La reducción al absurdo – Por Enrique. M. Martínez, para La Tecl@ Eñe




En los razonamientos científicos, especialmente en las ciencias llamadas duras, es frecuente encontrarse con demostraciones por reducción al absurdo. Esto es: se simplifica el escenario en análisis de modo de asignarle a alguna variable un valor que conduce a resultados absurdos. Eso ayuda a sacar conclusiones sobre el escenario real que está en evaluación.
En las ciencias sociales es menor la frecuencia de uso de esta herramienta, porque con sensatez, son pocas las situaciones que se vuelcan a modelos matemáticos, aunque el precio que se paga por ello es que ante los problemas, se enumeran listas de causas posibles, perdiendo de vista las jerarquías relativas y las relaciones entre causas.
Recordé esto, que a primera vista parece una disquisición sin sentido práctico, viendo una película de tantas filmadas sobre el holocausto judío – El Paraíso -, en que un oficial nazi es enviado a un campo de concentración para revisar los manejos de los administradores. Allí descubre que todos eran corruptos, robando las pertenencias arrancadas de sus víctimas, con los proveedores de comida y en todo ámbito imaginable. Esto, mientras se discutía el ritmo de cremaciones diarias, que nadie – ni el inspector ni los inspeccionados – ponía en cuestión. Se preveía castigar el robo de las joyas de miles de asesinados, sin poner en mínima discusión los asesinatos mismos.
Esta película demuestra de manera tremenda, tal vez sin proponérselo como meta central, el absurdo de perder de vista, de eliminar del marco, las jerarquías entre las variables de un problema.
Sin el dramatismo que lleva a la esquizofrenia al protagonista de la película, creo conveniente construir un paralelo entre aquél absurdo y la lógica política de muchos integrantes del campo popular. Llueven las críticas detalladas sobre la honestidad de todos y cada uno de los miembros del gobierno; sobre los efectos previsibles de un acuerdo con el FMI; sobre los beneficios para los ricos y los perjuicios acumulados para los pobres; sobre la mentira y la manipulación como herramientas políticas. Pero es casi imposible encontrar un análisis con conclusiones prácticas, donde se muestre la subordinación al dinero y la conversión absoluta del trabajo en mercancía, como las causas primarias de los agobiantes problemas estructurales que debemos encarar y resolver, así nos lleve décadas o aún siglos.
No es un comentario que surge de una exigencia utópica. Es simplemente señalar que en tanto y en cuanto no se coloque las causas profundas en su verdadero lugar, buena parte de nuestras acciones quedarán expuestas al azar. Reclamaremos sobre el despotismo que ejerce el liberalismo, pero nuestros candidatos seguirán surgiendo de postulaciones personales instaladas en los medios, fuera de toda participación popular. Seguiremos usando consignas genéricas o encuestas de opinión como reemplazo de los diálogos con los afiliados. Seguiremos sosteniendo que uno de los nuestros lo haría mejor, a pesar de no imaginar ningún cambio de estructura, sino sólo modificaciones en la gestión, sin que sepamos siquiera si nuestro candidato o candidata han gestionado y cómo lo hicieron. La gran mayoría de nosotros deberá, en consecuencia, limitarse a entregar su confianza a nuevos “síganme”, que nada tienen que ver con escenarios transformados, irreversibles, superadores, generadores de entusiasmo.
Se puede y se debe tener un programa que mejore la condición de vida de las mayorías, desde el minuto siguiente a que un gobierno de raíces populares administre los asuntos públicos.  Sin embargo, eso no sucederá inexorablemente o no será obra de magia. Además, deberá ser solo el primer paso de una serie de escalones a recorrer, que deben estar previstos, fruto de un análisis de los condicionamientos nacionales e internacionales y de qué planearemos para evitarlos.
¿A quién se dirigen estas reflexiones? En toda dirección.
En primer término, a los que se encaminan el año 2019 a jugar el juego de siempre, de vendernos un jabón nuevo, con más perfume y suavidad que el de la derecha, pero colocándonos una vez más en el lugar de público consumidor.
En segundo término, a nosotros mismos. El pueblo argentino tiene organizaciones sociales por doquier, con los más variados objetivos. Los clubes deportivos, círculos para la reducción de ciertas enfermedades, grupos literarios, sociedades de fomento, centros de jubilados, se suman a las agrupaciones con objetivos políticos más definidos. En cada uno de esos ámbitos necesitamos fortalecer los núcleos básicos que adviertan la necesidad de entender la crisis argentina actual, tanto con referencia al capitalismo global, como a nuestra propia historia. Puede ser especialmente duro intentar esto desde la teoría política o social. Será más simple y efectivo, entender cosas concretas que suceden por doquier, como las corrientes de refugiados, la inflación o el hambre a la vuelta de casa, entre tantas similares. Entender causas de esos fenómenos muy perturbadores nos acercará a juntar los pedazos de la realidad, liberarnos de la manipulación, decidir más y más por nosotros mismos en las cuestiones sociales que nos incumben hoy, a la vez que reclamamos mayor participación para mañana.
Necesitamos que, donde se pueda, se produzcan mutaciones en las organizaciones sociales; necesitamos que de esos cambios aparezcan propuestas de cualquier dimensión para que hoy algunos compatriotas sufran menos; que de esas experiencias saquemos reglas que nos permitan aumentar mañana los efectos positivos.
No quiero comprar más jabón bien envuelto que se diluye rápidamente en el agua. No quiero que eso le pase a ningún compatriota.
Es hora de vincular nuestros problemas económicos y sociales a la decadencia ideológica del capitalismo, que lo hace más cruel, más ignorante, más peligroso.
No hay otra manera de bajarse de la calesita.

Fuente: La Tecl@ Eñe

http://lateclaenerevista.com/2018/07/17/la-reduccion-al-absurdo-por-enrique-m-martinez/

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