Hace aproximadamente un
siglo don Hipólito Yrigoyen trataba, mediante el uso de la metáfora, de
explicarles a los radicales que para llegar a triunfar en los comicios era
necesario hacer determinadas alianzas estratégicas. La frase se desprende a
cuento de su acercamiento con el ala conservadora que tenía como líder y
emblema al fallecido Sáenz Peña, motor e impulsor de la nueva ley electoral que
en 1916 iba a poner en juego los cargos nacionales. Por entonces don Hipólito
tenía claro que la cosa se definía con votos y no con absurdos principismos
dogmáticos y excluyentes, cuestiones que en nada se relacionaban con la
política en la medida que estos postulados intransigentes alejaran toda
posibilidad de acceso para ejercer el poder democrático. Complejo nos es
precisar si tales alianzas contribuyeron para potenciar su pereza operativa,
corriéndose de la toma de decisiones, cuando los sucesos de la Semana Trágica y
de la Patagonia. Nos cabe la duda al respecto. La relación causa-efecto no está
documentada. Esa línea conservadora que don Hipólito incluyó dentro del
colectivo radical fue fundamental para el armado de los “Galeritas”, sector que
a la postre aplacaría las banderas revolucionarias y fundacionales de Leandro
N. Alem. Hoy se utiliza como eufemismo para analizar aquella mutación hacia el
conservadurismo de la UCR como “alvearización”, dicho de otro modo, la
acuarelización definitiva de un partido que había nacido para representar a los
sectores más postergados de la sociedad. Esta política tuvo su mayor desarrollo
cuando la presidencia del propio Alvear y no se detuvo a pesar del regreso del
viejo caudillo a la presidencia en 1928.
Luego del golpe cívico militar de 1930 la suerte de la UCR quedó políticamente dividida entre “Personalistas” y “Galeritas”. Militantes de las banderas fundacionales los primeros, militantes del modelo del centenario los segundos. El triunfo de estos no sólo provocó las históricas deserciones juveniles con enorme formación política (Forja) a causa de las innumerables agachadas y omisiones en el marco del fraude patriótico conservador sino que además instaló en el partido una idea desmovilizadora y elitista, sin base proletaria, sin espíritu revulsivo. La traición hacia los caudillos del interior que dejaron la vida en pos de trasparentar los comicios terminó por debilitar la estructura nacional y popular del partido.
Volviendo a nuestros días. Es cierta la metáfora que don Hipólito utilizó en aquel contexto histórico. Para hacer un rancho hasta la bosta es necesaria. Para ganar elecciones se necesitan votos. El problema es cuando la bosta de manera velada, o no tanto, pasa a ser el ingrediente principal de la mezcla, el determinante, el “feudalizante” y va tomando cuerpo decidiendo la suerte de los demás insumos de dicha mixtura política, instalando modelos económicos o directamente extorsionando mediante operaciones internas tanto en los juzgados como en los medios de comunicación.
El mismo Yrigoyen fue
víctima de acusaciones correligionarias con tufo a Sociedad Rural.
Con el libro de
historia en la mano o con el diario del lunes es muy fácil analizar las
acciones de los que nos precedieron. La sabiduría consiste en entender los
momentos históricos y políticos. Acaso para aprender de ellos, acaso para no
cometer la torpeza de no aprovechar las enormes enseñanzas que nos legaron.
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