A
medida que avanza este nuevo ensayo neoliberal, programa que a mi entender y en
lo profundo de su idea se desarrolla sin ningún tipo de perturbación social,
más allá de algún esporádico espasmo de cotillón urbano, se advierte con
preocupación y a propósito de las asimetrías sociales existentes una ausencia
total de compromiso para discutir dichos paradigmas. Temo que el neoliberalismo
como idea, por fuera de lo que representa la actual banda gobernante, acaso no
en su letra chica pero sí en su simbología, ha encontrado nichos de confort en
todos los partidos; no tenemos más que atender al lenguaje para comprender que
cierto sentido común neoliberal ha cooptado el discurso interno de los
colectivos políticos. Sofismas como competencia, costo laboral, cargas
sociales, impacto negativo de los subsidios, resultan risibles de escuchar en
regiones del país en donde nada de eso existe ni existirá ya que la economía
circula de acuerdo a un histórico orden establecido por las anchas avenidas de
la explotación, la cartelización comercial y el feudalismo corporestatal. Sin
embargo en pequeñas aldeas como en la que vivo ese lenguaje neoliberal ha
tomado encarnadura horizontal, y de alguna manera es muy útil para profundizar
ese formato medieval que el dependiente de ese sistema acepta como único
posible.
En
varias oportunidades, antes de los comicios del 2015, subrayamos que existían
dos instancias históricas más o menos recientes a las cuales el campo nacional
y popular debía atender al momento de desarrollar estrategias electorales.
Estamos haciendo referencia al período 1989-1995 por un lado, y por el otro a
la crisis del 2001 y su correlato en los comicios del 2003. En ambos casos el
neoliberalismo como idea se posicionó en la cresta de la ola muy a pesar de sus
políticas excluyentes. Algunos compañeros analistas suelen afirmar que el
período 1989-1995 encontró a la sociedad con las defensas bajas producto de la
hiperinflación, explicación que no me cierra en tanto y en cuanto durante los
dos primeros años de ese mismo período se produjeron tres devaluaciones con sus
correspondientes hiperinflaciones, la cooptación de la CGT, el desguace del
Estado a través de las privatizaciones y el indulto. Muy a pesar de ello y con
la falacia del uno a uno la idea neoliberal obtiene en 1995 un triunfo
resonante con casi el 50% de los votos emitidos y a veinte puntos de distancia
del Frepaso, una versión acuarelizada de la misma idea que luego aliada al
radicalismo (17% Massacesi) completaría el peor de los círculos del Dante y que
desembocaría en la segunda instancia a analizar, es decir la crisis del 2001 y
su correlato en los comicios del 2003. En este punto y luego del
neoliberal blindaje, el neoliberal megacanje, la neoliberal merluza, el
neoliberal estado de sitio, la neoliberal violación de la ley de intangibilidad
de los depósitos, el neoliberal corralito, los 39 muertos del neoliberalismo,
el neoliberal helicóptero, la neoliberal ley de bienes culturales, la
neoliberal licuación de pasivos, el neoliberal Default, el neoliberal corralón,
los neoliberales asesinatos de Kosteki y Santillán, vuelve a triunfar la idea
neoliberal en los comicios 2003: La Alianza Frente por la Lealtad UCD
(Menem-Romero) obtiene el primer lugar con un 24.45% mientras que Recrear
(López Murphy-Gómez Diez) termina tercero con el 16.37%. Vale decir el
neoliberalismo puro y a pesar de la sangre derramada llega, para algunos, a un
sorprendente 41%, número que se extiende teniendo en cuenta que dentro del
Movimiento Popular Unión y Libertad (Saa-Posse – 14.11%) y dentro del ARI
(Carrió-Gutierrez – 14.05%) existían cuadros políticos que bajo ningún concepto
litigaban ideológicamente contra el sistema implementado durante la segunda
década infame.
Vale
decir, un día como hoy de hace 14 años, estuvimos a menos de seis puntos de ser
la actual Francia, país que tanto preocupa en el presente a Europa, ya que el
FPV logró el 22.24%, cifra que le sirvió, y nos sirvió, para entrar por la
ventana al balotaje y determinar la renuncia de Carlos Menem debido a su imagen
negativa. Cuestión que en nada se contradice ideológicamente ya que hasta ese
momento Néstor Kirchner no se había manifestado taxativamente como lo que luego
fue, un adversario palpable del neoliberalismo, incluso muchos lo asimilaban
como un gobernador del “sistema”.
Estas
dos instancias históricas nos permiten sospechar que no era un eufemismo hablar
de dar la batalla cultural debido al peso especifico que posee la idea
neoliberal en la sociedad, sobre todo dentro de los sectores medios y
pequeños burgueses a través de sus voceros corporativos, pero temo que se
equivocó el campo en donde dar esa batalla. Dicha pelea se debió librar dentro
de los autodefinidos partidos políticos nacionales y populares. Hoy vemos
como cuadros encumbrados de dichas agrupaciones, y que hasta hace poco se
definían a favor de políticas soberanas, son acérrimos defensores del
neoendeudamiento, la apertura de importaciones, de bajar el costo laboral so
pretexto de “ser competitivos” y favorecer el empleo, de la privatización y
extranjerización de los recursos naturales, de mantener un nivel de
desocupación según las exigencias del mercado, de privilegiar la exportación de
insumos sin valor agregado eximiendo de todo gravamen o retención, de eliminar
en la praxis los convenios colectivos desinflando los derechos adquiridos, el
de pisar jubilaciones, pensiones y asignaciones, entre otras medidas regresivas
y que desfavorecen el consumo. No vemos en el presente una disputa en el campo
de las ideas, si una pulsión de los espacios y por los espacios.
De
manera que el campo nacional y popular tenía sobrados antecedentes para
permitirse pensar que dentro de sus propias filas el monstruo estaba silente y
a la espera. Fue un error histórico y político imperdonable el haber sostenido
y luego creer que el neoliberalismo no volvería debido a que resultaba
imposible que triunfe con los votos; muchos olvidaron el detalle que en 1995 el
propio neoliberalismo le había dado una lección bastante incómoda y realista a
tan estúpida tesis.
El
presente político se exhibe pornográfico y banal. Mientras las decisiones
ejecutivas se toman en los despachos de las grandes corporaciones, el Congreso
Nacional le ha cedido su lugar a los estudios televisivos, sitios en
donde el debate de ideas no cuenta y la correlación real de fuerzas menos, todo
esto a la par que las sentencias judiciales se dictan en los noticieros,
siempre con el auxilio de las eficientes y pensadas operaciones lobotomizadoras.
La
oposición todavía no ha entendido, o no se ha esforzado por entender, qué es lo
que está ocurriendo, qué es lo que nos está ocurriendo al pueblo profundo.
Acaso su extracción burguesa se lo impide. Daría la sensación que se trata de
una oposición de formas no de fondos, una oposición antropológica no política,
la realidad marca que no están poniendo en tela de juicio las consecuencias de
las políticas sino solamente cierta cosmética desprolija. Como en los noventa
no se discute el formato, se discute la pizza y el champagne. Incluso en la
República de “Opolandia” han aparecido voces reivindicando algunas
políticas de aquella segunda década infame, acaso salvando las
distancias, como si ese segundo ciclo infame tendría la oportunidad de
quedar exonerado por este tercero del presente..
Afirma Jorge Alemán, Psicoanalista y consejero cultural de la
embajada argentina en España. (Fuente: Página 12 )
Después
de Gramsci, el poder no puede ser pensado en el campo emancipatorio sólo en su
aspecto coercitivo y localizado. Hay una línea que, partiendo de Gramsci y
siguiendo por Althusser, Foucault y otros, nos indica que el poder no sólo
oprime, sino que fabrica consensos, establece la orientación subjetiva y
produce una trama simbólica que funciona de modo “invisible”, naturalizando las
ideas dominantes y donde siempre, y en esto consiste su éxito definitivo,
esconde su acto de imposición. El procedimiento de los medios orientados por
las corporaciones dominantes se define como un acto de enunciación que siempre
busca esconder su carácter histórico como también los intereses que promueve
bajo un modo supuestamente universal. El orden simbólico que atraviesa al
neoliberalismo se comporta como un dispositivo racional que aparenta promover
diversas formas de subjetividad, mientras la repetición de lo mismo en el
circuito ilimitado de la mercancía prosigue su marcha incesante y circular. Sin
embargo, en la medida en que los medios de comunicación, más allá de sus
diversas modalidades de transmisión, se sostienen en el lenguaje, es necesario,
según nuestro juicio, despejar una confusión muy habitual entre las ciencias
sociales y las filosofías contemporáneas concernidas por esta cuestión.
Es
determinante admitir que cuando se trata del orden simbólico, del lenguaje en
sus distintas variantes y modos de comparecencia, siempre se debe distinguir
dos dimensiones distintas de dicho orden. En primer lugar hay que señalar de
entrada la “dependencia y subordinación” del ser hablante con respecto al orden
estructural u ontológico del lenguaje con respecto al sujeto. El ser vivo es
capturado por el lenguaje para volverlo un sujeto, esta captura se establece
antes de su nacimiento y prosigue después de su muerte. Esta dependencia del
sujeto que sólo se puede constituir como tal, siendo siempre un efecto del
lenguaje que lo precede, exige ser distinguida de la dominación construida de
una forma sociohistórica. Son dos vertientes de lo simbólico que, aunque se
presenten en la llamada realidad fenoménica mezcladas, obedecen a lógicas
radicalmente diversas y distintas. La primera dependencia simbólica es
ineliminable y constitutiva del sujeto; la segunda, en tanto construcción sociohistórica,
es susceptible de distintas transformaciones epocales.
Lo que
le otorga su especificidad terminante al neoliberalismo es que es el primer
régimen histórico que intenta por todos los medios alcanzar la primera
dependencia simbólica. Señalemos que dicha dependencia constitutiva es la que
opera como condición de posibilidad de los legados históricos y las herencias
comunes donde la memoria puede aún recoger el dolor de los excluidos en el
pasado. En este aspecto el neoliberalismo necesita producir un “hombre nuevo”
engendrado desde su propio presente, no reclamado por ninguna causa o legado
simbólico y precario, “líquido”, fluido y volátil como la propia mercancía. Si
alguna indicación de lo que denomino “izquierda lacaniana” tiene una relevancia
decisiva, es aquella que indica que la política, ahora más que nunca, debe
oponerse al “crimen perfecto” del neoliberalismo, que en su despliegue
contemporáneo intenta, en su dominación sociohistórica, tocar y alterar
severamente el lugar del advenimiento del sujeto en el campo del lenguaje. Tal
como de distintas maneras Lacan lo supo demostrar.
Actualmente
el neoliberalismo disputa el campo del sentido, la representación y la
producción biopolítica de subjetividad. Y siempre aparecerán ensayistas que
como el surcoreano Han, claro sucesor menor de Baudrillard, insistirán en que
el crimen perfecto del capitalismo neoliberal se ha realizado definitivamente.
Pero la política, en la medida que está soportada por los seres hablantes y no
puede ser reducida a una mera gestión profesional, es la que en esta época
puede hacer irrumpir y proteger el carácter fallido de toda representación. Por
definición, el sujeto es aquello que no puede ser nunca representado
exhaustivamente, su dependencia estructural del lenguaje lo impide. El ser
hablante, sexuado y mortal, hecho sujeto por el lenguaje, nunca encuentra en él
una representación significante que lo totalice. De última, esta es la razón
por la que el neoliberalismo, en su afán de representar la totalidad hasta
extinguirse como representación, no es el fin de la historia. Por ello, debemos
insistir en el enorme valor político que posee, para un proyecto emancipatorio,
la distinción clave entre la dependencia del sujeto en su advenimiento en el
lenguaje y la dominación sociohistórica, que nunca agota al sujeto en su
apertura a las posibilidades de una transformación por venir.
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