Artículo del filósofo surcoreano Byung Chul Han, publicado por
primera vez en su libro "Topologie der Gewalt" y
que explora cómo la hipercomunicación en la sociedad
contemporánea genera una acumulación de basura lingüística y simbólica que resulta
en una comunicación vacía y superficial.
El lenguaje es un medio de
comunicación. Como cualquier medio, se expresa tanto de un modo simbólico como
diabólico. De ahí que se pueda hablar con propiedad de dos funciones del
lenguaje, es decir, la simbólica y la diabólica. Quien establece el
consenso como esencia del lenguaje pierde de vista lo diabólico de este. Quien,
al contrario, lleva el lenguaje muy cerca de la violencia, ignora su dimensión
simbólica, comunicativa. Symballein significa relacionar. Lo
simbólico del lenguaje lo convierte en relacional, es decir, comunicativo. Pero
con el symbolon se presenta, a su vez, el diabolon. Diaballein significa
«separar y enemistar». El lenguaje no solo es relacional, sino también
diabólico, lo que genera enemistad y ofensa. El lado constructivo, comunicativo
del lenguaje le viene por el lado de lo symbolik. Los rasgos destructivos de
este remiten a lo diabolik. En la sociedad contemporánea, la
hipercomuniación genera una spamización del lenguaje y la
comunicación. Forma una masa informativa y comunicativa, que no es ni
informativa ni comunicativa. No se trata únicamente de los spams en sentido
estricto, que ensucian la comunicación cada vez más, sino también de la masa
comunicativa, que surge de prácticas como el microblogging. La fórmula latina
communicare significa «hacer algo conjuntamente, unir, dar o tener en común».
La comunicación es un acto que origina una comunidad. Pero a partir de un punto
determinado deja de ser comunicativa para ser solo acumulativa. La información,
en este mismo sentido, es informativa porque genera una forma. A partir de un
punto determinado, también la información deja de ser in-formativa, y pasa a
ser deformativa. Aparece sin forma. La spamización del lenguaje viene de la
mano de una hipertrofia del yo, que provoca un vacío comunicativo. Eso supone
que se dé un giro poscartesiano. El yo cartesiano todavía es una figura frágil.
Se funda en una duda radical. Nace como una suposición dudosa: “Por otra
parte, mientras que rechazamos de este modo todo aquello de que podemos dudar,
y aun fingimos que es falso, suponemos fácilmente que no hay Dios, ni Cielo,
[ni Tierra], ni cuerpos, y que nosostros mismos no tenemos manos, ni pies, ni
en fin, cuerpo; pero no podríamos suponer igualmente, que no somos, mientras
dudamos de la verdad de todas estas cosas; pues es una contradicción concebir
que lo que piensa no existe verdaderamente al mismo tiempo que piensa […].
«Pienso luego existo»”. El yo poscartesiano ya no es una suposición vacilante,
sino una realidad masiva. Ya no es una deducción precavida, sino un
posicionamiento primordial. El yo poscartesiano no tiene que negar al otro para
urbicarse. En eso se distingue del sujeto de apropiación cartesiano, que se
coloca, se define, se sitúa por medio de la negación del otro, que le fija su
límite, su identidad, su territorio distinguiéndose del otro. La fórmula de
Carl Schmitt ya no sirve para el yo poscartesiano, posinmunológico: «El enemigo
es el cuestionamiento de nosotros como figuras». Según Schmitt, el yo debe su
identidad a la «forma» del otro como enemigo, que sirve para negarlo. El sujeto
poscartesiano carece de esta negatividad de la delimitación y la resistencia
inmunológica. La postividad del yo poscartesiano supone una inversión
absoluta de la enunciación cartesiana. Zygmunt
Bauman, en su libro La vida como
consumo, todavía
utiliza la vieja fórmula cartesiana: «Compro, luego existo». Bauman ignora
abiertamente la inversión poscartesiana de la fórmula, que tuvo lugar hace ya
mucho tiempo. La fórmula cartesiana, «compro, luego existo», ya no funciona.
Más bien debería rezar como sigue: «Soy, luego compro». «Soy, luego sueño,
siento, amo, dudo, pienso; sum ergo cogito». Sum ergo dubito. Sum ergo credo,
etcétera. Aquí se puede detectar la redundancia y recurrencia del yo-soy
poscartesiano. Las prácticas como el microblogging también están dominadas por
un yo hipertrofiado. Las tweets se reducen, al fin y al cabo, al
yo-soy. Es posinmunológico. En el ilimitado espacio de la red se busca la
atención del otro, en vez de defenderse o desmarcarse de este.
Heidegger consideraría que el
lenguaje poscartesiano del yo es un lenguaje poshermenéutico sin «mensaje». El
«mensaje» o el «mensajero» de Heidegger sobresale en un espacio kerigmático
oculto que escapa a la redundancia y la evidencia del yo-soy. En cambio, el
lenguaje del yo-soy poscartesiano está despojado de toda ocultación, de todo
secretismo. Habla una lengua poshermenéutica en su exposición desnuda sin
secretos. Según Heidegger, hermenéutico significa estar «en la relación» con lo
que está por encima del yo-soy autorreferencial. A menudo, invocando a Lévinas,
se piensa que el hecho de que yo hable ya es violencia . Al hacerme con la
palabra, se la estoy quitando al otro. De ahí que el yo en sí sea violencia.
Lévinas enfrenta este yo a una responsabilidad infinita que va más allá de «lo
que le pueda o no haber hecho al otro», «de lo que podría haber sido o no mi
gesto, como si yo estuviera condenado al otro». Me expone al otro. El otro, si
no se da esta exposición radical, se resiste, según Lévinas, como un «coágulo»
del yo. Del otro surge una «violencia» que me somete acusadoramente (accusatif)
frente al acusado (accusé). Sin esta inclinación, el yo vuelve a dirigirse al
rígido nominativo, el cual es violencia. La ética de Lévinas, al fin y al cabo,
es una ética de la violencia. El yo poscartesiano no está «expuesto» al
«otro» ni enredado en una relación de dominación de nominativo y acusativo. Aun
así, no está libre de coacción. Se somete libremente a la coacción de
exposición. Para Lévinas, la exposción al otro aumenta la «responsabilidad»
frente al otro hasta «un desnudamiento más allá de la desnudez», «más allá de
la piel». Aquí se trata de un sujeto ético en sentido estricto. El yo
poscartesiano aparece, en cambio, como un sujeto estético, que se muestra hasta
quedar despojado, pornográficamente desnudo. Su valor de exposición sirve para
la explotación. El otro, para este yo despojado, aparece como espectador en
tanto consumidor. El yo de Lévinas se sigue definiendo a partir de la negación
del otro. Ocupa un lugar al excluir al otro. El sujeto poscartesiano, en
cambio, no necesita la negación del otro para posicionarse. La
hipercomunicación incrementa la entropía del sistema de comunicación. Genera
basura comunicacional y lingüística. Michel Serres, en su ensayo El mal propio,
remite la acumulación de basura y la contaminación del mundo a un furor apropiativo
de origen animal. Los animales se apropian de su territorio marcándolo con su
orina y excrementos apestosos. Hay quien escupe en la sopa para evitar que
otros la disfruten. Los ruiseñores se apropian de su coto ahuyentando con su
piar. Serres distingue dos tipos de basura. La dura se refiere a los restos
materiales, como los vertederos gigantes, las sustancias contaminantes o los
desechos industriales. La blanda, en cambio, está formada por basura
lingüística, simbólica y comunicacional. El afán de apropiación asfixia al
planeta con basura, con un tsunami de signos: “El planeta quedará
completamente tomado por residuos y vallas publicitarias, mares repletos de
basura, fosas oceánicas desbordadas, mares con cristales, restos y cáscaras…
Cada uno de los peñascos, cada una de las hojas de los árboles, cada una de las
parcelas de tierras agrícolas estarán llenos de publicidad; todas las plantas
tendrán letras escritas […]. Como la catedral de la leyenda, todo quedará
inundado por un tsunami de signos”
Los animales, para Serres, siguen
siendo cartesianos, pues su apropiación territorial se guía por el esquema
inmunológico. Se protegen de los otros cual enemigos con su orina y sus
excrementos apestosos. En este sentido, Serres escribe: «Descartes, el pobre,
confirma nuestras costumbres bestiales». Hoy en día, la acumulación de basura y
contaminación del mundo va más allá de la apropiación «cartesiana». También ahí
reside el giro poscartesiano. La basura poscartesiana no apesta como los
excrementos cartesianos. Se envuelve de lo bello, de una hermosa publicidad que
tiene como objetivo captar la atención. La basura apestosa de Serres solo sirve
para la apropiación animal: «Veremos y escucharemos los signos, que rápidamente
acabarán tan mugrientos como los excrementos antes mencionados, y que con su
dura blandura prolongan el antiguo gesto de la apropiación». La contaminación y
la acumulación de basura del mundo hoy no pueden explicarse únicamente a partir
de la demarcación territorial y la apropiación. Tienen lugar en un espacio que
ha superado las fronteras y está desterritorializado. Tampoco se trata de
conquistar territorios donde expulsar al otro, sino de captar la atención. Así
pues, en la actualidad también la basura se positiviza. La basura negativa de la
apropiación, con su hedor y su ruido, se protege del otro. Lleva a cabo una
delimitación. La basura positiva, en cambio, compite por la atención del otro.
Quiere gustarle. La exclusión define la basura negativa. La intencionalidad de
la basura positiva pasa por la inclusión. No repele. Pretende ser agradable y
atractiva. Los ruiseñores contemporáneos no pían porque quieren expulsar de su
territorio a los otros. Más bien twittean porque buscan atención. La
comunicación genera una proximidad. Pero más comunicación no significa de
manera automática más proximidad. La ultraproximidad se transforma en algún
momento en una indiferencia sin distancia. En eso reside la dialéctica de la
proximidad. La ultraproximidad destruye cualquier proximidad que pudiera estar
más cerca que la falta de distancia. Se trata de una proximidad invervada por
la lejanía. Pero esta desaparece en un exceso de proximidad positiva. La
masificación, el exceso de positividad, conlleva un embrutecimiento y una
dispersión, una queratinización de la percepción, que la hace ciega frente a
las cosas modestas, titubeantes, tranquilas, discretas, sutiles. Michel Serres
escribe:
“Las imponentes letras e imágenes nos
empujan a leer, mientras que las cosas del mundo nos imploran sentido y
dotación de sentido. Últimos ruegos; primeras órdenes. Nuestros sentidos crean
el sentido del mundo. Nuestros productos tienen un sentido —débil—, que es más
fácil de percibir cuanto menos elaborado y más próximo a la retractación está.
Imágenes, basura pintada, logos, basura escrita; spots de publicidad, restos de
basura musical. Estos signos modestos y vulgares se imponen a la percepción y
modifican el paisaje silencioso, discreto, mudo, que dejará de ser visto,
puesto que es la percepción la que salva las cosas”. Serres remite la
acumulación de basura del mundo a la voluntad de apropiación del sujeto
cartesiano. Pero la mera apropiación no permite aclarar la hipercomunicación y
la sobreproducción, que escapa a la racionalidad económica. Incluso la
apropiación de las bestias está habitada por una necesidad económica. El
animal, con sus excrementos, se asegura el espacio vital necesario. La actual
sobreproducción e hiperacumulación, en cambio, es transeconómica. Trasciende el
valor de uso y va más allá de la relación entre medios y fines. El medio ya no
tiene como fin sus fronteras, su delimitación. Se vuelve autorreferencial y
desmesurado. El crecimiento queda demonizado como excrecencia. Todo crece por
encima de sus determinaciones, lo cual lleva a la adiposidad y a la obstrucción
del sistema: «Se han producido y acumulado tantas cosas que ya no tendrán jamás
ocasión de servir […]. Se han producido y difundido tantos mensajes y señales
que ya no tendrán jamás ocasión de ser leídos». La hipercomunicación sería,
pues, una ficción ininterrumpida de la pantalla, que compensa el
hipertrofiamiento, un «escenario forzado» que intenta equilibrar la privación
de ser con un exceso de positividad. La masa de comunicación, información y
signos genera una violencia particular, una violencia de la positividad, que ya
no ilumina ni revela, sino que solo actúa masivamente. La masa positiva sin
mensaje dispersa, embrutece y paraliza. El «medio es el mensaje» de McLuhan se
adapta a la época de la masificación de lo positivo con un pequeño cambio: el
medio es el mass-age.
Fuente Bloghemia
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