Revista Pulsiones Año I Pienso, y digo lo que pienso, una forma de suicidio I … por Eddy W. Hopper

 



 

 

UNA FORMA DE SUICIDIO

 

El otro día cumplí años; estoy más cerca de los 60 que de los 50 y ya terminó mi paso por el mundo. De verdad siento que estoy viviendo tiempo extra quizás desde el 18 de febrero de 2007 a la noche, oportunidad en la cual un enfermero, en vez de darme una inyección, me dio la mano y me dijo cosas muy lindas, para que me fuera en paz aunque no pudiera respirar. Pero ahora, en las puertas de la senescencia, hay situaciones que ya adquirieron el estatus de absolutamente imaginarias y posibilidades que deseché para siempre. Aunque la vida vez a vez responde con alguna impertinencia o halago, estoy seguro de que no mucho más va a pasar que lo que ya pasó; a salvo el dolor, que es una de las cosas que más miedo me causan. Así que espero poder ir escribiendo algunas cuartillas que se llamarán, como el microprograma donde le hablaban a Mordisquito, "PIENSO, Y DIGO LO QUE PIENSO". Será un golpe a la quilla de muchos barcos. Un golpe inútil, por lo demás. He aprendido que da lo mismo la ballena que el ballenero; la mulita que el charango; cuatro estrofas que ninguna; el burro que el Gran Profesor. Es decir: no debería ser lo mismo; pero nos hemos empeñado en que sí fuera: a esta altura el embrollo es imposible de desatar y si barajamos y damos de nuevo, el mazo ya está ajado, faltan cartas y algunas están reemplazadas por dibujos que no sirven. O quizás no sea ningún golpe. Es igual. ¿A quién le puede importar lo que piensa un gil de estopa? Casi que ni a mí me importa. Qué linda expresión, "gil de estopa". Será, seguro, una forma de suicidio. Así que voy a hacer mi aporte a este mar de imbecilidad, demencia voluntaria y degradación colectiva, a partir de mi miseria individual.

Invito a que también lo hagan.

"PIENSO, Y DIGO LO QUE PIENSO".

A continuación las primeras dos entregas

 

 

I

"CLASE MEDIA, MALA LECHE Y MALA SEMILLA - CUANDO LA RAZÓN ES INSUFICIENTE"

 

Hace algún tiempo, la clase media se ENLOQUECÍA con las "noticias" que inventaba el periodismo hegemónico, respecto del destino de la plata "de nuestro bolsillo". La campaña electoral del año 2015 fue un ejemplo vergonzoso a nivel planetario de cómo millones de ignorantes por propia voluntad, macerados durante décadas por antivalores bajados de los barcos y transmitidos por generaciones, eran infantilmente manipulados por el poder real para que decidieran su malestar económico y el de sus hijos y nietos. A punto tal, que esos millones llegaron a creer imbécilmente CUALQUIER COSA QUE LE INOCULARAN LOS MEDIOS "ANTI K": desde que se había escondido dinero en tumbas o debajo de la tierra, hasta que se habían pactado alianzas internacionales con los países islámicos, Cuba, Venezuela y Rusia para eternidad en el poder de Cristina, Máximo y su descendencia. Un diario publicó una foto de una persona a quien calificó como "anarco-trosko-kirchnerista"... ¡y la mayoría se lo creyó!

En ese contexto, una de las fantasías que la clase media decidió adoptar tuvo que ver con que el CONICET, tal vez el principal centros de investigación científica de América Latina, era un "aguantadero de kirchneristas" que cobraban sueldos siderales y que se dedicaban a zonceras tales como analizar las revistas Anteojito de los años 60 a fin de redactar pasquines de sociología sin utilidad práctica que nadie leía, mientras la "inseguridad" reinaba "en el Conurbano Bonaerense". En el paroxismo de la estupidez, eligieron creer -y repetir- que en esa institución también se proyectaban formas refinadas de adoctrinamiento, ordenadas por el kirchnerismo y pagadas con fondos públicos. Pues bien: parece que ahora, con Cristina fuera del poder, la visión cambió y "CONICET" pasó a ser una palabra de efecto emotivo positivo.

A punto tal, que La Serenísima acaba de sacar una línea de yogures "con tecnología del CONICET". Apalalá... ¿tecnología de vagos subsidiados?

"Claro, capo", diría uno de esos imbéciles, pero la investigación la pagó La Serenísima. Este gobierno hace que la plata la ponga el sector privado y no el Estado, como hacían los kukas".

"No, pelotudo", le contestaría uno - si estuviera bien decir la palabra "pelotudo" y si esa sola adjetivación definiera a esta gente, lo que ciertamente no sucede, por insuficiencia de significado - "ninguna investigación científica lleva seis meses, y mucho menos el diseño de un producto industrial. Lo que probablemente haya sucedido es que el CONICET le haya VENDIDO a Mastellone (probablemente, MALVENDIDO) los resultados de un trabajo de calidad que quizás haya demandado años o décadas. Primero pagaste la investigación, y ahora vas a pagar el yogur con esa tecnología, al precio que La Serenísima quiera. Olvidate del ideal de proveer alimentos para todos y todas". Y el imbécil contestaría lo mismo de siempre: que nosotros la complicamos para justificar; y que cuando tenés que complicarte para explicar algo, es que hasta vos mismo sabés que todo o al menos algo de lo que decís es mentira. Cuando algo es verdadero y sobre todo honesto, para ellos, es "fácil de explicar" y "todo el mundo lo ve". En definitiva: mala leche, por mala semilla. Sí; y así pienso y digo: la buena madera, en Argentina, es la excepción. Así es que no vale explicar, porque la razón no llega hasta nuestras mayorías degradadas. No llega hasta nuestro "hombre de la calle", el mismo que echó a perder el progreso que habíamos alcanzado hace 9 años y voluntariamente eligió dejarse penetrar por el discurso mediático, porque se adecuaba a lo que aprendió en las sobremesas y en decenas de instancias de y con sus mayores. Discurso -el que nos vemos obligados a escuchar- o excreción, da lo mismo: reflejo prácticamente exacto de las "ideas" transmitidas por padres, abuelos y bisabuelos a lo largo de la Historia de este triste país, tan amado si no fuera por sus mayorías, que se han revelado monstruosas. Todo ello, por lo demás, si es que fuera en verdad un discurso, porque nuestras masas son incapaces de hilar un texto argumentativo siquiera de mínima extensión. Todo lo explican a partir de opiniones incompletas y de ejemplos de sucesos infelices que de algún modo los atañen.

A todos aquellos que aspiran a cargos representativos les pueden disgustar líneas como éstas; y seguramente, si yo tuviera alguna importancia, les atraería retrucarme diciendo que no es posible hablar así de la gente, que hay que salir a enamorar otra vez y que de ninguna manera ese enamoramiento se va a lograr subestimando a aquella persona de quien necesitás el voto.

Yo respondo que la Historia y la Evidencia me dan su venia para hablar de la manera que hablo; y que de ningún modo se trata de una subestimación del material humano con el que (no) podemos contar, sino de una estimación en su justa consideración de toda una masa degradada por propia voluntad y libre elección. Cuando se ha nacido egoísta, es muy difícil ver sin las herramientas que provee el egoísmo.

Con lo que, si quiere Ud. enamorar, pues vaya, enamore y consiga su voto, que nadie se lo impide. En definitiva, lo va a terminar logrando, sobre campo arrasado y por medios y razones muy ajenas, precisamente, a la ausencia de subestimación.

Ud., además, lo sabe. Lo que parece suceder es que el panorama nos excede, como la Roma imperial, sus intereses y su gente excedían al Cristianismo, que era más virtuoso que la suma de todos ellos.

 

 

II

 

“ESPECULACIÓN, AUTOMÓVILES, DESTINO IRREVOCABLE DE LA CLASE MEDIA”

 

La palabra “especulación” conecta con una forma de vida que asumen los miserables, en adecuación con su espíritu siderúrgico de decadencia: vivir con el aparente rostro hacia delante, pero ver desde un espejo (“speculum”) qué es lo que sucede detrás. Nada de ingenuidad virtuosa frente al Hecho de la Vida, como he conocido que así se instituyen las mayorías, desde siempre.

Nuestra cultura, que está plagada de aberraciones, valora con usura la actitud de quien se conduce en alerta constante y a partir del uso de toda la información que puede dar el “aquí y ahora”, el “cable a tierra”, con el fin de “tomar decisiones”. No la información ilustrada, sino la que provee el cotidiano.

La especulación es una de las formas de la hipocresía y favorece el ocultamiento, la deshonestidad y el avance de una idea de buen obrar conveniente que con notorio desvío nos transmitieron nuestros mayores y que en definitiva se traduce en zancadilla objetiva. Sin embargo, hasta que “le toca a uno” sufrir el curso de acción de los especuladores, la masa aplaude esa manifestación pandillera de cuño familiar, que en nuestro contexto de formación barcodependiente es vista como un arma de progreso.

Yo veo que todos especulan todo el tiempo. Muy pocos mediocres con suerte logran resultados que van entre siderales y más o menos de movilidad social ascendente; la mayoría se contenta con la doble migaja o edifica una filosofía entera a partir del mero intento.

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En principio pareciera que no existe relación alguna; pero muchas veces me pregunté, en este contexto, qué es lo que genera esa indeclinable devoción que la clase media guarda por el automóvil, a la luz de que, con toda claridad, la muy escasa necesidad de traslados que requieren las dos o tres décadas de una familia de ese estamento queda cubierta con creces por el sistema de transporte público. En cualquier asentamiento urbano hay un colectivo que conduce hasta la escuela, la universidad, el trabajo, la casa de algún pariente, la de algún amigo. Para otros destinos, hay hasta aviones. Para todo lo demás, está el taxi ocasional.

No es la simple “comodidad” lo que mueve a la clase media a comprarse automóviles. Porque en la relación costo-beneficio, el esfuerzo que demanda la adquisición de un auto (costo) es sideral y avasalla cualquier placer que devenga de la utilidad práctica (beneficio). De forma proporcional a los ingresos de cada propietario, ningún automóvil exige menos de un año de ahorro de la totalidad de la facturación o de los salarios. Por supuesto, hay catraminas y carcasas; pero los 20.000 dólares de cualquier “cero kilómetro” promedio para una familia requieren un ahorro de más de 1.600 dólares por mes, en un país en el que el salario promedio de la clase media no llega a los 700 dólares.

Entonces, están las compras a crédito; y así es que la clase media se embarca en planes que rondan las 84 cuotas (¡SIETE AÑOS!) en virtud de los cuales termina pagando el precio de dos, tres o cuatro autos y recibe uno solo. Una LOCURA; salvo que la clase media gane lo que no gana, y aun así, también.

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En lo que interesa para estas tristes líneas, no puedo dejar de destacar que todo automóvil viene dotado de un SISTEMA de espejos (“speculum”) en uso del cual la clase media se ve conduciendo su destino, “decidiendo” a partir de tener en mira no sólo la Ruta del Porvenir (hacia delante); sino, con carácter especial para su Ser en el Mundo, qué y cómo se posicionan los demás (hacia atrás).

Una fuerte metáfora que reproduce las ilusiones estratégicas de bisabuelos y tatarabuelos apremiados por el hambre y las necesidades fascistas, relacionadas con el ideal de preservación de la propia integridad y el hacer camino andando, principio que también conduce a la frustración.

En este punto, más allá de otras implicaciones que trae el SER DUEÑO, los años me han enseñado que existe una poderosa relación entre la posibilidad del automóvil y la vigencia de las filosofías especulativas habituales.

Sin embargo, hay estamentos más fuertes que otros. Apartemos el hecho de que la mediocridad es la fuerza más poderosa de todas, aunque la mediocridad no llene únicamente el recipiente vacío de la clase media y si bien sí casi todo ese recipiente es llenado por la mediocridad. Un día voy a hablar del Amor por las Cosas Simples de la Vida.

Lo cierto es que, aun creyendo que “se decide”, la verdad más cruel es que la clase media “es decidida”. El poder real le hace pagar impuestos; le inocula una espantosa normativa nacional, provincial y municipal; le impone las condiciones de adquisición de lugares donde vivir; le paga el sueldo que se le antoja; le suministra una lógica de la cual no puede desviarse; la hace votar o no votar, según se le ocurra (le impone, también, ideas de “política” o de “antipolítica”, ambas con el mismo sentido de dominación); la EDUCA (le programa, por ejemplo, TODAS las etapas de escolarización y sus contenidos); y hasta le indica cuáles son las ilusiones que debe hacerse durante toda su vida. Incluso la mete presa: la misma clase media sabe que no hay ningún “rico” encerrado; aunque sí existen estafadores menores y asesinos –sobre todo, estafadores- de clase media que cumplen o cumplieron condenas formales.

Esta dinámica de poder de unos sobre otros hace que la clase media tome decisiones únicamente en un ámbito acotado, cuyos límites son impuestos por las clases dominantes. Por ejemplo: el día que el giro comercial o el jefe se lo permitan, la clase media se irá de vacaciones y decidirá entre la Costa, el Campo o la Montaña. En el extremo de sus posibilidades económicas y sólo en épocas de bonanza traídas por gobiernos populares de los que luego renegará como conducta grotesca de clase, Papis y Mamis harán Cancún “all inclusive”, Miami o el tour “20 días – 15 capitales” y vendrán admirados de “lo que es Praga”. Pero JAMÁS –salvo error biográfico favorable- serán habitués del Casino de Montecarlo, de ninguna manera disfrutarán de una temporada de esquí en Gstaad, ni se alojarán en el Mandarin Oriental de Londres o el Raffles Hotel de Singapur.

Ni qué hablar de la nueva idea de “Planificación Familiar”, que indefectiblemente incluye “los tiempos” del trabajo en relación de dependencia –por sobre los tiempos del amor- a la hora de concebir.

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Y así es que el sistema de espejos del automóvil tampoco le sirve a la clase media para hacer lo que quiera, como sí pueden hacerlo las clases dominantes, cuyo único espejo es el de su esencia.

Puede decidir “salvarse” de un “loco” que viene “a todo lo que da”, puede “ver si viene alguien” para “abrir la puerta”; pero no le es posible –sin someterse a juzgamiento- imprimir a su vehículo una velocidad de más de 60 kilómetros por hora en las avenidas o de 40 en las calles. Tampoco puede dejar el auto en cualquier lado. No puede circular si uno de los focos de luz está roto, si en los asientos no hay “apoyacabezas” o si no usa el cinturón de seguridad, aun si asumiera el riesgo de morirse y aun cuando no usar cinturón de seguridad no importe riesgo alguno para la salud de otras personas, detalle que puede perfectamente advertirse desde los espejos. No puede conducir sin haber abonado antes un seguro que se encuentre vigente. Hay rutas en las que miembros de las Fuerzas Armadas o de las policías locales le impedirán el paso si no abonó las tres últimas cuotas del Impuesto a la Radicación de Automóviles. Está obligada a hacer anuncios con luces con el fin de anticipar maniobras, aunque no haya NADIE en el camino y esa realidad se refleje en los espejos. Si un policía le dice, sin más explicación, que “circule”, está también obligada a hacerlo, HACIA CUALQUIER LADO, aunque no sea esa la dirección que quiera tomar, aunque no quiera circular y aunque por los espejos vea que detrás de él hay lugar para estacionar.

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Así que, como en la vida, las decisiones que toma la clase media vienen condicionadas por las decisiones que toman otros: decisiones de decidir sobre ella.

No obstante, la vida parece transcurrir en una permanente ilusión de libertad; y las restricciones que el poder real impone son vistas como “razonables”. El “orden” que pretende la clase media es un orden que le IMPONEN otros. La clase media decide en el patio que le dejan usar; es decir: no decide.

La especulación de la clase media se manifiesta, de tal modo, como un conjunto de transacciones insignificantes en un ámbito acotado por el más fuerte, hecho que hace palmaria segundo a segundo su debilidad. El poderoso le otorga a la clase media un pensamiento, una línea de acción y un universo limitado de intereses; y en ese tinglado el mediopelo ejecuta su farsa.

Toda mi vida, por caso, ha sido un conjunto de transacciones insignificantes. Siempre lo he sabido.

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De ahí que a las clases dominantes les dé risa o repulsión el “pensamiento” de las clases medias; porque las clases dominantes cultivan una lucidez sádica, y hasta para el ingreso al Infierno tienen prioridad asegurada.

Alguna vez he menudeado esas élites: puedo asegurar que, si bien el mediopelo venera a la oligarquía, a la oligarquía no le importa absolutamente NADA de las clases medias, más que no sea en su dimensión de generadora de empleados alcahuetes, cada vez menos calificados y por eso cada vez más expulsados hacia el pedemonte.

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Por todo esto que digo es que vivo advirtiendo el ridículo de mis congéneres, que, porque el Otro nos constituye, es también MI ridículo.

Desde el especulador de calle que vende sus Cristos de mentira por treinta denarios, hasta aquella comerciante que porque me gustó la máquina para afeitar más cara me dijo que ella y yo habíamos nacido con “paladar negro”; desde el que oculta para que sus oportunidades no sean “descubiertas” hasta el que calla porque siente que le conviene; desde el que ostenta vinos o relojes hasta el que cuenta interminablemente y con anteojos de sol en plena oscuridad del Todo sus anécdotas de viaje a crédito.

Incluso, me he lastimado el alma leyendo y escuchando a quienes ponderan que tienen razón. Para evitar esa miseria, he tomado la precaución de no tener razón NUNCA. Tampoco he obtenido buenos resultados.

Pero estoy tan entrenado en ver la grosería naturalizada y los límites del pequeño burgués, que hasta me doy cuenta de esas emergencias espurias a partir de los rictus, de los gestos involuntarios, de las miradas. De eso también voy a hablar en algún momento: los estigmas de la miseria, en las caras de los miserables.

Aunque, a esta altura, sea ya decir por decir.



 


*Eddy W. Hopper. Abogado

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