En el primer semestre se han multiplicado los atropellos del gobierno contra el pueblo. Pero el desmanejo del Estado, la endeblez política, la regresión económica y la resistencia popular socavan esa andanada. Javier Milei intenta compensar esas inconsistencias con mayor protagonismo en el exterior, mientras aprovecha el socorro de la derecha convencional y el desconcierto del peronismo.
Desgracias con responsables
Ya se han batido todos los récords de
destrucción del ingreso popular. Nunca se registró una demolición tan acentuada
en tan poco tiempo. El nivel de vida ha caído a un piso muy cercano a la
tremenda crisis del 2001. Los salarios registrados cayeron 21%, el sueldo
mínimo perdió 30% y las jubilaciones se derrumbaron 33%.
La desnutrición genera estragos entre los
indigentes y más de cuatro millones de personas han ingresado al submundo de la
pobreza. La clase media hace malabarismo para mantener los gastos de
escolaridad, cobertura médica y transporte, liquidando ahorros, contrayendo
deudas y consumiendo segundas marcas.
El sufrimiento es mucho mayor para los 95.000
despedidos del sector privado y los 25.000 licenciados de la administración
pública. Milei se enorgullece de esa sangría y promete echar a otros 50.000
empleados estatales, para dejar en la calle al 30% de los contratados. Ya
instauró el principio de esa cirugía y celebra la desgracia del desempleo.
El ocupante de la Casa Rosada ha introducido
un insólito sadismo en la política económica. En lugar de ponderar inversiones,
fomentar el empleo y auspiciar mejoras del consumo, exalta el sufrimiento
popular y enaltece la crueldad y los padecimientos actuales, como si
constituyeran un insoslayable ingrediente de la prosperidad futura. Pero nunca
dice cuándo llegará ese alivio. Tan solo ensalza el ajuste como anticipo del
mítico predomino del mercado, que facilitará el bienestar general.
Milei no ejemplifica sus fantasías con algún
modelo de país que haya transitado por esa trayectoria. Solo repite los vagos
enunciados del neoliberalismo extremo que actualmente desecha el grueso del
mundo. Su incoherente verborragia oculta que las desgracias de la mayoría
continúan enriqueciendo a un puñado de acaudalados.
La promesa de costear el ajuste penalizando a
la casta ya quedó archivada. Los privilegiados han quedado resguardados del
torniquete que agobia a los empobrecidos. Milei culpa ahora a los propios
desamparados por las desventuras que afrontan.
Todos los días insulta a las familias que no
pueden completar sus comidas diarias. Presagia que “algo harán” para no morirse
de hambre, como si la responsabilidad de ese sustento dependiera del comportamiento
de cada individuo.
Milei presenta la miseria como un efecto de
“vivir por encima de las posibilidades”, descalificando las mejoras
conquistadas por el pueblo. Como aborrece la justicia social considera
inadmisible cualquier atisbo de menor desigualdad. Arremete contra “gastar más
de lo que ingresa”, repitiendo una falsa identidad de la familia con el Estado.
Esa comparación ignora el abismo que separa la política económica del manejo de
un presupuesto personal. Ataca, además, el “pasado populista” silenciando las
nefastas consecuencias de los gobiernos neoliberales.
El libertario habla del pasado para encubrir
el presente. Machaca con la herencia y se autopromociona como salvador de un
escenario explosivo que desactivó con su presidencia. Con ese invento justificó
la devaluación y la escalada de precios que pulverizaron los ingresos
populares. Ahora improvisa otros pretextos para explicar el agravamiento del
desastre económico-social.
Caos deliberado
Las calamidades que el gobierno ha infligido
al grueso de la sociedad no tienen precedentes. El emblema de esas tropelías
son los alimentos almacenados para vaciar los comedores comunitarios. Ese
inmenso volumen de comida fue retenido para debilitar las organizaciones
sociales que protegen la nutrición popular.
La maldad de Milei y su Ministra Sandra
Pettovello indigna. Buscan destruir a los agrupamientos que alivian la
hambruna, en un país que exporta alimentos a todos los rincones del planeta. En
vez de penalizar a los capitalistas responsables de esa chocante anomalía,
bendicen a los millonarios y agreden a los militantes.
El escándalo de la comida ha sido tan
impactante, que los propios Jueces próximos al gobierno exigieron el reparto de
las viandas. Luego de demorar el cumplimiento de esa demanda, Pettovello
habilitó su distribución a través de una Fundación Privada (Conin), que las
empresas del agronegocio utilizan para desgravar impuestos. Ese burdo
gerenciamiento de la pobreza incluyó la adjudicación prioritaria de canastas a
los punteros de las provincias amigas, con la autoritaria mediación del
Ejército. El reparto fue combinado con sospechosas reventas a través de las
redes sociales e implicó un costo muy superior al manejo habitual de los
comedores comunitarios.
En todo el episodio afloró la corrupción en un
Ministerio que adquiere productos a empresas exentas de control. Ese desfalco
destapó, también, la existencia de una gran red de ñoquis libertarios que
cobran sin trabajar. Los exóticos funcionarios que ha designado Milei exhiben
más propensión a la malversación de fondos, que la objetada “casta” de los
políticos convencionales.
El complemento de esa corruptela es la
ineficiencia. Los personajes que han desembarcado en la administración pública
compiten en desconocimiento e improvisación. Milei ya forzó la renuncia de una
treintena de altos funcionarios, batiendo todos los récords de despidos. Ha
licenciado un burócrata por cada cinco días de gestión.
Esa generalizada ineptitud sintoniza con un
Presidente que auspicia el desorden en forma deliberada. Milei convalida la
inacción frente a los problemas más urgentes. La lista de esa pasividad incluye
la ausencia de ayuda por el tornado que asoló a Bahía Blanca, la indiferencia
frente la inundación de Concordia, la apatía ante el temporal que afectó 68 distritos
bonaerenses, la negativa a entregar medicamentos oncológicos, la parálisis
frente al choque de trenes en Palermo y la desatención ante la falta de gas. El
colmo de esa inmovilidad fue la carencia de vacunas, reactivos o campañas
publicitarias ante el peor brote de dengue de la historia.
Esa indolencia confirma la ideología
anarcocapitalista de un Presidente, que promociona la “destrucción del Estado
desde adentro”. Se autovisualiza como un Terminator embarcado en esa meta y
experimenta con millones de argentinos los disparates de su inspirador
estadounidense (Murray Rothbard). Ese padrino concibió todas locuras enunciadas
durante la campaña electoral (como el derecho de los padres a desentenderse de
los hijos para incluirlos en la esfera mercantil).
El delirio de comandar la administración de un
país para demolerla, ya no es el divertido ensayo libertario de una localidad
de New Hampshire. Allí se disolvió la gestión pública y la ciudad quedó
derruida por una invasión de animales. El mismo caos en el Estado facilita
Milei, pero en un país mediano que integra el G20 y visita el G7.
Durante todo el semestre la clase dominante ha
tolerado la desorganización de funcionamiento estatal. Los poderosos, sus
medios de comunicación, jueces, políticos y economistas le perdonan a Milei
todos los bochornos imaginables. El Presidente gasta fortunas del presupuesto
en viajes proselitistas, remodela la Casa de Gobierno para albergar a sus
perros, bendice el nepotismo de su entorno y se maneja con lenguaje procaz, que
evidencia graves trastornos emocionales.
Los dueños del poder nunca le han permitido a
un Primer Mandatario porciones mínimas de esas exuberancias. Las aceptan ahora
porque tienen en la Casa Rosada a un marginal decidido a destruir los
sindicatos, arrasar los movimientos sociales y quebrantar las organizaciones
democráticas. Las clases dominantes admiten la erosión de su propio Estado, a
fin de conseguir esa derrota de la clase trabajadora. Aceptan el deterioro de
la administración que necesitan para engordar sus fortunas, con la esperanza de
modificar a su favor las relaciones sociales de fuerza imperantes en el país.
Pero el caos premeditado genera situaciones
insoportables en todos los estamentos. La propia inexperiencia en la gestión
pública —que era ponderada como un activo del oficialismo frente a los vicios
de la “casta tradicional”— comienza a pesar como una seria adversidad. La regla
de funcionarios que no funcionan no solo genera rechazo entre los afectados.
También incrementa el malestar de los mecenas del Presidente.
Represión y embrutecimiento
La escala represiva es el principal
instrumento de Milei para destruir el movimiento popular. Es el componente
Fujimori del plan que inauguró Bullrich con su Protocolo Anti piquete. El
despliegue de la gendarmería y las provocaciones contra los manifestantes han
sido la norma del semestre. Pero en la última movilización contra la Ley Bases
el oficialismo subió la apuesta, con premeditados apresamientos para atemorizar
a la militancia.
Bullrich retomó las mismas cacerías de
transeúntes y las mismas provocaciones de infiltrados que desplegaba en la era
Macri. La copia tuvo pocas variaciones. Autos quemados con la complicidad
policial, balas de gomas, humaredas de lacrimógenos, detenciones al azar y
palizas a los Diputados presentes. La Ley Bases fue apuntalada con un baño de
gases. Se abrieron causas contra los detenidos y apareció la prisión preventiva
por el nuevo delito de protestar.
El oficialismo propicia el miedo para disuadir
la concurrencia a las movilizaciones. Diseñó un plan para depositar en la
cárcel a los dirigentes de las organizaciones más combativas. La identificación
de los manifestantes con el terrorismo y la denuncia de un absurdo Golpe de
Estado no fue otra incontinencia verbal de Milei. Forma parte del libreto
elaborado en la Casa Rosada con los espías de la AFI (Agencia Federal de
Inteligencia). El Presidente se dispone a proseguir su escalada de insultos con
el Código Penal en la mano.
Pero la rápida reacción de los militantes y
los Organismos de Derechos Humanos -que consiguieron la liberación de la
mayoría de los detenidos- anticipa a resistencia que afrontará el plan
represivo. Las reservas democráticas construidas al cabo de muchos años
volverán a emerger con fuerza para frenar al gobierno.
La prioridad inmediata de Milei es
criminalizar a las organizaciones sociales. La banda de funcionarios que
retiene, deteriora y malvende la comida de los comedores se arroga el derecho
de acusar a los garantes de la alimentación popular. En ese mundo al revés, ya
se han perpetrado allanamientos a las sedes de las organizaciones de izquierda.
Esta furia contra los movimientos sociales
contrasta con la pasividad frente al narcotráfico, que ha convertido algunas
ciudades, como Rosario, en ámbitos de balacera permanente. Como Milei considera
que el Estado es una organización criminal, sitúa de hecho la confrontación
contra los narcos en un terreno de bandas equivalentes. Busca emular los pasos
de su colega Bukele que, en la competencia mafiosa del Estado con las marras,
logró instaurar un régimen autoritario. El costo de esa aventura se cuantifica
en la lista de inocentes muertos, que Argentina comienza a padecer repitiendo
lo ocurrido en El Salvador y Ecuador.
Milei y Villarruel complementan su cruzada
represiva con una “batalla cultural” por la desmemoria que enaltece a la
Dictadura. Junto a sus laderos mediáticos cuestionan el emblema de los 30 mil
desaparecidos, con la reiterada objeción al número de víctimas ocasionado por
la tiranía militar. Pero no conciben extender ese reparo a otras cifras de
genocidios, como el millón y medio de armenios masacrados por Turquía o los
seis millones de judíos asesinados por los nazis. Ninguno de esos números
presupone la exactitud estadística. Importan como símbolos de acontecimientos
dramáticos.
El negacionismo de Milei fomenta el
desfinanciamiento de todas las actividades de Memoria, Verdad y Justicia. Desde
la Casa Rosada se intenta resucitar también la “teoría de los dos demonios”,
para tantear el indulto de los militares que cumplen condenas. Esa
rehabilitación es motorizada para recrear la intervención de los uniformados en
la Seguridad Interior.
La escala represiva complementa el ataque
contra todos los logros culturales del país, que Milei asocia con la izquierda,
el progresismo y la educación pública. Propicia el resentimiento contra esa
tradición, en estrecha conexión con los evangelistas y los sectores
conservadores de la Iglesia. Los vouchers de subsidio a la educación privada
refuerzan esa campaña y complementan la eliminación de los 14 millones de
libros, anteriormente provistos a los estudiantes más carenciados. Para recrear
el oscurantismo se motoriza una ley que penará el ¨adoctrinamiento en las
escuelas¨, es decir el simple conocimiento de teorías contrapuestas al
primitivismo liberal que profesa el Presidente.
Las bofetadas cotidianas de Milei contra la
cultura han incluido la delirante designación de una ignorante terraplanista
(Lemoine) al frente en la Comisión de Ciencia de Diputados. La arremetida
contra el “feminismo” ha sido complementada con la aberrante presentación de la
homosexualidad como una enfermedad autodestructiva.
Milei está empeñado en una carnicería cultural
para vender Tecnópolis, liquidar la Televisión Pública, rifar el cine Gaumont,
vaciar el Centro Cultural Kirchner y pulverizar el Museo del Bicentenario,
mientras destruye el Instituto del Cine y el Fondo Nacional de las Artes. Como
no pudo clausurar el Conicet, tratará de impedir que desenvuelva alguna
actividad de mayor relevancia que la clonación de sus perros.
Para sustraerse del rechazo que provoca esta
rémora de la Inquisición, el anarco-capitalista reemplazó la enunciación de sus
disparates en la Feria del Libro por un acto propio. Pero ninguno de los
aplaudidores que valoró sus gritos y aplaudió sus gestos, pudo descifrar en
Luna Park el incoherente contenido de su discurso.
Respiros sin base propia
Con la aprobación de la Ley Bases en el
Senado, el gobierno logró su primer éxito parlamentario en seis meses. Ese
triunfo le permitió superar una orfandad legislativa sin precedentes. Obtuvo
una victoria salvadora, en el momento que todos los analistas diagnosticaban la
implosión si Milei volvía a fracasar en el Congreso.
El proyecto logró una ajustada mayoría en la
Cámara Alta que exigió el desempate de la Vicepresidenta. No emergió junto al
publicitado Pacto de Mayo, que el oficialismo esperaba suscribir con los
gobernadores. De los 664 artículos del proyecto original quedó menos de la
mitad y la agónica aprobación solo involucró el tratamiento general del texto.
En la evaluación particular el gobierno perdió dos votaciones (Ganancias y
Bienes Personales), que intentará remontar en la revisión de los diputados.
Esos desguaces no alteraron el sentido de la Ley, pero retrataron las adversidades
que afronta el oficialismo.
El alivio conseguido por Milei estuvo rodeado
de varios escándalos. La Diputada que vendió su voto a cambio de una Embajada
en Paris fue el caso más bizarro de las prebendas en juego. El gobierno
repartió favores y fue retribuido por la “casta” con lo justo para conseguir su
trofeo.
El grueso del radicalismo y una minoría del
peronismo socorrieron a Milei, otorgándole el quórum y los votos que necesitaba
para sobrevivir. Lo hicieron con la típica duplicidad de proclamar en público
lo contrario que negocian en el Congreso. Calcularon exactamente lo que
requería el oficialismo para zafar, corroborando que comparten el objetivo
gubernamental de doblegar al movimiento popular.
Esa convergencia fue muy evidente en la agenda
de agresión al movimiento obrero. A diferencia de lo ocurrido en la temática
económica, los socorristas del Presidente avalaron sin grandes objeciones la
Reforma Laboral. Coincidieron en apuntalar una iniciativa que atropella
derechos, elimina indemnizaciones, facilita el despido y auspicia la
informalidad. Los gobernadores que negociaron duramente cada subsidio,
convalidaron sin reparos el ataque a los asalariados. La andanada laboral fue
apenas disimulada con una pálida preservación del monotributo social.
Pero el respiro conseguido por Milei no
resuelve otras adversidades legislativas. La Cámara de Diputados ya sancionó
una nueva fórmula de Movilidad Jubilatoria, que el gobierno amenaza con vetar,
a pesar de la irrisoria recuperación que propone de lo perdido. El consenso
logrado para aprobar la Ley Bases, tampoco atempera los vaivenes de la derecha
convencional y las infinitas reyertas dentro del bloque libertario. La ambición
de poder entre los aventureros que integran ese grupo es irrefrenable.
Milei no logra cohesionar a su improvisada
tropa y su desprecio por los "degenerados Fiscales" que legislan
en el Congreso corroe al gobierno. El presidente tampoco ha podido
contrarrestar su soledad parlamentaria con algún sostén callejero. Es cierto que
las encuestas le asignan un respetable porcentual de aceptación, pero ese
número siempre acompañó al primer semestre de todos los presidentes. Es un
soporte pasivo que no alcanza para apuntalar la drástica remodelación de
Argentina que auspicia el libertario.
A diferencia de Trump, Bolsonaro, Meloni o Le
Pen, el libertario argentino carece de cimientos en partidos, iglesias,
instituciones o religiones. Su versión anarcocapitalista es ajena a la traición
liberal criolla y profesa una vertiente de la ultraderecha muy distante del
viejo nacionalismo reaccionario. Hasta ahora, no compensó esas falencias de
origen con la gestación de un movimiento identificado con su figura. La
concurrencia a sus últimos actos de Buenos Aires y Córdoba se mantuvo por
debajo de lo requerido para forjar ese agrupamiento. Con la Ley Bases aprobada
decaerán las especulaciones sobre el sombrío destino de Milei, pero los
poderosos mantienen en carpeta el Plan B alternativo que traman con Villarruel
y Macri.
Fallidos y disputas económicas
Milei encabeza un experimento ultraderechista
para lidiar con una crisis económica mayúscula. Por esa razón es observado con
tanta atención por sus pares de otras latitudes. Su plan inicial era perpetrar
un rápido ajuste, para equilibrar las finanzas públicas y suscitar la confianza
de los acreedores. Con ese activo esperaba conseguir el crédito requerido para
estabilizar la moneda y bajar la inflación, con el auxilio de una corta
recesión.
Con ese resultado en mente, imaginó una
secuencia de leyes de entrega y una lluvia de inversiones suficiente para ganar
las elecciones de medio término. La cirugía que Menem inició con
la convertibilidad al cabo de dos años turbulentos, Milei esperaba
comenzarla con la dolarización al cabo del primer semestre. Pero
trascurrido ese plazo, está muy lejos de lograr sus propósitos.
La única parte cumplida de su programa es el
monumental ajuste de los ingresos populares. El empobrecimiento que ha
perpetrado se verifica en la furibunda caída del consumo de pan, leche y carne.
Nunca se retrajo tanto la adquisición de esos nutrientes básicos. En otros
ítems de su plan reinan la ficción y el fracaso.
El ordenamiento fiscal es un invento. Caputo
exhibe Caja postergando pagos y utilizando malabarismos contables para
disimular la continuidad de los desequilibrios. Cambió un tipo de bonos
públicos (Leliqs) por otro (pases, Bopreal), traspasó el déficit del Banco
Central a la Tesorería, pospuso la cancelación de las importaciones y forzó la
refinanciación de las grandes deudas energéticas con los proveedores del
Estado.
Como la recesión continúa contrayendo los
ingresos del fisco, el ahorro que Milei consigue reduciendo gastos se diluye en
las falencias de la recaudación. Es la misma secuencia que afectó a otros
programas que se muerden la cola, en un círculo vicioso de inútiles recortes.
Al igual que sus antecesores contrarresta ese bache fiscal con mayor
endeudamiento.
La baja de la inflación que tanto festeja el
oficialismo es otro espejismo, puesto que mantiene el promedio de la carestía
por encima del gobierno anterior. Lo que se está atemperando es la
superinflación que generó Milei al llegar a la Casa Rosada. Pero el piso de la
carestía persiste en los niveles de los últimos años y el demorado repunte de
las tarifas augura una traumática continuidad.
El libertario afronta, además, una inesperada
contradicción con el tipo de cambio. Como la fuerte inflación del primer
semestre no fue acompañada por devaluaciones equivalentes, la economía
argentina se ha tornado cara en dólares y la presión por otra desvalorización
de la moneda está a la orden del día. Los economistas del “círculo rojo” que
propician esa disparada (Cavallo, Broda, Melconian) están enfrentados con los
gurkas del oficialismo (Sturzenegger, De Pablo), que proponen corregir el bache
con más recesión. Esa divergencia se procesa en un escenario de repentinas
tensiones en los indicadores financieros (dólar blue, riesgo país, liquidación
de exportaciones del agronegocio).
Como las reservas ya están flaqueando, Milei
busca la salvación en la obtención de dólares por cualquier medio. Logró
introducir en la Ley Bases un blanqueo más irrestricto de capitales y promovió
improvisadas privatizaciones para conseguir esas divisas.
Pero la provisión efectiva de dólares depende
del FMI, que en el primer semestre le negó los préstamos concedidos a Macri.
Las prevenciones del Fondo obedecen a la insolvencia de Argentina, que es el
principal deudor del organismo y afronta en el 2025 vencimientos que no podrá
solventar. Además, el país está acosado por los compromisos con los acreedores
privados y por las demandas de la Justicia de Nueva York.
El FMI observa a Milei sin emitir veredictos.
Está muy satisfecho con el brutal ajuste y comienza a considerar el
otorgamiento de un auxilio para que el libertario continúe sirviendo a los
financistas. Como pondera los pagos de intereses en plena retracción de otras
erogaciones, indujo a China a renovar un pesado swap, cuyo pago conducía al
colapso de las reservas.
Curiosamente Washington propició una actitud
amigable de su rival de Beijing con Buenos Aires, para evitar la catástrofe que
implicaba esa exigencia de cobro. Habrá que ver si ese espaldarazo del FMI ha
sido un episodio coyuntural o si inicia el sostén estratégico del plan
libertario para eliminar el control de cambios (“cepo”).
En lo inmediato el FMI observa el desenlace
cambiario, favoreciendo al bloque devaluador, que auspicia también cierto giro
hacia el pragmatismo regulador. Esa vertiente confronta con los partidarios de
sostener el rumbo actual con más licuadora y más motosierra. Este último curso
supone una descomunal retracción económica, que apuntalaría alguna versión
atenuada de la dolarización (canasta de monedas).
Tres pilares de una regresión
Milei cuenta con el fervoroso sostén local de
los financistas, los unicornios y los extractivistas. El primer grupo ha sido
ampliamente beneficiado con los privilegios otorgados a los acreedores, con la
bicicleta de los títulos públicos y con la fiesta de las acciones y los bonos
nominados en dólares.
Dentro de ese espectro de favorecidos, el gobierno apuntala a los segmentos que
auspician la desregulación financiera, para redistribuir la torta del crédito y
del manejo corriente del dinero. El gobierno promociona al ascendente grupo de
Mercado Pago con licencias que otros países niegan. Le permite operar
vulnerando las normas que regulan la actividad de las entidades tradicionales.
Ese sostén ilustra la remodelación financiera
que fomenta el gobierno. Cuando Milei proclama su intención de incendiar el
Banco Central, auspicia de hecho un régimen sin controles, ni garantías de
depósitos, con el consiguiente riesgo para los ahorristas. Intenta convertir a
la Argentina en un conejillo de Indias de la desregulación internacional,
creando un paraíso financiero irrestricto.
Esa aventura es compartida por
los unicornios tecnológicos que enaltecen al libertario. Agrupan un
segmento transnacionalizado de proveedores de servicios informáticos, que actúa
como una influyente elite en las redes sociales.
El viajero de la Casa Rosada utiliza ese apoyo
para difundir las fantasías que elabora paseando por California. En sus
entrevistas con Musk, Pichai, Altman y Zuckerberg, se imagina como el creador
de un Silicon Milei, que utilizaría la Inteligencia Artificial (IA) para
remodelar el Estado. Netanyahu ya aplica esas invenciones para perfeccionar la
masacre de palestinos y su admirador argentino espera emplear las mismas
tecnologías para apuntalar el ajuste. Supone que podrá manejar a los empleados
del Estado como si fueran piezas de un juego informático.
También estima que atraerá inversiones para
localizar en Argentina las usinas de datos de las gigantes de la tecnología.
Pero por ahora no negocia ese desembarco. Solo tramita un modesto contrato con
Google, para que ensaye aquí el despropósito de gestionar el Estado con el dedo
de la Inteligencia Artificial.
El tercer sostén del libertario son las
empresas extractivas embarcadas en el saqueo de los recursos energéticos y
mineros. Techint ha logrado situarse en el comando de ese pelotón. Aportó sus
principales cuadros para el manejo de varios ministerios, motoriza alianzas con
sus socios occidentales contra China y tiende a remodelar su actividad
industrial para apuntalar el negocio de los combustibles.
Milei favorece esa reconversión que
transformaría a la Argentina en un enclave de las grandes empresas de petróleo,
gas y minería. El Régimen de Incentivos a las Grandes
Inversiones (RIGI) que aprobó el Senado apuntala ese objetivo. Con esa ley
las compañías consiguieron mucho más de lo que imaginaban. Pagarán menos
impuestos, gozarán de estabilidad tributaria por 30 años, podrán soslayar audiencias
públicas y quedarán exentas de demandas por la destrucción ambiental.
El RIGI introduce un régimen fiscal
inexistente en el resto del mundo, que eximirá a las empresas de pagar
retenciones y ciertos rubros de los ingresos brutos. Se les permitirá sortear
el ingreso al país de las divisas obtenidas con sus exportaciones, tendrán
acceso al dólar oficial y podrán importar insumos a cualquier costo.
Esta increíble legislación otorgará a las
compañías agraciadas, beneficios muy superiores a los competidores ya
establecidos. La aprobación de sus peticiones se hará en tiempo récord y sin
revisar los pliegos. Desenvolverán islotes de exportación desconectados de la
producción y del abastecimiento de proveedores locales. La libre disponibilidad
de divisas que tendrán a su favor partirá la economía en dos y afectará a un
Estado endeudado, que perderá el manejo de las divisas necesarias para
refinanciar sus pasivos.
El agronegocio tiende a quedar situado en el
medio del gran reparto oficial de ganadores y perdedores. Está muy favorecido
por la liberalización de la economía, pero habrá que ver si el manejo cambiario
no termina afectando su rentabilidad, como ocurrió durante la Convertibilidad.
Los perjuicios para el sector fabril saltan a
la vista. Sufrirá otra escala de la misma remodelación regresiva que afrontó
con Videla, Menem y Macri. Las quejas de grandes industriales, como Madanes,
ilustran esa adversidad, que se verifica en los efectos de la
recesión. Argentina será el único país de la región que padecerá una gran
caída del nivel de actividad (3,5%) por el torniquete que aplicó Milei.
Ese desplome no obedece a ninguna tendencia
del ciclo económico. Es una exclusiva consecuencia de la política contractiva
que introdujo el libertario al paralizar más 6.000 obras públicas. En su
imaginario de plenitud mercantil, la regresión productiva que demuele el empleo
es tan irrelevante como cualquier sufrimiento popular.
Un menemismo a destiempo
Milei intenta acumular poder en el exterior
para contrarrestar sus inconsistencias internas. Con una frenética sucesión de
giras, aspira a transformarse en una figura mundial de la ultraderecha, para
acrecentar su autoridad dentro de la Argentina. Festeja su rostro en la tapa
del Time, que lo exhibe como el Presidente más exótico del planeta.
Pero no se ha situado en ese podio por mérito
propio, sino por simple servilismo a los Estados Unidos. Milei despliega una
fidelidad hacia Washington mucho mayor que a las clases dominantes del país y
se ha convertido en un puntal de la contraofensiva que motoriza el poder
norteamericano para recuperar primacía en el ajedrez global.
Ningún gobierno anterior ha exhibido un
sometimiento tan humillante al imperialismo yanqui. Los jefes de la CIA, el
Pentágono y el Departamento de Estado desembarcan una y otra vez en Buenos
Aires, para asegurar la llegada de los marines a la Hidrovía del Paraná, a la
Triple Frontera y a la próxima Base Militar de Tierra del Fuego. De paso le
vendieron al país una partida de viejos aviones de guerra que Dinamarca almacenaba
como chatarra.
La prioridad de Washington es frenar la
presencia económica de China, bloqueando los emprendimientos que ya tiene
suscriptos con Argentina (centrales hidroeléctricas en Santa Cruz, planta de
energía nuclear, puerto de Río Grande). También pretende obstruir el suministro
de las redes digitales 5G, las inversiones en litio y la llegada de más
empresas agroalimentarias al litoral.
El embajador yanqui incentiva una campaña para
presentar los observatorios científicos de astronomía que Beijing gestiona en
Neuquén como peligrosas bases militares. La improvisada Canciller Mondino
convalidó esa provocación con disparates verbales que China retrucó con serias
advertencias. Argentina está muy endeudada con la potencia asiática y los
traspiés diplomáticos del libertario tienen serias consecuencias.
También la enemistad con Rusia, que incentiva
el Departamento de Estado, genera efectos adversos. Los científicos de Moscú
que exploran la Antártida rastreando el caudal subterráneo de hidrocarburos
habrían descubierto una inmensa reserva en territorios disputados por
Argentina, Chile y Gran Bretaña. Ese hallazgo no fue informado al país, como un
gesto de rechazo al ciego alineamiento de Milei con su mandante estadounidense.
La tensión con Rusia tiende a escalar, además,
por el fanático apoyo a Ucrania. Milei no solo suscribe todas las iniciativas
de Zelensky, sino que ha sugerido el envío de ayuda militar a Kiev si la
confrontación bélica no decrece.
Estos anuncios no son fanfarronadas. El
gobierno quiere restaurar el protagonismo del Ejército para recomponer el
tráfico de armas que floreció durante el menemismo y declinó por los atentados
a la Embajada y la AMIA. El Poder Judicial apuntala esa revitalización de las
Fuerzas Armadas con una renovada campaña para presentar a Irán como el gran
responsable de esas explosiones. No aporta pruebas de esa culpabilidad y apaña
el evidente involucramiento de militares y espías argentinos en esos crímenes.
Milei también ostenta un sostenido apoyo
al genocidio que perpetra Israel en Gaza. Ha concertado una estrecha
alianza con los rabinos ortodoxos, que justifican esa masacre con argumentos
místicos y ha internalizado ese delirio con su propia conversión al judaísmo.
Por eso Argentina fue el único país latinoamericano que votó en contra de la
petición Palestina de ingresar a las Naciones Unidos y el Embajador de Tel Aviv
participa como un invitado más en las reuniones del gabinete. Este favoritismo
le ha permitido a la empresa de aguas Mekorot inspeccionar los recursos
acuíferos del país para transformarse en el socio privilegiado de los futuros
emprendimientos extractivos.
Para cumplir con las exigencias de Washington,
Milei suele archivar su investidura e insulta a los mandatarios que disgustan
al Departamento de Estado. Las provocaciones contra Venezuela incluyen el robo
de un avión y el cierre de Telesur. La andanada contra Cuba involucra la
suspensión de la ruta aérea Buenos Aires-La Habana y las agresiones contra
Petro y López Obrador tensionaron como nunca las relaciones diplomáticas con
Colombia y México. Si se confirma que Milei brindará asilo político al grupo de
bolsonaristas acusado de participar en el intento de Golpe de Estado la
tirantez con Brasil seguirá escalando. Lula ya sugirió un potencial veto a la
provisión del gas que necesita Argentina en las coyunturas de escasez.
El presidente viajero no actúa como otro
subalterno más del poder estadounidense. Es un peón del proyecto de Trump e
integra la red de lacayos que maneja el ambicioso magnate republicano. Milei
hace payasadas con otros socios del presidenciable yanqui para impactar en las
redes sociales. No oculta su fascinación por la forma en que Elon Musk combina
la virulencia contra los sindicatos obreros con la promesa de llegar a Marte.
El alineamiento con los neofranquistas de Vox
adopta la misma tónica e incluye la exportación a España del lawfare que la
derecha latinoamericana perfeccionó para tumbar presidentes. Milei participa de
esa conspiración difundiendo las típicas acusaciones de corrupción que
motorizan esos complots. Su hiperactividad en Europa apunta a lucrar con
la oleada ultraderechista que sacude al Viejo Continente.
El libertario también ofrece a la Argentina
como un ámbito de experimentación del modelo político trumpista. Ensaya una
nueva forma de gestión con mecanismos autoritarios para tantear el despotismo
del Poder Ejecutivo. En su primer semestre insinuó esa modalidad con un
gobierno asentado en la emisión de Decretos.
La proyectada tiranía del Presidente exige un
clima de confrontación permanente para direccionar la acción política con
bronca y enojo. Se eligen cambiantes enemigos para contraponerlos con la
autoridad del autócrata derechista. Milei extrema ese procedimiento para
potenciar su figura entre la nueva elite de la ultraderecha global.
Pero ese ansiado liderazgo está muy afectado
por la distancia que separa su fanatismo ultraliberal del creciente estatismo
de sus colegas. Ni siquiera Bolsonaro o Bukele comparten en la región su
enceguecida apología del mercado. Los pesos pesados de la oleada parda son más
contundentes. Propician subsidios, reivindican el proteccionismo, alientan la
inversión estatal y aprueban el aumento del gasto público. La política
económica de Trump, Meloni o Le Pen se ubica en las antípodas del
anarcocapitalismo criollo.
Milei es un menemista a destiempo. Montó un
gran homenaje a su precursor, sin notar cuán atrás han quedado los años 90 de
globalización, odas al libre comercio y elogio de las privatizaciones. La
batalla que ha entablado Estados Unidos para dirimir primacía con China se
asienta en una drástica reinstalación de la regulación estatal.
Por esa razón Milei se asemeja a los
predicadores solitarios, cuando declama el nostálgico rescate del liberalismo
extremo de los austríacos contra la moderación de los economistas neoclásicos
convencionales. No solo juega en solitario alabando a Mises y Hayek contra
Samuelson. Sus diatribas contra Keynes tienen poca resonancia entre los
intervencionistas de la ultraderecha mundial.
Resistencia en varios flancos
El activo rechazo al gobierno ha sido muy
significativo durante todo el semestre y el resultado de la confrontación se
mantiene abierto. Hasta ahora Milei no ha logrado doblegar al movimiento
popular.
Debe lidiar con la centralidad de la clase
trabajadora que tiende a recuperar protagonismo desde el contundente paro del
24 enero. La segunda huelga del 9 de mayo fue más significativa y contó con un
grado de cumplimiento superior al promedio de los últimos 20 años. El éxito de
esas dos acciones estimuló la protesta de otros sectores y en el caso de
Misiones desembocó en una inédita convergencia de la policía con los docentes.
Milei adoptó una pose de indiferencia para
sugerir que las protestas no alteran el ajuste, pero no pudo disimular el impacto
del descontento. Sus voceros mediáticos despotricaron contra el costo de las
huelgas, presentando estimaciones de pérdidas millonarias, que nunca calculan a
la hora de medir el monto expropiado a los trabajadores. El énfasis en resaltar
el costo monetario de los paros confirmó, de paso, que los asalariados son los
verdaderos generadores del valor creado en la actividad económica.
La reciente movilización del 12 de junio
contra la Ley Bases volvió a impactar y contó con gran presencia sindical. Pero
la deserción de los gordos de la CGT redujo la masividad de la concentración.
La defección de todo el sector conservador del sindicalismo fue concertada con
los legisladores del justicialismo para facilitar la aprobación de la ley
ansiada por Milei. La burocracia desertó a cambio de pequeñas concesiones en el
capítulo laboral del proyecto. Pero el respiro que le regalaron a Milei no
anula la preeminente tendencia combativa.
El segundo hito de la resistencia fue la
monumental marcha del 23 de abril en defensa de la Educación Pública. Plasmó la
movilización más concurrida de las últimas décadas, con una presencia que rondó
los 800.000 manifestantes en la Ciudad de Buenos Aires. Una masividad
equivalente se verificó en Mar del Plata, Tucumán, Misiones, Mendoza y en el
bastión cordobés de la Libertad Avanza.
Milei quedó desconcertado por esa irrupción.
Repitió primero su libreto habitual contra los políticos, intentó burlarse de
las “lágrimas de los zurdos” y denunció una corrupción en las Universidades que
propuso transparentar con auditorías.
Pero a los pocos días bajó el tono de los
insultos y negoció con la UCR (Unión Cívica Radical) la distensión del
conflicto. Frenó la subejecución presupuestaria e incrementó los recursos
destinados al funcionamiento corriente de las universidades. Al percibir el
peligro de un gran viraje opositor de la clase media, optó por el pragmatismo,
archivó el manual beligerante y aminoró el ajuste. Repitió la concesión
introducida previamente con un tope a los aumentos de la medicina prepaga.
El ingenio de juventud emergió a pleno en la
movilización con pancartas didácticas, graciosas e irónicas, que contrastaron
con la grosería de Milei. Los libros fueron enaltecidos como un signo de
protesta y la defensa de la Educación Pública volvió a irrumpir como un gran
dique de contención de la derecha. La obtención de un título universitario
persiste como una meta de las familias empobrecidas, que avizoran en ese
galardón la forma de recuperar ingresos. La vieja aspiración de ascender en la
escala social se ha transformado en una modesta expectativa de contener el
desbarranque. Esa esperanza en la Educación Pública se ha extendido a la nueva
generación de origen popular que nutre las universidades del conurbano.
Esta perdurable fidelidad a un ideal educativo
que configuró la historia del país ha resistido la penetración de la ideología
neoliberal. En ese ámbito no ha calado el individualismo mercantil y el
enaltecimiento de la privatización. Por eso tuvieron gran cabida en la
movilización los discursos radicalizados que interpelan a jóvenes atraídos por
Milei.
La sumatoria de todos los concurrentes a las
movilizaciones del primer semestre ilustra un número muy elevado de
participantes en la resistencia contra el ajuste. La marcha del 24 de marzo fue
más frecuentada que las precedentes y las dos concentraciones del movimiento
feminista fueron impactantes. Es cierto que el gobierno conserva la fidelidad
de sus votantes, pero, esa lealtad es la norma en el debut de cualquier
administración. Ningún gobierno perpetró una agresión tan virulenta y ninguno
afrontó un rechazo tan contundente en las calles. En los próximos meses se
conocerá el desenlace de esa contraposición.
Dos posibles medidas inmediatas
En la batalla contra Milei se definirá el
perfil del peronismo, que presenta aristas muy contradictorias. Una primera
variante ha sido cooptada por el oficialismo con cargos de todo tipo. El
excandidato presidencial Scioli se atornilló al Ministerio que le ofreció el
libertario y expone desvergonzados elogios a su nuevo jefe. Otra lista de
camaleones incluye a una alta funcionaria del Ministerio de Capital Humano
(Leila Gianni), que gestiona sin haberse borrado del brazo el tatuaje de Néstor
y Cristina.
Una segunda variante de justicialismo facilita desde el Congreso la
administración libertaria, sin adscribir formalmente al gobierno. Responde en
su mayoría a gobernadores que negocian votos a cambio de partidas
presupuestarias. Otros llegaron al Senado con la vestimenta del peronismo y
mutaron por dádivas.
El tercer alineamiento está enfrentado con
Milei y tiende a forjar una alternativa electoral en torno a Kicillof. Todavía
permanece muy oscuro el contenido de las fuertes disputas que corroen al
espacio kirchnerista y tampoco está definido si Grabois optará por un rumbo
propio.
Pero en sus incontables variantes, ese campo
persiste como una reserva del progresismo, en tensión con la vertiente que
pretende recrear el viejo macartismo justicialista (Guillermo Moreno). A
diferencia de lo ocurrido en la era Macri, el grueso del peronismo ha logrado
preservar cierta cohesión, pero sin exhibir liderazgos, proyectos alternativos
o planes de resistencia. Desde el Vaticano, Francisco intenta atemperar este
vacío consolidando vínculos con todo el espectro justicialista.
La izquierda se mantiene como una valiente
corriente de oposición callejera y por esa razón está en mira de las fuerzas
represivas. Milei aspira a ilegalizar esas organizaciones y a detener a sus
dirigentes. Ese encono obedece a la consecuencia en la lucha que caracteriza a
ese espacio. Actúan con la misma convicción que demostró la fallecida Nora
Cortiñas a lo largo de su vida.
Esa gran figura de las Madres supo
sobreponerse a la desaparición de su hijo y dedicó su vida a sostener la lucha
de los oprimidos. Estuvo presente en todas las resistencias, sin especular con
la conveniencia de esa participación. Le puso el cuerpo a las ideas y se
transformó en un símbolo de todas las batallas. Su afinidad con la izquierda
coronó la maduración política de una práctica militante de medio siglo.
Norita siempre priorizó la unidad en la lucha
contra el enemigo principal. Ese principio es muy pertinente en el
contexto actual. El resultado de la confrontación en curso definirá toda la
secuencia posterior. Si se impone el ajuste primará un escenario totalmente
opuesto al resultante de una derrota de Milei.
Por esa razón, son indispensables las
acciones comunes de la izquierda con el peronismo que permitan frenar al
oficialismo. Las acertadas críticas a la burocracia sindical deben ser
expuestas en el marco de esa convergencia. Dentro del FIT no existe una postura
consensuada frente a esa exigencia y suelen prevalecer los vaivenes ante cada
circunstancia.
Milei logró un respiro con el voto del Senado,
pero hay dos secuelas posibles de ese desahogo. Si se repite lo ocurrido con la
Ley pPevisional de Macri en el 2017, el éxito legislativo será un alivio
pasajero del deterioro posterior. La Ley no impedirá el fracaso del gobierno.
Si por el contrario se reproduce lo ocurrido en el debut del menemismo, el
tomentoso éxito en el Congreso será el anticipo de una estabilización más
perdurable. Aún se desconoce cuál de los dos contextos prevalecerá en los
próximos meses. Milei apuesta a que una victoria de Trump en las elecciones
estadounidenses pavimente la segunda trayectoria.
El desemboque de la lucha será el verdadero
determinante de uno u otro resultado. Al cabo de seis meses la moneda sigue en
el aire, sin triunfos definitorios para ninguno de los dos campos. Pero se
aproxima una caída del metálico, con la consiguiente primacía de una de las dos
caras. El movimiento popular apuesta al éxito, en una pulseada que definirá el
porvenir de Argentina.
Claudio
Katz es
economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI.
Fuente:
Jacobin Latam, 21 de junio de 2024
Fuente: Revista Sin Permiso
Link de Origen:
https://www.sinpermiso.info/textos/argentina-seis-meses-de-agresiones-caos-y-resistencia
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