Artículo del
filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado por primera vez en su libro
"Duft der Zeit. Ein philosophischer Essay zur Kunst des Verweilens"
del año 2009.
En La condición humana, Hannah Arendt busca una rehabilitación, una
revitalización de la «vida activa», que, según ella, sufre una atrofia
creciente. Hace responsable de esta «degradación de la vita activa», de un modo
un tanto problemático, a la preeminencia de la contemplación en la tradición
grecocristiana. La supremacía de la vita
contemplativa reduce todas las formas de la vita activa al nivel del
trabajo útil y necesario: “Mi argumento es sencillamente que el enorme peso de
la contemplación en la jerarquía tradicional ha borrado las distinciones y
articulaciones dentro de la vita activa y que, a pesar de las apariencias, esta
condición no ha sufrido cambio esencial por la moderna ruptura con la tradición
y la inversión final de su orden jerárquico en Marx y Nietzsche”. Frente a esta
nivelación de la vita activa, Arendt presenta sus distintos modos de aparición,
una fenomenología de la vita activa guiada por el énfasis en el actuar de la
vida resuelta. Es un error creer que la primacía de la contemplación es la
responsable de la degradación de la vita activa en trabajo. Más bien cabe
suponer que el hacer humano, al perder su dimensión contemplativa, se degrada a
pura actividad y trabajo. Pero Arendt, equivocadamente, entiende la
contemplación como una detención (Stillegegung) de todos los movimientos y
actividades, como una tranquilidad pasiva, que hace que cualquier forma de la
vita activa se presente como inquietud. Los mortales alcanzan la contemplación
«cuando todos los movimientos y actividades del hombre se hallan en perfecto
descanso». La falta de movimiento se refiere tanto al cuerpo como al alma:
«Cualquier movimiento del cuerpo y del alma, así como del discurso y del
razonamiento, han de cesar ante la verdad». Arendt no reconoce que la vita
contemplativa presenta una forma de quietud solo porque descansa en sí. Sin
embargo, lo que descansa en sí no tiene por qué carecer de movimiento ni de
actividad. También Dios descansa en sí. Pero Él es el acto puro (actus purus).
Aquí, en sí solo significa que no existe ninguna dependencia del exterior, que
se es libre. En este sentido, Aristóteles describe claramente la vida
contemplativa (bios theoretikos) como una vida activa. El pensar como theoria
es, de hecho, una energeia, que significa literalmente «actividad de obra» o estar
«en obra» (en ergô einai). En este punto, Tomás también sigue a Aristóteles:
«Los movimientos corpóreos externos se oponen al reposo de la contemplación,
que consiste en estar ajeno a ocupaciones externas. Pero el movimiento que
implican las operaciones de la inteligencia forma parte del mismo reposo». La
rehabilitación de la vita activa de Arendt se dirige, sobre todo, al actuar. La
carga de un énfasis heroico. Actuar significa empezar algo completamente nuevo.
Sin la determinación a actuar, el hombre queda reducido a homo laborans. Nacer
no es estar arrojado, sino poder actuar. El heroísmo de la acción de Arendt se
convierte en mesiánico: “El milagro que salva al mundo […] es en último
término el hecho de la natalidad, […] la acción que son capaces de emprender
los humanos por el hecho de haber nacido. […] El nacimiento de nuevos hombres y
un nuevo comienzo es la acción que son capaces de emprender los humanos por el
hecho de haber nacido. […] Esta fe y esperanza en el mundo encontró tal vez su
más gloriosa y sucinta expresión en las pocas palabras que en los evangelios
anuncian la gran alegría: «Nos ha nacido hoy un Salvador»”. La acción
significa, en su traducción temporal, que el tiempo vuelva a empezar. Su
esencia es la revolución. Este «interrumpe» el «inexorable curso automático de
la vida cotidiana». Desde la perspectiva del tiempo natural de la repetición,
el nuevo comienzo es un «milagro». La acción es una genuina «facultad humana de
hacer milagros». Pero Arendt se equivoca al pensar que lo verdaderamente nuevo
solo responde a la heroica decisión de un sujeto resuelto a la acción. Los
acontecimientos que forman el mundo y la cultura, sin embargo, muy pocas veces
remiten a una decisión consciente de un sujeto activo. Más bien, a menudo son
producto del ocio, del juego desinteresado o la libre facultad de la
imaginación. Arendt concibe su enfática idea de la acción frente al proceso
histórico, en cuyo transcurso el hombre se degrada a animal laborans. En la
modernidad, la vida humana, según su tesis, toma la forma de un proceso vital
colectivo, que no deja espacio alguno para la acción individual. Del hombre
solo se exige un funcionamiento automático, “...como si la vida
individual se hubiera sumergido en el total proceso vital de la especie y la única
decisión activa que se exigiera del individuo fuera soltar, por decirlo así,
abandonar su individualidad, el aun individualmente sentido dolor y molestia de
vivir, y conformarse con un deslumbrante y «tranquilizado» tipo funcional de
conducta”. El trabajo inserta la vida individual en el proceso vital de la
especie, que se extiende más allá de la acción y las decisiones
individuales. Frente a la pasividad del animal laborans, Arendt
invoca la acción. La vida activa se opone a la «pasividad más mortal y estéril»,
que amenaza con convertirse en el final de la época moderna, que comenzó con
una explosión de actividad humana muy prometedora. Pero a Arendt se le escapa
que la pasividad del animal laborans no es lo contrario de la vida activa, sino
que presenta su otra cara. Visto así, el énfasis en la vida activa, que Arendt
vincula a la acción, no genera una contrafuerza contra la pasividad del animal
laborans, puesto que el estar ocupado liga perfectamente con el proceso de vida
colectivo de la especie. En el aforismo de Nietzsche titulado «El principal defecto de los
hombres activos», se puede leer: “A los activos les falta habitualmente
la actividad superior: me refiero a la individual. Son activos como
funcionarios, comerciantes, eruditos, es decir, como seres genéricos, pero no
como personas singulares y únicas enteramente determinadas; en este respecto
son holgazanes. […] Los activos ruedan como rueda la piedra, conforme a la
estupidez de la mecánica”. Arendt advierte que la vida moderna se aparta cada
vez más de la vita contemplativa. Pero no prosigue la reflexión sobre este
desarrollo. Según ella, la vita contemplativa es la única responsable de que
todas las formas de expresión de la vita activa, sin distinción alguna, queden
relegadas al mismo nivel de puro trabajo. Arendt no reconoce que el ajetreo y
la inquietud de la vida moderna tienen mucho que ver con la pérdida de la
capacidad contemplativa. La totalización de la vita activa también está
implicada en la «pérdida de la experiencia» que la propia Arendt lamenta. La
actividad pura empobrece la experiencia. Impone lo igual. Quien no logre
detenerse no tiene acceso a algo verdaderamente distinto. Las experiencias transforman.
Interrumpen la repetición de los siempre igual. Uno no se vuelve sensible a las
experiencias estando cada vez más activo. En realidad, es necesaria cierta
pasividad. Hay que dejarse afectar por aquello que escapa a la actividad del
sujeto activo: «Hacer una experiencia con algo, sea una cosa, un hombre, un
dios, significa que nos suceda, que nos ataña, que nos comprometa, nos
trastorne y nos transforme». La relación de Arendt con el tiempo siempre está
marcada por la dominación. El perdón como una forma significativa de acción es
un «poder», que se basa en dar un nuevo comienzo al tiempo. Libera del pasado
al sujeto de la acción, de la carga temporal que este quiere fijar para
siempre. La promesa permite predecir y pone al alcance el futuro, protegiéndolo
de lo imprevisible. El perdón y la promesa permiten que el sujeto de la acción
se apodere del tiempo. El poder de la acción establece un lazo profundo con
otras formas de la vita activa, más en concreto, con producir y trabajar. El
énfasis en la «intervención» no solo tiene que ver con actuar, sino también con
producir y trabajar. El Ser no se abre en la actividad. La propia acción
debe contener en sí momentos de interrupción para no quedar petrificada en un
mero trabajar. En el cambio de aliento (Atemwende) de la acción se abre una
interrupción. El sujeto de la acción se da cuenta en la pausa de la acción, en
el momento de la duda del espacio inconmensurable, que se enfrenta a una
decisión de actuar. Toda la contingencia de una acción apremia al sujeto de la
acción en el momento del dubitativo retroceder frente a la acción. La
resolución a actuar no conoce la duda y es ciega. No ve ni sus propias sombras
ni el otro de sí misma. Dudar no es precisamente un acto positivo. Pero es
constitutivo de la acción. La diferencia entre actuar y trabajar ya no pasa por
la actividad, sino por la capacidad de interrumpir. Quien no es capaz de dudar
es un trabajador. Hacia el final de La condición humana, Arendt invoca,
inesperadamente, el pensamiento. Según ella, pensar, probablemente, es el menos
perjudicado por el desarrollo contemporáneo, que es responsable de la «victoria
del animal laborans». El futuro del mundo no dependerá del pensamiento, sino
del «poder del hombre para hacer y actuar». Pero el pensamiento, sin embargo,
no es irrelevante para el futuro humano, puesto que, de las actividades de la
vita activa, es la «más activa», en la que «la experiencia de estar activo se
hace más patente», supera «a todas las actividades, a la actividad pura». Pero
Arendt no aclara por qué la experiencia de estar activo se manifiesta con mayor
claridad en el pensar. ¿En qué sentido pensar supone más actividad que la
acción más activa? ¿El pensamiento no es la más activa de las actividades
precisamente porque atraviesa altibajos, porque se atreve a ir hasta lo más
lejano, porque aúna en sí, en tanto que con-templación, los espacios y los
lapsos temporales más remotos, es decir, porque es contemplativo?. El
pensamiento en tanto que theoria no es una actividad contemplativa. Es una
forma de aparición de la vita contemplativa. Paradójicamente, Arendt la eleva a
una actividad, que supera a cualquier otra actividad de la vita activa en
cuestión de estar activo. Para Aristóteles, la actividad de pensar es, por
ello, una actividad divina, porque se libera de toda acción, es decir, porque
es contemplativa: “Consideramos que los dioses son en grado sumo
bienaventurados y felices, pero ¿qué género de acciones hemos de atribuirles?
¿Acaso las acciones justas? […] ¿O deben ser contemplados afrontando peligros,
arriesgando su vida para algo noble? […] Pues bien, si a un ser vivo se le
quita la acción y, aún más, la producción, ¿qué le queda, sino la
contemplación? De suerte que la actividad divina que sobrepasa a todas las
actividades en beatitud, será contemplativa, y, en consecuencia, la actividad
humana que está más íntimamente unida a esta actividad, será la más feliz.” Arendt concluye su libro con una cita de
Catón, que remite a De re publica, de Cicerón: «Nunca está nadie más activo que
cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo». La
frase se puede aplicar a la vita contemplativa. Arendt hace de ella un elogio
de la vita activa. Está claro que se le escapa que toda «soledad» también es
válida para la vita contemplativa, que se opone diametralmente a actuar en
general, al «poder del hombre para hacer y actuar». En la frase citada, Cicerón
invita al lector a recluirse en sí mismo, más allá del «foro» y de las «grandes
multitudes». De este modo, justo después de citar a Catón, alaba explícitamente
la vita contemplativa. No la vida activa, sino la vida contemplativa, que se
entrega a la eternidad y a los dioses, y que hace que los hombres sean lo que
deben ser: “¿Hay algún cargo militar, alguna magistratura, algún reino que
sea superior al hombre que, despreciando todas las cosas humanas por
considerarlas inferiores a la sabiduría, no hace objeto de sus reflexiones
nunca más que lo que tenga carácter divino y eterno? Un hombre que está
convencido de que, si bien todos reciben la denominación de hombres, en
realidad solo alcanzan tal categoría los que se han cultivado con las
disciplinas propiamente humanas” Hacia las últimas páginas de La condición
humana, Arendt aboga, sin querer, por la vita contemplativa. Hasta el final le
pasa desapercibido que precisamente la pérdida de la capacidad contemplativa es
la responsable de que el hombre se haya rebajado a animal laborans.
Fuente: Bloghemia
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