Fuente: El Tábano Economista
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La economía moderna es dirigida. O la
dirige el Estado o la dirigen los poderes económicos (Arturo Jauretche)
Gustavo Franco, ex presidente del
Banco Central de Brasil (1997-1999), afirmó que el objetivo de su programa era
“deshacer cuarenta años de estupidez,” un discurso similar al del fracasado ex
presidente argentino Mauricio Macri y su sucesor, el actual mandatario. En
ambos casos, se expresaron de manera similar y naufragaron. Sin embargo, no
fueron tan torpes como el presidente del Banco Central de Brasil, quien sugirió
que la opción era ser “neoliberal o neoidiota.” En esta visión, la libertad de
mercado es central.
El problema con esta interpretación
es que los “malos tiempos del pasado” en los países en vías de desarrollo no
parecen haber sido tan malos. Durante las décadas de 1960 y 1970, cuando
implementaron políticas “erróneas” de proteccionismo e intervención estatal, la
renta per cápita en estos países creció un 3.0% anual. Desde la década de 1980,
después de adoptar políticas neoliberales, ese crecimiento se redujo a la
mitad, a un 1.7%, y el crecimiento también se desaceleró en las naciones ricas.
Durante un tiempo, esta idea fue una
opción factible para el Sur Global: seguir las indicaciones del viejo o nuevo
Consenso de Washington, es decir, estado mínimo, libre comercio, reforma de
jubilaciones, flexibilidad laboral, etc. Si querían emular el modelo de Estados
Unidos, debían hacer lo que este país hizo y no lo que dice, según Marina
Mazzucato, quien habla de un Estado emprendedor. Es decir, aprender de Estados
Unidos, que promovió un estado visionario, uno que imaginó el desafío de poner
un hombre en la luna, un logro que no vino del sector privado. Esta visión
obligó a repensar el papel del Estado, comprendiendo que los mejores cerebros
deben estar en él. El Departamento de Energía de Estados Unidos es uno de los
más innovadores y de los que más invierte entre los países de la OCDE, lo que
le permitió contratar a un premio Nobel de Física para dirigirlo.
Que el iPhone sea un teléfono
inteligente en lugar de uno tonto, fue por el desarrollo y el financiamiento
del Estado. El iPhone depende de internet y el progenitor de internet fue
ARPANET, un programa desarrollado por el Departamento de Defensa. El GPS,
sistema de posicionamiento global fue desarrollado en 1970 por un programa
militar de Estados Unidos, y la pantalla táctil fue creada por la empresa FingerWorks,
financiada por la Fundación Nacional para la Ciencia de la CIA, nos relata
Mariana Mazzucato en El Estado emprendedor (2011, p. 26). Al parecer,
el desprestigiado Estado no es tan tonto, o al menos así pensaban los
americanos de los tiempos de desarrollo.
El ascenso de China ha tenido
consecuencias relevantes para la distribución del ingreso y el empleo en
Estados Unidos y Europa. No solo Trump lo detectó; las autoridades
estadounidenses comenzaron a enfocarse en un plan de reindustrialización, ya
que la potencia exportadora china representa un riesgo concreto en los nuevos
sectores estratégicos. China es una amenaza para la economía y la seguridad
nacional. Gane Trump o Kamala Harris, el aislamiento estadounidense es un
hecho. Estados Unidos debe volver a dirigir su industria, y la forma de hacerlo
es aislarse, ofrecer subsidios, beneficios fiscales, préstamos estatales, entre
otras medidas, para que su maltrecha infraestructura y su economía, poco
productiva, vuelvan a ser competitivas. Mientras tanto, guerras y barreras
arancelarias son un reaseguro estratégico.
La guerra arancelaria y tecnológica
no tiene como único objetivo proteger a la maltrecha industria automotriz
estadounidense. China es dominante en la fabricación de vehículos eléctricos
porque también lo es en la fabricación de baterías, de los productos químicos
utilizados en estas (cátodos y ánodos), y es líder en tierras raras. China ha
expandido rápidamente su industria verde. Actualmente, produce casi el 80% de
los módulos fotovoltaicos solares, el 60% de las turbinas eólicas y el 60% de
los vehículos eléctricos y baterías del mundo. Solo en 2023, su capacidad de
energía solar creció más que la capacidad total instalada en Estados Unidos.
La ayuda estatal china para la
industrialización consiste principalmente en préstamos de bajo costo a la
industria, mientras que en la OCDE se trata esencialmente de concesiones
fiscales. Esto es importante porque, en el caso de China, los bancos estatales
pueden dirigir los recursos y mantener el control de la asignación; en el caso
de la OCDE, las concesiones fiscales simplemente dejan que el sector privado
haga lo que quiera.
Al mismo tiempo, el liderazgo de
Estados Unidos en tecnología digital clave está siendo socavado rápidamente por
China. Detrás de la guerra comercial sobre aranceles está la guerra de los
chips. La guerra de los chips comenzó en 2018, cuando el entonces
presidente Trump prohibió a las agencias estadounidenses utilizar cualquier
sistema, equipo y servicio de Huawei, un gigante chino de las
telecomunicaciones. En 2022, la administración Biden anunció límites
a las ventas de nuevos semiconductores a China. Los microchips son el nuevo petróleo,
el recurso escaso del que depende el mundo moderno.
La hegemonía estadounidense sobre la
industria, el comercio y la tecnología se está debilitando. La posición del
bloque de países del G7 en 2022 fue superada por la participación de los países
BRICS en el PIB mundial en términos de paridad de poder adquisitivo. Esta
asociación representa el 35.6% del producto interno bruto mundial, mientras que
el G7 aporta el 30.3%. Para 2028, la situación cambiará aún más a favor de los
BRICS, con un 36.6% frente a un 27.8%. Si se considera en valores corrientes,
China sola representa el 38% del PIB del G7, que en 1970 era 300 veces mayor.
Ante esta realidad, no importa si
eres demócrata o republicano. Para demotrarlo daremos un vistazo sobre las
supuestas diferentes miradas. La administración Trump impuso aranceles a miles
de productos por un valor aproximado de 380 mil millones de dólares en 2018 y
2019, La administración Biden los ha mantenido vigentes.
El gobierno de Biden
publicó los resultados de
su investigación sobre los aranceles de la Sección 301 impuestos
por Trump a China. En el reconoció los daños económicos pero recomendó
mantener los aranceles de Trump sobre bienes por un valor aproximado
de 360 mil millones.
Trump instigó una guerra comercial al
imponer nuevos aranceles a las importaciones de lavadoras y paneles solares
(Sección 201), acero y aluminio (Sección 232) y miles de millones de dólares en
bienes de consumo, intermedios y de capital, de China (Sección 301) a lo largo
de 2018 y 2019. A seis meses de las elecciones estadounidenses, el gobierno de
Biden anunció en mayo fuertes aumentos de aranceles contra una lista corta de
importaciones estratégicas de China, que abarcan acero y aluminio,
semiconductores, vehículos eléctricos, baterías, minerales críticos, células
solares, grúas de barco a tierra y productos médicos.
La estrategia
de seguridad nacional de la administración Biden-Harris muestras los
detalles de la derrota americana y lo que debe hacer, no decir. “En un mundo
interconectado, no existe una línea clara entre la política exterior y la
interior. El sector privado y los mercados abiertos han sido, y siguen
siendo, una fuente vital de nuestra fortaleza nacional y un motor clave de
innovación. Sin embargo, los mercados por sí solos no pueden responder al
rápido ritmo del cambio tecnológico, las interrupciones del suministro global,
los abusos no relacionados con el mercado por parte de la RPC y otros actores,
o la profundización de la crisis climática. La inversión pública
estratégica es la columna vertebral de una sólida base industrial y de
innovación en la economía global del siglo XXI…
En 2021 impulsamos nuestra
competitividad al implementar la mayor inversión en infraestructura física en
casi un siglo, incluidas inversiones históricas en las próximas décadas.
Reconocemos la importancia de la cadena de suministro de semiconductores para
nuestra competitividad y nuestra seguridad nacional, y buscamos revitalizar la
industria de semiconductores en los Estados Unidos. La Ley CHIPS y Ciencia
autoriza 280 mil millones de dólares para inversiones civiles en investigación
y desarrollo, especialmente en sectores críticos como semiconductores e
informática avanzada, comunicaciones de próxima generación, tecnologías de
energía limpia y biotecnologías a través de la Iniciativa Nacional de
Biotecnología.
Los detalles de la nueva lista de
aranceles, que el gobierno de Biden avaló, son significativos. Los aranceles
cubren siete categorías, de las cuales cuatro categorías experimentaron
aumentos de aproximadamente el 25%. El arancel sobre los vehículos eléctricos se
ha elevado al 100%, y los aranceles sobre los semiconductores y ciertos
productos médicos crecieron al 50%. Como vimos en la descripción de la
Seguridad Nacional, que se está apuntando estratégicamente a industrias clave,
en particular la energía limpia y los semiconductores.
Esto indica un enfoque estratégico y
cauteloso por parte de la administración Biden para abordar preocupaciones
específicas de seguridad nacional sin provocar una guerra comercial a gran
escala. Esta estrategia más mesurada intenta proteger los intereses nacionales
al mantener la presión sobre sectores críticos y limitar el impacto económico
general. Teniendo en cuenta estas consideraciones, es evidente que la
estrategia arancelaria está diseñada para ser menos disruptiva y centrarse en
áreas clave que son cruciales para la seguridad nacional y el liderazgo
tecnológico. Este enfoque subraya una comprensión matizada de las complejidades
del comercio internacional y la necesidad de precisión estratégica en la
implementación de políticas.
La idea sigue siendo aislar a EEUU y
darle tiempo a su recuperación. Los nuevos productos energéticos, como baterías
y vehículos eléctricos, exportados desde China a Estados Unidos, representan
una proporción insignificante de las exportaciones totales de China. La
industria de productos médicos chinos podría enfrentar desafíos más
significativos a causa de los nuevos aranceles. En 2022, el gigante
oriental exportó suministros
médicos por un valor de 30.900 millones de dólares a Estados Unidos, lo que
representa aproximadamente una quinta parte de sus exportaciones médicas
totales. Por lo tanto, este sector podría sufrir perturbaciones más
sustanciales.
Para la administración Biden, el
significado simbólico de estos aranceles eclipsa su impacto práctico. Los
aranceles al acero y al aluminio cumplen el compromiso de Biden y Trump con los
votantes del Cinturón del Óxido. Además, el aumento de los aranceles a los
nuevos productos energéticos refleja la promesa de su administración de
proteger las industrias ecológicas nacionales. En los últimos seis meses, altos
funcionarios de los Departamentos de Comercio y del Tesoro han señalado el uso
de aranceles para abordar el “exceso de capacidad” de China, pero en realidad
es una medida defensiva para ganar tiempo. Esta iniciativa arancelaria, que se
viene preparando desde hace tiempo, no es ninguna sorpresa.
A diferencia de los aranceles de la
era Trump, que se centraron en afectar a una gran cantidad del valor de los
bienes sujetos a aranceles que luego podrían usarse como palanca para hacer
acuerdos ambiciosos con Pekín, los de Biden adoptan un enfoque más específico.
Señalan en qué sectores estratégicos está trabajando activamente Estados Unidos
para reducir la dependencia de China. Por ejemplo, los fabricantes chinos de
vehículos eléctricos pueden intentar asumir el costo de los aranceles del 100%,
pero los controles basados en la seguridad nacional sobre las tecnologías de
la información y las comunicaciones (TIC) pueden dejarlos al final fuera de
todos modos.
Las múltiples referencias a las
amenazas cibernéticas, las distorsiones del mercado creadas por el exceso de
capacidad de producción de China, y la necesidad de desarrollar la resiliencia
de la cadena de suministro en segmentos críticos, son centrales. La lista de
objetivos refleja el alcance cada vez mayor. Los aranceles al acero y al
aluminio están vinculados a preocupaciones sobre la igualdad de condiciones,
los riesgos de
ciberseguridad y los productos médicos están orientados a reducir el
abastecimiento de bienes críticos de China.
Las próximas elecciones
estadounidenses presentan dos resultados comparablemente preocupantes para
Beijing. Por un lado, una administración Trump agresiva y poco considerada por
la coordinación plurilateral, dependería en gran medida de medidas de seguridad
nacional contundentes dirigidas a China, pero reduciría las posibilidades de
convergencia del G7 y podría darle a China más margen de maniobra con Europa.
Por otro lado, un segundo mandato demócrata significaría una intensificación
aún mayor de los controles contundentes en materia de tecnología, comercio e
inversión y la posibilidad de que una coalición del G7 más fuerte arrinconara a
China. No hay una preferencia clara por Beijing en esta carrera. Como
resultado, la división mundial se acelera y EEUU volverá a su posición
histórica de aislacionismo.
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*Alejandro Marcó del Pont, Licenciado en Economía de la UNLP. Autor y editor del sitio especializado en temas económicos El Tábano Economista, columnista radial, analista
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