Tanto al artista como al analista sociopolítico
les urgen escribir en estado de beligerancia, de permanente resistencia, debe
hurgar dentro del submundo que la sociedad construye cual cloacas por donde
corren las inmundicias y los desechos más execrables. El artista cabal debe
implosionar al universo a partir de su genio para que esa inmundicia recobre
vida, de modo nuevamente vea la luz, sea sufrida y exhiba sus consecuencias, mientras
que el analista lo debe hacer a través de su honestidad intelectual y su pensamiento
crítico. Cuando hay sosiego, confort y marcados signos de prosperidad ambos se
encuentran, con el paso del tiempo, cada vez más lejos del universo creativo
crítico, sendero por el cual se ingresa al mundo del ingenio y la belleza. Mayoritariamente
el hombre de la modernidad está convencido que existen miles de razones para
adherir a batallas con seguro resultado de victoria, aún dándole asco sus
paradigmas, y a la par sabe que existen muy pocos motivos para afiliarse a aquellas
con alta posibilidad de derrota, cuestión que si la conciencia escruta, le
causa dolor. Por eso observo el momento como el oportuno para reinventarse. Hay
fortunas, actos y palabras insultantes, vidas licenciosas completas de lujurias,
estímulos físicos y sensoriales bochornos, por el contrario estamos
absolutamente convencidos en la existencia masiva del buen lector y en la calidad
literaria, consideramos falsa la idea que en su mayoría las personas abrigan un
muy pobre intelecto y preparación. Son los medios masivos los que desean saturar
el éter con modelos del momento, personajes mediáticos salidos de los reality
shows, influencers de las redes sociales, periodistas de chimentos, panelistas,
pseudopolíticos con aspiraciones, aun así confiamos ciegamente en los lectores
que desde hace tiempo nos acompañan.
Quienes consideran a un proyecto periodístico como un producto lo hacen porque están vendiendo información de acuerdo a los intereses propios y a los de sus proveedores y patrocinadores. La mayoría de los proyectos periodísticos de la actualidad curiosamente consideran que sus programas radiales y televisivos, e incluso gráficos, son "productos" debido a que su paradigma cardinal es la venta, bajo ningún concepto la veracidad de la información, una intención formativa y extremar los rangos de calidad con los cuales se presenta dicha información ante el oyente, el televidente o el lector.
Pulsiones, como lo fue su antecesora
Nos Disparan desde el Campanario no es un producto, es un ensayo periodístico
en donde la palabra honesta será el sujeto tácito y jugará un rol fundamental,
en donde el pensamiento oficiará como verbo, en donde tanto la crítica como el
análisis ejercerán como predicado, es decir, el argumento que sostiene a la
idea. La diferencia entre producto y ensayo está en su concepción sobre la
actividad y en la mirada conceptual que se tiene sobre la misma. A partir de
ese momento estamos comenzaremos a desandar nuestra primera edición, agregando nuevas
percepciones, buceando la realidad con nuestros amigos de siempre,
interpelándola e interpelándonos, desempolvando debates y dilemas. Imposible
que este proyecto se piense como producto, su altero y altruista valor impiden
que tenga precio...
Un libro, un ensayo, una crónica, un artículo es algo inanimado en el espíritu del autor, se transforma en texto, es decir nace, cuando el lector decide que ese texto se transforme en movimiento, cuando esa cosa inanimada comienza a tener sujeto, verbo, predicado y sentido inteligente para quien se tomó la azarosa tarea de hacerlo propio. Umberto Eco afirmaba que hay en el mundo libros preciosos que nadie lee. No es este el caso por cierto, y me afirmo sobre todo en la primera parte de la sentencia, por eso no contaminemos con absurdas pretensiones personales el arte literario, publicando textos que luego, pasado el tiempo, solo servirán para juntar pelusa en nuestra memoria. Dejemos dichos espacios para esos textos preciosos de los que habla Eco. La informática nos regala la enorme ventaja de permitirnos eliminar para siempre archivos indeseables con la mayor sencillez y más si contienen el peor de los virus, esos que ataca sin ningún tipo de compasión a la belleza, a la excelencia y al buen gusto.
*Pulsiones. Editorial
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