Revista Pulsiones Año I Lenin y Trotsky, los dragones de Marx… de Alejandro Horowicz… por Gabriela Odena

 


 

Fuente: En el margen

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Cuidado editorial: Viviana Garaventa


Fue débil la paradoja del otoño. No alumbró con el oro de sus hojas la elocuencia. Más bien, se lo llevaron a Londres. Los colores se sustrajeron de la vida. Las mañanas en continuidad de noches, en bloque inarticulable.

De pronto, el eco lejano de espíritus revolucionarios se hacen letra en este libro que llega a mis manos en travesía laberíntica.

Me subo a la emoción del recorrido donde se alzan las barreras de la represión, lo insabido bajo las hojas del otoño, aun las veo. Un viento vuela sus hojas frágiles. Se estrellan las esferas. Crisálidas demenciales, estandartes de la dimensión del tiempo echan fuego a través de las hojas del libro que la brisa de la plaza abre y cierra, en pulsaciones necesarias. Los dragones se encienden.

Contengo las ansias de un nuevo despertar por venir, en la potencia del pensamiento de Trotsky y Lenin, uno de los legados de este libro.

Viajo hacia el corazón atento del escritor, a la letra. Camino por la ciudad. La historia lejana se inmixiona con la presente, y lo individual cae. Se deja ver la opresión a través de un prisma escritural,  una vela que alumbra,  que entrevé la oscurdad en la superficie, que navega por altamar. 

El solsticio de otro tiempo estará de nuestro lado, sí, acompañados por la escritura/lectura de Horowicz, lo dejamos salir de su captura, de su congelada imagen pintada por el sueño hostil  del capitalismo.

Los dragones de Marx encandilan el día de mañanas nuevas entre noches lejanas que tejieron sus consignas vivas, un deseo entre la acción y el clamor ordenador de las palabras, entre la palabra y la política, enunciados que los cuerpos intentan movilizar. La autonomía política, la independencia de clase, no es un estado <natural>. No es un punto de partida, sino un resultado histórico de la lucha de clases.

La lectura del libro nos va revelando, página a página, en el diario de un transcurrir cotidiano, los modos en que los poderes establecidos enraizados en los zaristas, junto con los movimientos contrarrevolucionarios y la victoria de la derecha,  forcluyen la historia. Al retornar a los diálogos de los protagonistas de las revoluciones, al inmiscuir su letra, en transcripciones como la de Mi vida: memoria de un revolucionario permanente, de Leon Trotsky, aquella secuencia fecunda de la historia que se intenta distorsionar, borrar, encuentra la apertura de un dique fundamental.  Lenin escuchaba con el mayor interés. Tenía un talento especial para oír atentamente, cuando de las palabras de us interlocutor quería sacar a todo trance lo que le convenía; en estos casos, su mirada resbalaba sobre la persona que hablaba y se perdía a lo lejos.

Aún cuando la burocracia stalinista haya contribuido a este borramiento de las marcas de la historia, de los márgenes nacen esas consignas tan vivas de la revolución rusa, cuando Lenin desde el exilio las condensa: Paz, pan y tierra, todo el poder a los soviets. Herramientas performativas con que las las masas de Petrogrado van a luchar por el poder. Estas consignas resaltan por el modo en que se arriba a ellas, un interés genuino en derrocar a los poderes establecidos.  Atraviesan almas y cuerpos y surgen de un encuentro colectivo que tiene la traza de lo inconsciente como marca viva. Es entonces, que la organización para la lucha es posible.

Dejar que la caída del Muro de Berlín, la derrota del socialismo, sean sinónimo de un fracaso ocluyente, es abandonar la lucha por la inequidad cada vez más profunda a la que nos está llevando el capitalismo, a la muerte de miles de personas, a un extractivismo brutal, a la alienación más radical. 

Los espacios liminares que se hacen extensión en este libro, dan lugar a palabras que al dimensionar ciertas formas de organización para la lucha, nos acercan a una posible torsión de la historia, no sin mucho trabajo.

En parte, esta lectura, quiere seguir diseminando las huellas de un despertar, para que podamos leer los retornos de aquello que cae en la represión, la forclusión, la renegación. Así como también, notar a través de lo que la historia nos enseña, tanto en sus errores y aciertos, la brecha creciente entre la actividad política y los intereses de los ciudadanos, de los habitantes de un mundo que ve, en su desconcertante mayoría,  cercenados sus derechos más fundamentales.

Esta brecha, contiene en sí el germen de una hostilidad constitutiva en el hombre, negar su existencia, supone relegar un encuentro. Ya que esta pulsión de agresividad que se encuentra en nosotros mismos y que suponemos en el otro, perturba, malversa, dificulta, la relación constructiva con el otro, convirtiéndose en parte de la lógica del fracaso. Hostilidad que proviene de un yo inaugural, incapaz de dejarse atravesar por la falta constitutiva del ser que hace a la posibilidad de habitar un mundo simbólico, ficcional,  que nos lega el estar atravesados por el lenguaje. En su lugar, petrificaciones de la historia, intentan ser una narrativa, que ausentando la metáfora, el cuerpo y la carne, se erigen como verdad incuestionable.

Aceptar la pérdida inaugural que introduce el lenguaje en el ser, y otras que ineludiblemente advendrán, hacen a la posibilidad de la existencia de un yo, que no crea ser amo en su propia casa. Esto es, que podrá abrirse a surcos y mareas, vientos y tempestades, sin portar proclamas megalómanas, que buscan fagocitar lo diferente, vidas que habitan en los márgenes y al margen. Porque su casa estará abierta al tiempo fabril, al tiempo de lo inexacto.

Lo que se conoce como peleas entre facciones, aunque tengan el mismo objetivo, aunque canten las mismas consignas, a veces se entremezcla con la voracidad destructora del capitalismo. Es una relación compleja, que no admite comparaciones, pero sí da cuenta de que somos seres de lenguaje, oscilantes entre la separación y la alienación,  cualquiera sea la  estructura de poder en la que estemos inmersos. 

La modalidad de nuestra relación al lenguaje,  es un punto princeps que hace a la distinción posible entre pulsión de destrucción y pulsión de vida.

Las bibliotecas, las organizaciones populares, no son caminos paralelos. Los libros no se gestan sin el pueblo, ni el pueblo sin los libros. ¿Cómo hallar el entrecruzamiento en una vía de acceso hacia la acción? 

La debilidad de nuestro deseo en estos tiempos es un hecho, quizás la dimensión central donde el capitalismo logra lo que se propone. 

La lectura de este libro ejerce una acción de deseo, demuestra, aunque no sea la intención manifiesta, sino la que se cuela en los intersticios de lo dicho, la pasión necesaria que se requiere para organizarse, y que las diferencias, a veces son más importantes que los acuerdos, si se los puede imbricar, inmixionar, hacer arte de lo dicho y lo no dicho.

¿Cómo no suponerle al otro un saber, aunque este no coincida con el propio? Y avizorar que estar del mismo lado de la vida, la inclusión, es el fin común para reorientar la marcha, reavivar las consignas. En este punto, introduzco la pluma de Trotsky, de su “autobiografía”, letras que se despliegan en las páginas del libro: Las faltas que entonces cometí, por grandes que fuesen -las hubo muy notables- se refirieron siempre a cuestiones de táctica y de organización, nunca a puntos fundamentales de orden estratégico. En el modo de apreciar la situación política, en conjunto y sus perspectivas revolucionarias, la conciencia me absuelve de haber cometido alguna falta grave. 

¿Es el silencio vehemente que está aconteciendo en nuestro país producto de la represión real que opera, del miedo a la muerte, o quizás de la inexistencia de un entendimiento de lo que acontece? ¿Acaso de ambos u otros mecanismos desconocidos? ¿Qué dice el silencio? ¿Qué dice el miedo? ¿Cual es la curiosa “legalidad” en la que estamos inmersos? ¿Y la paciencia? ¿Qué enclave transita?

Preguntas que se gestan en la lectura del libro, cuya lectura recomiendo, ya que saca a relucir, porciones invaluables de la historia de la humanidad, y también de singularidades, que de diversos modos, el capitalismo intenta y logra, lamentablemente destruir, a los fines de alcanzar un sometimiento monstruoso.

Libro que metamorfosea, en su incursión kafkiana, una lógica de lo real, en cornisa de lo absurdo. 


Alejandro Horowicz. Ensayista, periodista, doctor en Ciencias Sociales y profesor universitario argentino. Autor de Los cuatro peronismos (1985). El país que estalló. Antecedentes para una historia argentina (1806-1820) (2004-2005), en dos tomos. Las dictaduras argentinas. Historia de una frustración nacional (2012). El huracán rojo. De Francia a Rusia. 1789-1917 (2018). El kirchnerismo desarmado. La larga agonía del cuarto peronismo (2023) Lenin y Trotsky. Los dragones de Marx (2024).


*Gabriela Odena, psicoanalista.


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