encuentros y
desencuentros, tensiones y contradicciones de Boric con sus aliados también ha
quedado recientemente expuesto a raíz del fraude electoral perpetrado por el
régimen de Nicolás Maduro. Boric, como el tomador de riesgos innato que es,
tempranamente expresó reparos a la elección, exigiendo transparencia y denominando al régimen como
lo que es: una dictadura. Sin embargo, esta claridad comunicacional y el posicionamiento
político regional no se han visto acompañados de acciones diplomáticas más
enérgicas en la materia, mientras que el Partido Comunista de Chile, que
integra su gobierno, continúa defendiendo al régimen de Maduro, cuestión
que a Boric no parece incomodar del todo, en la medida en que estima que hay
diferencias que dividen y otras que conviven. Y para Boric, la diferencia con
el PCCh sobre Venezuela es una discrepancia con la cual se puede coexistir.
¿Es posible continuar en una
coalición de gobierno con quienes relativizan el rol de los derechos humanos y
la democracia? Desde el pragmatismo político, alguien podría señalar que sí, y
es acá donde parece estar la clave del asunto. Son pocos los líderes como Boric
que han entendido mejor el adagio marxista relativo a ser flexibles en la
táctica, pero rígidos en los principios. A la luz de los hechos, Boric sabe que
su lugar es y seguirá siendo la izquierda, por más giros y adecuaciones
estratégicas que emplee. ~
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