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Nora Merlin afirma en esta nota que
frente a la ideología neoliberal basada en el odio y desconectada de la verdad,
la política irrumpe como herramienta de deconstrucción y transformación, y
sostiene que en la batalla cultural que la democracia tiene como asignatura
pendiente, habrá que arrancar el núcleo thanático de odio sedimentado por el
neoliberalismo.
Por Nora Merlin, Psicoanalista.
Magister en Ciencias políticas. Autora de:
Populismo y Psicoanálisis, Colonización de la Subjetividad y Mentir y colonizar. Obediencia inconsciente y subjetividad neoliberal
Slavoj Zizek, basándose en el psicoanálisis
lacaniano, afirmó que la ideología constituye el marco a través del cual
experimentamos y significamos el mundo. El “fantasma ideológico”, afirma, no es
una ilusión falsa que oculta la realidad social, sino un soporte que la
organiza y la estructura. Se trata de una construcción imaginaria que funciona
como una pantalla que llena el vacío de lo que es imposible al saber. No se
puede no tener ideología, a pesar de lo que profetizaba el neoliberalismo en
los años ´90 sobre su desaparición.
Planteamos que, si bien la ideología es un dispositivo singular,
presenta como una de sus características que por vía de la identificación
configura un sistema cerrado de ideas que tiende a hacer masa. No es que la
masa “tiene” una ideología, sino más bien a la inversa: la ideología, sistema
de ideas compartido, produce psicología de las masas. Los miembros colocan un
mismo objeto – que puede ser una persona, una causa, una idea, etc. – en el
lugar del ideal, que es la instancia desde donde cada uno se ve mirado,
posibilitando que los integrantes se identifiquen entre sí. En la masa, el
ideal es un punto nodal que totaliza, fija el sentido y produce la
significación ideológica.
La ideología conforma un sistema cerrado,
uniforme, eminentemente libidinal, basado en la sugestión y la fascinación
enamorada, que conduce a la servidumbre amorosa y acrítica. Freud advierte en
su Conferencia 35ª (“En torno a una cosmovisión”) que la ideología puede
transformarse en una cosmovisión que prohíbe toda indagación crítica y
funcionar como una religión con reglas rígidas y consejos para la conducta en
la vida. La ideología tiende a un funcionamiento totalitario en el que lo
diferente se rechaza y se vuelve objeto de un odio apasionado. El objeto odiado
vela el conflicto político y el antagonismo social se desplaza hacia la figura
del enemigo interno que lo sustituye: el judaísmo en el nazismo y el
kirchnerismo en la Argentina actual.
La fuerza fascinante de la ideología se fundamenta en la relación
libidinal con el ideal, la satisfacción narcisista de los que funcionan como
uno, el odio a lo diferente y la pasión por la ignorancia que es conservadora y
opera instalando certezas inquebrantables. Por efecto de la ideología hay
hombres inconmovibles en sus opiniones, inaccesibles a la duda e insensibles a
los sufrimientos. Una ideología triunfa cuando los hechos que la contradicen
son justificados como argumentaciones a su favor; un absolutismo indiscutible
que sobrevive y se defiende contra toda prueba en contrario.
Un riesgo de la ideología es que se constituya
en un sistema tan comprometido con el Bien, que llegue a convertirse en el
mayor Mal, entendido como cualquier dogmatismo fanático. El Mal en general se
ejerce en nombre del supremo Bien y va de la mano del odio a todo lo que no se
corresponde con esa idea del Bien.
La política en cambio es discursiva y tiene
como condición permanecer como una causa abierta sin conformar un sistema.
La política y la ideología no se complementan, más bien la primera
agujerea a la ideología, que tiende al cierre imaginario sin fisuras. La
política es la herramienta que impide que lo ideológico funcione como un
imperativo moral, una sustancia hipnótica que obliga a adormecerse y permanecer
en una ceguera viscosa.
El fin de las ideologías anunciado por el neoliberalismo de los
´90 no se cumplió, ese sistema no fue solo la implementación de un modelo
económico sino también de una ideología que se fundamenta en el rechazo de la
política, lo que condujo al “colmo de la ideología”. El neoliberalismo logró
avanzar a nivel global, imponerse en las culturas y manipular lo social por la
violencia que implica una concentración de poder económico, jurídico, militar y
comunicacional. Un dispositivo ilimitado que se apropia de los Estados, se disfraza
de ley y en lugar de regular el consumo y el odio entre los semejantes,
administra las directrices impartidas por el poder financiero sobre los
cuerpos. Un funcionamiento “como si” de las democracias y de los mecanismos
políticos de regulación, deja que el mercado decida y gestione el modelo de
vida y de muerte de la población, quiénes y cómo deben vivir o morir. Se trata
del cálculo thanático de la exclusión llevado hasta sus últimas consecuencias:
una parte de la población no tiene lugar, sencillamente “no entra”.
Frente a la cínica ideología neoliberal basada
en el odio y desconectada de la verdad, la política rechazada retorna, irrumpe
como herramienta de deconstrucción y transformación. En la batalla cultural que
la democracia tiene como asignatura pendiente, no alcanzará con refutar la
ideología neoliberal situando el texto ideológico, no será suficiente con
denunciar cómo se naturalizaron prácticas mostrando la red simbólica. Habrá que
arrancar el núcleo thanático de odio sedimentado por el poder neoliberal,
aislarlo, sacarlo del contexto gracias al cual ejerce su poder de fascinación.
En una cultura
organizada por Eros, por la política, y no por la ideología neoliberal, la
humanidad tal vez podrá advenir.
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